Capítulo 9 Volvió la polilla

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  A la caída de una tarde del mes de septiembre, bajaban por la carretera de Plumfield dos magníficas bicicletas, montadas por dos jóvenes, tostados y sucios de tierra que, a juzgar por lo risueño de sus semblantes, debían volver de una expedición muy afortunada. 

-Adelante, Tom, y dales tú la noticia, que yo me quedo aquí -exclamó John, apeándose en la puerta de Villa Paloma. 

John quedó mirando sonriente a su compañero, el cual seguía lentamente por la avenida, con cara de gran satisfacción, buscando con la vista a alguno de la familia, que, según se imaginaba él, quedaría toda desconcertada y anonadada con la noticia que les tenía que dar.
No tardó mucho en divisar, con gran alegría, a tía Jo, que, sentada y con el impermeable puesto, esperaba a los excursionistas. A la primera mirada comprendió al momento que pasaba algo extraordinario. 

-¿Qué es lo que ocurre ahora, Tom? -preguntó, volviéndose en la silla y dibujándose en su
cara la expresión de temor, vergüenza, diversión y pena todo mezclado. 

-Un conflicto horroroso, señora; me encuentro en un conflicto espantoso.

-De ti ya se sabe; no se puede esperar otra cosa; conflictos y dificultades a montones. Explícate, hombre. ¿A que has arrollado en el camino a alguna pobre anciana? -preguntó sonriendo tía Jo. 

  -¡Quia!, mucho peor que todo eso -contestó Tom dando un resoplido. 

-Ya sé lo que es; que has envenenado a algún infeliz que te pidió una receta para curar sus dolencias. 

-Peor, peor todavía. 

-Oye, no seas bárbaro; supongo que no se habrá caído John por algún despeñadero y lo habrás dejado abandonado, porque tú eres capaz de eso y de mucho más. 

-Aun peor que eso, señora, mucho peor, -Mira, pues se acabó; date prisa a explicarte, que para recibir una mala noticia no puede una perder el tiempo en bromas tontas. 

Cuando comprendió Tom que la excitación de tía Jo había llegado ya al grado máximo, redujo todo su argumento a una breve sentencia, y se colocó el, posición conveniente para ver el efecto que producía en ella.

 -¡Que me caso! ¡Estoy comprometido para casarme, señora!

Tía Jo se dio un golpe instantáneo y nervioso en la mano izquierda con el vuelo del impermeable que tenía asido con la derecha, y exclamó: 

-No la perdono; no perdonaré en vida a Nan por haberte dicho que sí. 

-¡Pero si no es Nan!; es otra muchacha. 

Tom puso una cara tan cómica al pronunciar estas palabras, que a tía Jo le fue imposible reprimir la risa, porque en la cara del joven se veía retratado el aborregamiento y la satisfacción juntos. -¡me alegro, hijo, me alegro muchísimo! No me importa saber quién es ella; cásate, cásate en seguida porque esas cosas no se pueden dejar enfriar; pero ahora me vas a contar cómo te las has compuesto para en tan poco tiempo preparar el terreno y dejarlo todo dispuesto. 

-¿Qué dirá ahora Nan? -preguntó Tom a su vez, sin contestar a la pregunta que le acababa de hacer tía Jo.

-¡Qué quieres que diga!: alegrarse muchísimo al ver que, por fin, logró quitarse de encima el mosquito que tanto la atormentaba. Mira, no te preocupes tu por Nan; al asunto, háblame de la otra, de tu futura mujer. 

-¿No les escribió John hablando de ella? 

-Escribió, sí; pero no decía más que estabas en negociaciones con una señorita que se llama West, que vive en Quitno; pero aquí no se le dio gran importancia a la noticia, porque todos creímos que sería una broma.

Los muchachos de Jo/los chicos de JoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora