-De Emil ya sé que aun tardaré algún tiempo en recibir carta; Nat escribe regularmente; pero ¿dónde está Dan que no resuella por ninguna parte? Desde que se marchó no ha escrito más que dos o tres postales. Un muchacho tan enérgico como él tenía ya tiempo de sobra de haber comprado todas las casas de labor del estado de Kansas -dijo tía Jo una mañana al no descubrir los rasgos nerviosos de Dan en ningún sobre de las cartas que acababa de traer el cartero.
-Ya sabes, mujer, que nunca escribe muy a menudo; trabaja, y cuando termina lo que trae entre manos se presenta en casa. Los meses y los años tienen muy poco valor para él, y en esas soledades que tanto le gustan se pierde fácilmente la noción del tiempo -contestó el señor Bhaer, que andaba engolfado en la lectura de una carta muy larga que escribía Nat desde Leipzig.
-No, no; algo le ha pasado a ese muchacho, porque me prometió escribirme con frecuencia, y él cumple siempre lo que promete -respondió la tía Jo, contentándose con acariciar la cabeza del
hermoso perro, ya que, su amo no quería escribir.
-No te apures, mamá; a un veterano como ése no le puede pasar nada malo; el día menos pensado lo veremos entrar por la puerta con una mina de oro en un bolsillo y toda una pradera en el otro -dijo Teddy, sintiendo que el dueño del perro volviera pronto, pues debería devolvérselo.-Acaso esté en Montana, con los indios, y haya abandonado la idea de las granjas interrumpió Rob, ayudando a su madre a abrir todo aquel montón de cartas que tenían sobre la mesa.
-Puede ser; eso le conviene más. Pero me extraña mucho que no haya escrito notificando el cambio de plan y enviando a buscar dinero para trabajar. No, no; mis huesos proféticos me están dando a entender que algo extraño ocurre -contestó tía Jo fijando la vista con una solemnidad profética en las tazas en que servía el desayuno.
-No te preocupes, Jo, que ya escribirá. Oye lo que dice mi amigo Raungarten de Nat: Lo pondera mucho y dice que llegará a ser una gran cosa si antes no se vuelve loco de tanto estudiar.
Y el profesor leyó la carta laudatoria de su amigo.
-Esto es satisfactorio y consolador. Nat es muy aplicado, y antes de salir de aquí ya había hecho el propósito de trabajar como un hombre - contestó tía Jo.
-Ya veremos, ya veremos; creo que el muchacho utilizará bien las lecciones que ha recibido aquí y sabrá sacar el mejor partido de ellas. A todos nos ha sucedido lo mismo de jóvenes - contestó el profesor, sonriendo al recordar su vida de estudiante en Alemania.
Tenía razón, porque Nat había llevado a la práctica de su vida las lecciones que había recibido en casa con una rapidez que hubiera asombrado a cualquiera de su pueblo. Las energías de que hablaba tía Jo las había desarrollado de una manera inesperada, y el pacífico Nat se había lanzado resueltamente a las inocentes disipaciones de la alegre y bulliciosa ciudad, con el ardor del inexperto joven que prueba el primer sorbo de placer.
Aquella libertad e independencia en que se veía era deliciosa. Nadie sabía allí su origen; con su guardarropa bien provisto y la cartera llena de billetes de banco; con los mejores profesores de música por maestros, recomendado por el muy respetado profesor Bhaer y el opulento señor Laurence, se presentó nuestro joven como músico en los salones de la buena sociedad de Leipzig.
Todo esto lo estaba viendo Nat y no acababa de comprenderlo; porque cuando se veía entre tanta señora elegante, obsequiado y atendido, y se acordaba de la humilde y sencilla Daisy, de cuando él andaba de niño tocando por las calles de Plumfield, cayéndole el agua encima, le costaba trabajo creer que fuera él la misma persona. Su corazón era fiel, sus impulsos buenos y sus ambiciones nobles; pero la vanidad había principiado a trastornar su cabeza, y, emborrachado en el placer, ya no pensaba más que en aquella encantadora vida que llevaba. Sin intención de engañar a nadie, dejó a la gente que le juzgaran como perteneciente a una opulenta familia de América, exageró la fortuna de su protector, el señor Laurence, y la importancia del colegio donde se había educado, sin pensar en los resultados que todo aquello podía tener.
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Los muchachos de Jo/los chicos de Jo
Teen FictionEscrito por Luisa May Alcott; este libro sigue después de hombrecitos y con este se termina la saga de mujercitas.