Es indudable que el tiempo pone de su parte cuanto puede para que los jóvenes escolares disfruten mucho en estos días clásicos que tienen de vez en cuando, mandándoles un buen sol.
Se celebraba el aniversario de la inauguración del colegio que ya conocen nuestros lectores, y desde las primeras horas de la mañana anunció el sol que él también contribuiría para que la fiesta resultase lo más lucida posible. La naturaleza quiso también tomar parte en aquella alegría, haciendo un esfuerzo para desplegar sus galas, ofreciendo flores con profusión; y como el colegio del señor Laurence era mixto, la presencia allí de las bonitas y alegres muchachas mezcladas con los chicos contribuía mucho a animar y dar vida al pintoresco cuadro; y las manos que volvían las hojas de los buenos y sabios libros tenían también la habilidad de adornar con gusto, con rosas y plantas, las clases del colegio.
Los profesores y alumnos de los demás colegios de Plumfield fueron llegando, y el señor Laurie y su mujer, que formaban parte de la comisión receptora, los fueron recibiendo con marcadas señales de atención y alegría, distribuyendo entre ellos gran cantidad de rosas. La señora Meg y su hija Daisy andaban entre las chicas arreglando los tocados de algunas de ellas, que no hallaban del todo a su gusto, mientras tía Jo se multiplicaba de tal modo que estaba hasta en los detalles más insignificantes.
-Mira, Teddy -le decía a su hijo-; quítate ese sombrero de copa, que aquí no estamos en un colegio de Inglaterra. No hagas ridiculeces, hijo; si los sencillos y pacíficos habitantes de Plumfield te vieran con esa chimenea puesta en la cabeza...
El señor Bhaer miraba con orgullo a ese plantel de jóvenes, de los que confiaba abundante y rica cosecha, porque la semilla que se había derramado había sido muy buena; y el anciano señor March sonreía lleno de satisfacción al ver realizados los sueños dorados de toda su vida: la educación de la juventud. Laurie solía eclipsarse, siempre que las buenas formas sociales se lo permitían, porque el recitado o lectura de tantas odas y poesías laudatorias le aburría sobremanera; y las tres hermanas se sentaban en medio de las señoras del pueblo, rebosando la satisfacción y la alegría por todo su cuerpo.
La música fue buena, como lo era siempre que Apolo blandía la batuta; los versos, en los que los jóvenes decían, como de costumbre, antiguas verdades con nuevas palabras, dándoles vida y energía con sus juveniles voces, eran bastante aceptables. Era de ver el entusiasmo que se retrataba en las caras de los muchachos cuando algún pariente o hermano leía alguno de estos versos, y el respetuoso silencio con que eran oídos.
La oración que pronunció Alice Heoth fue, según unánime opinión, el éxito del día; porque, sin ser florida ni sentimental, como sucede con frecuencia en las primeras tentativas de oratoria de todos los jóvenes, era seria, sencilla y tan inspirada, que la autora bajó de la tribuna entre atronadores y repetidos aplausos, y tardó buen rato en poder sentar los pies en el suelo, como si acabase de cantar la "Marsellesa". Habló después el profesor Bhaer con la sencillez con que un padre habla a sus hijos, animando a todos los concurrentes jóvenes a que siguieran con entusiasmo preparándose para la batalla de la vida; y sus palabras, tiernas, sabias y encarecedoras, penetraron hasta el fondo del corazón de todos los oyentes.
El banquete y las horas de expansión en los jardines absorbieron el resto del día, hasta que llegó la noche y empezaron los bailes anunciados en el programa de la fiesta. Poco después de haber principiado éstos, se detuvieron dos carruajes a la puerta, y el señor Bhaer, llevado de sus nobles deseos hospitalarios, fue a recibir a los recién llegados, viendo, con inexplicable sorpresa, entrar a Franz, dando el brazo a su joven esposa, joven, rubia, elegante y guapa, seguidos de Emil, que traía en la mano el sombrero de Mary Hardy, gritando:
-¡Tío Fritz y tía Jo! ¡Aquí tienen ustedes a otra hija! ¿Quedará por ahí alguna habitación para mi mujer?
Nadie contestó a esta última pregunta de Emil, por andar toda la familia muy ocupada en dar abrazos y besos, hasta que tía Jo no se serenó un poco y principió diciendo.
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Los muchachos de Jo/los chicos de Jo
Teen FictionEscrito por Luisa May Alcott; este libro sigue después de hombrecitos y con este se termina la saga de mujercitas.