Capítulo 6 Últimas palabras

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  Al día siguiente era domingo, y los alegres grupos de jóvenes y grandes se fueron acercando a la iglesia; unos iban a pie y otros en carruajes, pero todos contentos y disfrutando del hermoso tiempo y de la feliz quietud que viene a refrescarnos de los trabajos e incomodidades de la semana. Daisy se quedó en casa porque tenía dolor de cabeza, y la tía Jo se quedó para hacerle compañía, porque sabía perfectamente que el dolor más grande lo tenía su sobrina en su corazoncito por la lucha que estaba sosteniendo al ver que se aproximaba el momento de la marcha de su amor. 

-Daisy conoce ya mis deseos y sé que me obedecerá. Procura hablar con Nat y dale a entender de la mejor manera que puedas que no me gustan estos amoríos y que las cartas que escriba a mis hijas las interceptaré yo para que no lleguen a su poder -dijo Meg a su hermana mientras esperaba a su hijo John, con quien iría a la iglesia. 

-Así lo haré, querida. Como vieja, espero a estos tres muchachos, y con cada uno de ellos tendré un buen rato de conversación. Ya saben que yo los comprendo muy bien, y más tarde
o más temprano todos me van abriendo sus corazones. Pero, oye, mujer, ¿sabes que observo que estás guapísima? Nadie diría que ese mocetón que llevas a tu lado es hijo tuyo - añadió tía Jo al salir John muy peripuesto ofreciendo el brazo a su madre. 

-No tanto, mujer, no tanto; ya sé que eres la misma Jo de siempre, que se burla hasta de su sombra; pero, en fin, si hay algo de cierto en lo que dices, John se alegrará -contestó la señora Meg, mientras al andar hacía crujir su vestido de seda gris. 

Fuera esperaba ya el coche de Laurie, con Amy y Bess, y a punto de arrancar preguntó Jo desde la puerta, como acostumbraba a hacerlo su difunta madre: 

-Muchachas, ¿lleváis todas vuestros bonitos pañuelos de bolsillo? 

Todas sonrieron, y Jo salió con su sombrilla en busca de la sombra de algún árbol para esperar el regreso de sus muchachos.  

  Dan se había marchado a dar una vuelta por el campo y Nat se suponía que habría ido a acompañarlo; pero al poco rato se le vio venir calladito, acercándose más y más a la casa donde estaba la que él tanto quería, para aprovechar los momentos que le quedaban de estar en el pueblo; pero tía Jo lo vio y le hizo señas para que se acercase y se sentase a su lado debajo del añoso olmo, donde podrían tener sus confidencias sin que nadie les estorbase. 

-¡Qué fresquito más agradable y qué bien que se está aquí! Dan camina demasiado para acompañarlo y, además, dijo que iba a los manglares pantanosos a cazar culebras, por lo que me he vuelto atrás y no le he querido acompañar -dijo Nat mientras se abanicaba con su sombrero de paja. 

-Has hecho divinamente. Siéntate y echemos un párrafo como aquellos que acostumbrábamos a echar en otro tiempo. Tanto tú como yo, hemos estado tan atareados últimamente, que ya hace tiempo que no nos contamos nuestras cosas -contestó tía Jo, pensando que antes de que se marchara su muchacho a Leipzig tenían que arreglar algunos asuntos en Plumfield. 

-No deseaba  yo otra cosa. Usted es tan buena para mí, que verdaderamente no sé cómo agradecérselo, y el señor Laurie también, por lo mucho que hacen ustedes por mí - contestó Nat con voz entrecortada, porque era de corazón muy tierno y nunca olvidaba las atenciones que recibía. 

-Pues mira, hijo mío: hay un medio magnífico para que nos agradezcas lo que por ti hacemos, y este medio consiste en seguir nuestros consejos y acceder a nuestros deseos, y excuso decirte que no dudo de que lo harás. En la nueva vida en que vas a entrar hay miles de tentaciones y contrariedades, y sólo con serenidad y talento podrás apartarte de las primeras y vencer las segundas. Cometerás, naturalmente, tus equivocaciones, todos las cometemos; pero hay que retirarse a tiempo, hijo mío; reza y vigílate a ti mismo; trabaja y no pierdas nunca la esperanza, y verás cómo por fin obtendrás éxito. 

Los muchachos de Jo/los chicos de JoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora