Capítulo 22 El último aspecto

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  Al día siguiente, tía Jo contó algo, aunque sin detalles, a su hermana, y ésta, que guardaba a su hija como perla de gran precia, al momento vio el medio de escapar del peligro. El señor Laurie tenía que ir a Washington para activar las gestiones concernientes a la misión de Dan entre los indios, y deseaba que le acompañase su familia; así es que la conspiración resultó muy fina y tranquila, y tía Jo se volvió a su casa atormentada con la idea de su traición. Esperaba ella que ocurriese allí una explosión, pero Dan recibió la noticia con mucha tranquilidad, dando a entender con esto que no abrigaba ninguna clase de esperanzas, y la señora Amy atribuyó todo aquello a fantasías de su romántica hermana.

 Pero si hubiera podido ver la cara de Dan cuando Bess fue a despedirse de él hubiera descubierto algo más de lo que descubrió la inocente muchacha; sólo con que hubiera vista cómo le tomó él las dos manos, mientras le decía con apasionamiento: "¡Adiós, princesita, adiós! Si no nos volvemos a ver más, acuérdate de vez en cuando de tu viejo amigo Dan." Enternecida ella, al pensar en los nuevos peligros que iba a correr su amigo, le contestó con inusitado ardor: "Pero, ¿cómo podría yo dejar de pensar en ti cuando eres el orgullo de todos nosotros? ¡Que Dios bendiga tu hermosa misión, Dan, que te aparte de todos los peligros y te vuelva sano y salvo a casa!  

  Mientras ella le miraba con los ojos húmedos por la emoción, Dan no pudo resistir el impulso de tomar con ambas manos aquella "querida cabecita dorada" y estampar un beso en ella, pronunciando después con voz temblorosa la palabra "¡adiós! ", marchándose de prisa a su cuarto, sintiendo como si volviese a entrar de nuevo en la celda de la prisión. 

Aquellas caricias repentinas hicieron estremecer un tanto a Bess, porque con el vivo instinto de mujer comprendió que aquel beso había sido muy diferente del de otras veces, y quedó un momento mirándolo por detrás, con repentino carmín en sus mejillas y nueva emoción en sus ojos. Tía lo vio todo esto, y temiendo que su sobrina hiciera alguna pregunta, se adelantó diciendo: 

-Perdónalo, Bess; como el pobre muchacho ha sufrido tanto, ahora se enternece mucho al despedirse de los antiguos y buenos amigos, porque comprende que será muy difícil que vuelva de ese mundo salvaje donde va ahora. 

-Pero, tía, ¿cree usted que realmente correrá el peligro hasta de no volver? -preguntó la inocente Bess. 

-No sé, hija; son cosas que yo no te puedo explicar. Lo cierto es que él ha sufrido mucho; pero siempre ha salido del peligro con valentía; confía en él y respétalo como yo lo respeto. 

-¡Pobre Dan! Ya sé lo que motiva su pena; habrá perdido sin duda al ser a quien él amaba. Tenemos que consolarlo y estar muy cariñosas con él. 

Bess no volvió a preguntar nada más porque parecía que estaba satisfecha con la solución que acababa de dar ella al misterio.
Pero Teddy era más descontentadizo que su prima y siempre estaba pinchando a Dan para que hablara y dijera dónde había estado todo aquel tiempo. 

-Oye tú, veterano; si no quieres que te lea algo, cuéntame lo que te ha pasado por ahí en todo el tiempo que has estado fuera de casa. Háblame de Kansas, porque de lo de Montana ya estoy enterado; pero no dejes nada, porque tú das unos saltos enormes -decía asiéndose al brazo de Dan. 

-No, no me dejo nada más que lo que no interesa a nadie más que a mí; la idea de las granjas la deseché -contestó Dan pausadamente. 

-¿Por qué? 

-Porque había otras cosas que me interesaban más. 

-¿Qué cosas? 

-Hacer cepillos y escobas para cierto fin.  

  -No engañes a tu viejo amigo; di la verdad. 

-Digo la verdad. 

-¿Para qué servían los cepillos? 

Los muchachos de Jo/los chicos de JoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora