-Mira, hija mía, siento mucho tener que darte una mala noticia -dijo el profesor Bhaer a su mujer una mañana del mes de enero.
-Pues dila, Fritz, en seguida. Ya sabes que no tengo paciencia para esperar mucho tiempo contestó tía Jo tirando la labor que tenía en las manos y poniéndose de pie al momento para recibir el disparo con valentía.
-Esperemos, mujer, esperemos con seguridad. Ven y te diré las noticias que tengo. El barco de Emil se ha perdido y del muchacho no se sabe nada.
Hizo bien el señor Bhaer en dar el brazo a su mujer, porque de lo contrario hubiera caído al suelo al oír la noticia. La sentó a su lado, y cuando la vio más tranquila acabó de referirle lo que sabía, Franz había telegrafiado de Hamburgo diciendo que el armador del buque había recibido noticias de la pérdida del barco y que se ignoraba el paradero del resto de la tripulación, pero que un bote salvavidas con tripulantes había sido recogido por un barco, y podía ser que Emil se encontrase entre ellos.
Tía Jo afirmaba después que su chico no se había ahogado, porque tenía valor y serenidad para hacer frente a todas las tempestades del mundo; y que volvería alegre, y entraría en la casa cantando como hacía siempre que volvía de viaje. El señor Bhaer se animó un poco con estas seguridades que le daba su mujer, porque quería a aquel sobrino, hijo de una hermana suya, como si fuera hijo propio. Franz siguió telegrafiando desde Hamburgo, a medida que iban recibiendo más detalles del naufragio; y si algo podía consolar a los Bhaer por la probable pérdida de uno de sus muchachos, era el gran pesar que demostraban todos los demás. Tom corría como un desesperado, preguntando a todos los consignatarios de buques para ver si podía averiguar algo más de lo que se sabía; Nat escribía cartas consoladoras desde Leipzig, y hasta el atareado Jack escribía con más fervor que antes; y el pobre Ned vino desde Chicago para derramar delante de ellos algunas lágrimas por la pérdida de su antiguo compañero.
-Esto es hermoso, consolador; aunque yo no hubiera enseñado a mis muchachos otra cosa que ese amor tan grande que se tienen unos a otros, que les durará mientras vivan, estaría orgullosa de mi obra -dijo tía Jo al despedir a Ned para volverse a su puesto.
Rob tuvo que contestar a cientos de cartas que recibían dándoles el pésame; y si todas las alabanzas que en ellas hacían de Emil hubieran sido verdad, habrían tenido que colocar su nombre en medio de los héroes o de los santos. Nan no hacía más que imaginar palabras alegres para tratar de consolar a Daisy y a Bess, pero no lo conseguía; y la señorita Cameron envió una carta muy bien escrita a Josie en la que le encargaba que recibiera con valor la primera lección de la tragedia real de la vida, y que fuera una de las heroínas que tanto deseaba ella representar. En el Parnaso no se oyó durante algún tiempo más que música y cantos religiosos, y en el cobertizo donde había estado últimamente Emil sentado conversando con tía Jo se puso una bandera a media asta.
Así fueron pasando las semanas muy pesadamente, hasta que un día llegó la noticia, alegrando los corazones como alegra el sol el firmamento después de la tormenta. "¡Todos en salvo, cartas en camino! ¡Arriba la bandera, que toquen las campanas del colegio!", gritaba tía Jo, y mientras los muchachos más pequeños entonaban un coro dando las gracias al Señor y los mayores se abrazaban unos otros, con gran alegría y algazara.
Fueron llegando después las cartas en las que se daban detalles del naufragio. Emil lo refería con bastante sobriedad,
la señora Hardy con elocuencia, el capitán con agradecimiento, y Mary añadía algunas palabras más que conmovieron a todos. Pocas cartas habrán sido tan leídas como lo fueron éstas; ni habrán pasado por tantas manos como pasaron éstas; cuando no las llevaba encima el profesor, las llevaba en su bolsillo tía Jo, y a todos los amigos que llegaban a la casa o que se encontraban por la calle se las daban a leer. Las felicitaciones principiaron a llegar en mayor número que llegaron antes los pésames, y Rob dejó a sus padres asombrados con el poema que les leyó, escrito por él, notabilísimo para sus años, y al que John le puso música para poderlo cantar cuando volviera el náufrago.
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Los muchachos de Jo/los chicos de Jo
Novela JuvenilEscrito por Luisa May Alcott; este libro sigue después de hombrecitos y con este se termina la saga de mujercitas.