-A cualquiera que me hubiera dicho que en estos diez últimos años tendríamos tantos y tan admirables cambios, hubiérale yo contestado que no le creía y que se burlaba de mí -dijo la señora Jo (tía Jo, como la llamaban los chicos) a la señora Meg, al sentarse un día en la plaza de Plumfield, mirándose mutuamente con las caras rebosando orgullo y alegría.
-Esta es la clase de magia que sólo se opera con el dinero y con los buenos corazones. Estoy segurísima de que el señor Laurence no podrá tener un monumento más noble que el colegio que tan generosamente fundó a sus expensas. Y la memoria de tía March se conservará en una casa como ésta tanto tiempo como la casa exista -contestó la señora Meg, que se complacía siempre en alabar a los ausentes.
-Recordarás que cuando éramos pequeñas acostumbrábamos a hablar de hadas y encantamientos, y decíamos que si se presentara una, le pediríamos tres cosas. ¿No te parece que por fin se cumplieron las tres cosas que yo deseaba? Dinero, fama y mucho amor -dijo la tía Jo, arreglándose cuidadosamente el pelo, en forma muy diversa de como lo hacía cuando era muchacha.
-También se cumplieron las mías y Amy está disfrutando con gran contento de las suyas. Si mamá, Juan y Beth estuvieran aquí quedaba la obra terminada y perfecta -añadió Meg con voz temblorosa-; porque el sitio de mamá está ahora vacío.
Jo puso su mano sobre la de su hermana y las dos guardaron silencio por un momento contemplando la agradable escena que tenían a la vista, mezclada de recuerdos tristes y agradables.
La verdad es que en todo aquello parecía que había algo de magia, porque el pacífico Plumfield se había transformado en un pequeño mundo de actividad constante. Las casitas parecían más hospitalarias, tenían las fachadas bien pintadas, los jardincitos muy bien cuidados; por todas partes se respiraba alegría y bienestar, y en lo alto de la colina, donde en otro tiempo no se veían más que águilas revoloteando, se levantaba ahora, majestuoso, el hermoso colegio edificado con el cuantioso legado del magnífico señor Laurence.
Las sendas que conducen a la colina, en otro tiempo desiertas, se veían ahora muy frecuentadas por los estudiantes, unos entretenidos con sus libros y otros alegres y revoltosos yendo y viniendo de un lado para el otro, disfrutando todos de lo que la riqueza, la sabiduría y la benevolencia les había deparado.
Casi tocando a las puertas de Plumfield se veía, entre los árboles, una bonita quinta y una regia mansión. La primera era de Meg y la segunda del señor Laurence, que al instalarse cerca de su antigua casa una fábrica de jabón había huído a Plumfield, mandando edificar la suntuosa casa donde vive ahora. Y de aquí parten los cambios y prosperidad de Plumfield.
Todo era alegría y bienestar en esta pequeña comunidad; y el señor March, como capellán del colegio, había visto por fin realizados los dorados sueños que durante tanto tiempo había acariciado. El cuidado de los muchachos del colegio se lo habían dividido las hermanas, y cada una de ellas se había encargado de la parte más de su gusto. Meg era la madre amiga de las niñas; Jo, la confidente y defensora de todos los jóvenes, y Amy, la señora "Munificencia", la que con mucha delicadeza quitaba las asperezas del camino para que se protegiera a los estudiantes indigentes, y los entretenía con su agradable conversación, tratándolos con tanta dulzura y cariño, que no nos extraña que todos le llamaran "la madre del amor", y al colegio el "Monte Parnaso", ¡tan lleno estaba todo de música, de belleza y de cultura!
Los primeros doce muchachos egresados de este colegio se habían desparramado por las cuatro partes del mundo durante estos últimos años, pero todos vivían y recordaban con alegría al viejo Plumfield, y tan presente tenían todo lo que allí habían aprendido, que cada día se encontraban más animosos para hacer frente a los contratiempos de la vida. Guardaban siempre en sus corazones la gratitud y el recuerdo de los alegres días que pasaron allí. Dedicaremos cuatro palabras a cada uno de ellos y en otros capítulos hablaremos más extensamente de sus vidas.
ESTÁS LEYENDO
Los muchachos de Jo/los chicos de Jo
Teen FictionEscrito por Luisa May Alcott; este libro sigue después de hombrecitos y con este se termina la saga de mujercitas.