Capítulo 11 Emil agradece a Dios

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  El "Brenda" se hallaba con todas las velas extendidas, esperando que el viento se levantara y empujara la nave, y todos andaban muy contentos a bordo, al ver que se iba acercando el fin del largo viaje. 

-Cuatro semanas más, señora Hardy, y le daremos a usted una taza de té como nunca lo bebió mejor -dijo el segundo piloto, señor Hoffmann, al pasar por delante de dos señoras que estaban sentadas en un rincón abrigado de la cubierta. 

-La tomaré con mucho gusto, y con mucho más gusto todavía pondré los pies en tierra firme -contestó la mayor de las señoras, sonriéndose; porque nuestro amigo Emil era el favorito, hasta donde podía serlo, de la señora y de la hija del capitán, únicos pasajeros a bordo. 

-Y yo también, aunque tuviera que ¡lavar unos zapatos como los juncos chinos -dijo Mary, enseñando los zapatos rotos de tanto andar por la cubierta del barco. 

-No crea usted que en toda la China se encontrarían otros más pequeños -contestó Emil, de pronto, con galantería marinera, resolviendo allá en su interior comprar tan pronto como saltara a tierra los zapatos más bonitos que encontrara. 

-Pues, hija, no sé yo cómo te habrías arreglado para hacer ejercicio si no hubiera sido por el señor Hoffmann, que te ha hecho pasear todos los días. Esta vida perezosa es muy mala para las jóvenes, aunque para los cuerpos viejos, como el mío, es muy buena con buena mar. ¿Cree que habrá tormenta? -preguntó la señora Hardy, mirando hacia el oeste. 

-Un poco de viento fuerte, señora, buena falta nos hace para que salgamos cuanto antes de aquí -contestó Emil, echando una mirada comprensiva por arriba y abajo. 

-Cante usted algo, señor Hoffmann; usted, que sabe; ¡es tan bonito el canto con un tiempo como éste! Cuando estemos en tierra lo echaremos de menos -dijo Mary en tono tan persuasivo, que hubiera hecho cantar a un tiburón, si tal cosa fuera posible.  

  Emil la obedecía en todo, y no tardó en templar la flauta de su garganta, entonando una de sus canciones favoritas, alusiva a la brisa del mar y a los bergantines veleros. En el momento preciso que expiraban las notas de su clara y potente voz, exclamó el señor Hardy: 

-¿Qué es aquello? 

El ojo avizor de Emil descubrió al momento el humo que salía por un extremo de la cubierta del buque; pero, antes de dar la voz de "¡Fuego a bordo! ", quiso ver si podría apagarlo solo; mas, en el momento de penetrar en uno de los departamentos de debajo de cubierta, quedó medio atufado y horrorizado al ver el peligro, y volvió pensando que su tumba sería algún banco de coral del fondo del mar. 

-Fuego en la bodega, capitán. 

-No asustemos a las mujeres -fue la primera orden que dio el capitán Hardy, y los dos se fueron a ver el medio de atajar el fuego cuanto antes. El cargamento del "Brenda" era muy combustible, pues a pesar del río de agua que se echó dentro de la bodega, siguió ardiendo, como si tal cosa. La señora Hardy y Mary recibieron la terrible noticia con relativa serenidad; y a los pocos minutos se oyó la voz del capitán de "¡Todos los botes al agua!", y el "Brenda" quedó en poco tiempo convertido en una hoguera flotante. Embarcaron, como es natural, primeramente las mujeres, que afortunadamente no había más pasajeros que ellas a bordo, por ser barco de carga, y, luego fue saltando la tripulación, quedándose Emil con el capitán, que no quiso abandonar el buque hasta el último momento, después de haber recibido algunas quemaduras graves. 

Los botes se fueron alejando del peligro, porque se esperaba que de un momento a otro el "Brenda" hiciera explosión; mas antes que esto sucediese arreció el viento, encrespando las olas en tal forma que no pudieron ver cómo acababa de hundirse.
Emil acomodó, tras de titánicos esfuerzos, al herido capitán en el bote donde iba su mujer y su hija, y todos juntos corrieron el temporal, pasando la noche en una angustia continua. Al día siguiente, aflojó mucho el viento, y los náufragos lo pasaron con relativa tranquilidad, pero el herido principió por la tarde a delirar, su esposa estaba medio muerta por el cansancio y la ansiedad, y la pobre Mary, que no había comido en veinticuatro horas más que dos o tres galletas, estaba acurrucada en un rincón del bote, sin poder hablar, de puro débil que estaba.  

  -¡Agua, agua! -pedía el herido en su delirio, y dos de los marineros principiaron a refunfuñar, pero al ver el ejemplo de Emil, que dio su ración, le imitaron los marineros, terminando los revoltosos por apaciguarse. Emil les contaba muchas historias de naufragios para animarles, y hacía cuanto humanamente podía para atender a las mujeres y al herido. 

Al cuarto día, y cuando ya casi no quedaba agua ni víveres, cayó Emil rendido de sueño, y los marineros aprovecharon el momento para apoderarse de la última botella de coñac, que estaba muy escondida, y de los pocos víveres que quedaban; pero, al poco rato, cayó un copioso aguacero, que reanimó a los náufragos, y al despejarse el tiempo vieron con alegría un barco de vela que se les venía encima. Todos agitaron los pañuelos y prendas de vestir, y desde el barco hicieron señal de que los habían visto. 

Sobre la cubierta del "Urania", buque en que había navegado Emil, se encontraron los náufragos poco después, atendidos por el médico y la tripulación. Emil se arrodilló en un rinconcito de la cubierta, y estuvo largo rato orando con gran fervor para dar las gracias a Dios por haberles salvado la vida.   

Los muchachos de Jo/los chicos de JoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora