Capítulo 16 En la cancha de tenis

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 Los deportes se habían puesto muy de moda en Plumfield; y en el río, donde antes no se veía más que el viejo bote meciéndose amarrado ala argolla junto al embarcadero, se reían ahora elegantes y ligeros esquifes y bonitas barcas con sus toldos de tela rayada, llenas de alegres y vocingleras jóvenes, que arrojaban agua a los tripulantes de los esquifes, al verse vencidas por éstos en las regatas. 

  La ancha pradera próxima al añoso y corpulento sauce, era ahora el campo de recreo y ejercicio de los muchachos del colegio, donde libraban furiosos partidos de fútbol, y de donde no pocos salían rengueando más de una vez. Un poco
más retirada estaba la cancha de tenis, juego al que tía Jo era muy aficionada, y donde gobernaba como reina, venciendo siempre a la desgraciada que jugara con ella. Josie era también muy hábil en el manejo de la raqueta, y se hallaba jugando con Bess un sábado por la tarde de un magnífico día de verano. La simpática princesita se iba amoscando al ver que su prima no le dejaba hacer un tanto. 

-¡Si estás cansada, mujer! Y el caso es que esos chicos todos están matándose con ese bárbaro fútbol. ¿Con quién voy a jugar yo? -preguntó Josie suspirando, mientras se quitaba el gran sombrero colorado que llevaba puesto. 

-Cuando descanse un poco, volveremos a jugar; aunque, si quieres que te diga la verdad, me va cargando ya este juego, porque nunca puedo ganar -contestó Bess, mientras se abanicaba con una hoja de planta, muy ancha. 

En el momento en que Josie se iba a sentar en un banco rústico, cerca de donde estaba su prima, vio aproximarse dos jóvenes muy peripuestos que la saludaban desde lejos, descubriéndose con mucha finura y gracia; y al llegar donde estaban, se apresuró Josie a preguntarles que quién de ellos quería jugar con ella; porque eran los antiguos compañeros, Dolly y George. 

-Con mucho gusto -contestó el más cortés de los dos, haciendo una reverencia. 

-Sí, hombre, sí; juega tú, y yo me quedaré aquí a la sombra, hablando con la princesita ­dijo el más grueso de ellos. 

-Consuélala, George, que está enojada porque no le he dejado hacer ni un tanto -exclamó Josie mientras se dirigía a tomar su puesto-; dale bombones, que ya he visto la cajita que te asoma por el bolsillo -añadió con risa picaresca.

Josie venció también a Dolly, no dejándole ganar ningún partido; luego, los dos se fueron a sentar a la sombra, donde estaba la otra pareja. Se reía Josie mucho de estos dos jóvenes, porque vestían con excesiva elegancia, y como tenía mucha confianza con ellos, les llamaba pisaverdes.

-Digan ustedes algo útil -principió diciendo Josie cuando estuvo sentada-; todo no ha de ser hablar de trajes, chalecos y sombreros a la moda; hablemos de algo que instruya. 

  -Sí, sí; de algo más substancioso -interrumpió George, metiéndose otro bombón en la boca-; de algo que nos abra el apetito. 

-Este hablará de comidas; por eso está tan gordo -interrumpió Dolly-; oye, cásate con una buena cocinera y abre un restaurante, que esas cosas te gustan a ti mucho. 

Se sonrieron las chicas al oír los chistes de Dolly a George, pero a éste le hicieron muy poca gracia; arrugó el entrecejo y guardó silencio algunos minutos. Tía Jo llegó en aquel momento, y la conversación tomó otro rumbo. 

-¿Sigues estudiando francés, Dolly, con la misma afición que el año pasado? 

-No, señora, no; ya no lo estudio porque me cansé. Ahora estudio griego -contestó el joven, acentuando la palabra y mirando a tía Jo con descaro; pero, de pronto, se acordó de que ella estaba al corriente de todas estas cosas; bajó la vista y se quedó mirándose los zapatos. 

Los muchachos de Jo/los chicos de JoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora