Detrás de los muchachos fueron desfilando otras personas, desparramándose hacía diferentes puntos, y Plumfield quedó más tranquilo que en años anteriores. Había llegado agosto, y todos sentían deseos de cambiar de aires. El profesor se llevó a Jo a las montañas; los Laurence estaban en la playa, y la familia Meg y los muchachos de Bhaer iban y venían, turnándose entre ellos para no dejar abandonadas las casas del todo.
Meg y su hija se encontraban en el despacho del colegio el día que ocurrieron los sucesos que vamos a relatar.Rob y Teddy acababan de volver de las montañas, y Nan estaba en el pueblo, pasando la semana con la única amiga que ella quería de veras. John se había marchado con Tom en un viaje corto por aquellos contornos, así es que Rob era el amo de casa en aquel momento. El aire del mar había indudablemente trastornado la cabeza a Teddy, a juzgar por lo revoltoso que estaba, mortificando al pobre Octoo, el hermoso perro de Dan, que no quería separarse de la puerta del cuarto de su amo.
-No, hombre, no -decía Teddy a Rob-; este perro está enfermo; no quiere jugar, ni comer, ni beber; no se mueve de la puerta del cuarto. Si le sucede algo, Dan nos va a matar cuando vuelva.
-Será el calor -contestó Rob-; los perros sienten mucho el calor; y, además, se ve que está triste, como si presintiera algo. Oye, Teddy, ¿le habrá sucedido algo a Dan? Yo he oído hablar algo de esto - siguió diciendo Rob, y se quedó muy pensativo.
-¡Puf!, ¿qué quieres tú que sepa el perro de esas cosas? Es que está fastidiado con nosotros
- y Teddy castañeó sus dedos para llamarle la atención, pero el perro no hizo más que mirarlo con tristeza, y volvió a bajar la cabeza sin moverse de su puesto.-Déjalo, déjalo; si mañana sigue así, lo llevaré a que lo vea el doctor Watkins, y veremos lo que dice- y Rob se marchó a pulir un poco unos versos volatinos que acababa de componer.
Pero el espíritu de perversidad que se había apoderado de Teddy no le dejaba tranquilo, y siguió hostigando al animal, diciendo en alta voz que no le convenía estar allí tanto tiempo tumbado. Rob había tenido la buena idea de ponerle la cadena, y el animal seguía sufriendo con paciencia los insultos y amenazas de Teddy, y luego sus patadas y empellones, hasta que, ya cansado, se levantó y ladró.
-¡No toques al perro!, ¡deja tranquilo al pobre animal. Dan encargó mucho que no le pegáramos, ¿oyes?
Rob era el que hablaba de este modo, pero Teddy, en vez de obedecerle, se apoderó de una varita que encontró a mano. Al verlo venir, el perro se preparó para lanzarse sobre él; Rob se puso por medio para apaciguarlo y recibió una dentellada en una pantorrilla.
-Lo siento, Rob, lo siento muchísimo; ¿pero por qué te has puesto por medio, hombre? Ven, ven y te lavaré la herida -dijo Teddy mojando una esponja y sacando del bolsillo su pañuelo para vendarle la pierna.
Rob se sentó en una silla, y no dirigió a su hermano una sola palabra de reproche; se miró la herida y el contorno amoratado, y Teddy le dijo al ver la palidez de su cara:
-Esto no es nada, Rob; ¿te vas a asustar por tan poca cosa?; verás qué pronto está curado.
-No, a lo que le tengo miedo es a la hidrofobia; pero, en fin, si el perro está rabioso, yo seré el único que sufra las consecuencias -contestó Rob con una sonrisa y haciendo un estremecimiento de cuerpo.
Teddy se quedó más muerto que vivo al oír estas terribles palabras, que le hicieron de pronto pensar en lo que a él no se le había ocurrido.
-Por Dios, Rob, no digas eso. ¿Qué haría yo, pobre de mí, qué haría yo si resultara una desgracia como ésa?
-Llama a Nan, que nadie mejor que ella lo puede saber y que no se entere la tía, porque se asustaría; a Nan la encontrarás detrás de la plaza; que venga en seguida, y no perdamos un momento. Yo me levantaré mientras ella llega; acaso no sea nada.
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Los muchachos de Jo/los chicos de Jo
Teen FictionEscrito por Luisa May Alcott; este libro sigue después de hombrecitos y con este se termina la saga de mujercitas.