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Capítulo 17

Emily Salvatore.

Veía a Shane con atención, lo había seguido hasta las canchas de futbol ya que estarían vacías a esta hora de la mañana. Estaba parada frente a él, llevábamos cinco minutos sin decir nada, y aunque tenía mucho que decirle quería que él hablara primero, que me dijera lo que tenía que decir y después consideraría hablar.

-Emily- dio un paso y tomó una de mis manos- yo...- mi corazón latía tan deprisa que temía no poder escuchar lo que tenía para decirme- perdóname- dijo mirando directamente mis ojos, no tenía que decir más para saber lo que sentía, la culpa consumía sus ojos y el miedo salió con su voz, era una disculpa real, de esas en las que sabes que no te mienten porque ves en sus ojos y escuchas en su voz que él sufrió tanto como tú lo hiciste.

Estaba a nada de lanzarme a sus brazos para llorar cual niña pequeña, pero contuve mis impulsos, gracias a todo lo prudente en el mundo, tenía un nudo en la garganta que no me dejaría hablar bien, mis ojos quemaban por derramar las lágrimas que se agrupaban detrás de ellos.

-¿Por qué...?- mi voz se quebró, Shane dio un paso al frente pero yo me alejé de él antes de que pudiera tocarme, sé que dije anteriormente cuanto deseaba lanzarme a sus brazos y llorar cual bebé, pero... esto era difícil no podía solo dejarlo volver así tan fácilmente después de todo lo que pasó.

-Es una larga historia- rascó su nuca.

-Tengo todo el día para escucharlo- limpié una lágrima traicionera que corrió por mi mejilla, cuando estaba por responder la campana se escuchó interrumpiendo mi respuesta, pensé en qué hacer, tendría que actuar rápido o alguien nos vería- ven conmigo- tomé su mano y la arrastre hasta el estacionamiento, fui a donde dejé mi auto y desactive los seguros- sube- se quedó estático.- ¿Qué esperas?- el me miró y señalo mi auto.

-¿Es tuyo?- sus cejas estaban alzadas.

-Sí, es mi regalo de Navidad- subí al auto esperando a que el imitara mis acciones.

-Estamos a primavera, ¿lo sabes, no?- me encogí de hombros y encendí el auto, después nos colocamos los cinturones.

-Mis excéntricos padres no comprenden ese concepto- salí del estacionamiento del colegio ignorando las protestas del guardia de seguridad.

-¿A dónde vamos?- preguntó por tercera vez, pare en un semáforo.

-Casi llegamos, puedes esperar.

(...)

-¿Cómo conoces este lugar?- miré su rostro, estaba asombrado por la vista que daba el lugar.

-Mi abuela solía traernos y leernos cuentos, mamá nos trajo una vez, compuso una de sus canciones aquí mientras un Mike de dos años jugueteaba y su pequeña hermana lloraba en brazos de su padre- me senté al pie del enorme y viejo árbol, mientras veía el hermoso campo llenó de árboles y flores preciosas, todo era colorido y el aroma dulzón de la primavera me encantaba.

-Tal parece que este lugar tiene historia- se sentó a mi lado, suspiré.

-No te imaginas cuanta- este árbol era el lugar en donde mi bisabuelo, abuelo y padre, habían profesado su amor a sus esposas, lo que resulta irónico ya que, en esta ocasión, no era testigo de una historia de amor, sería testigo, quizá, de ver un corazón roto.

-No fuiste una apuesta- dijo, después de un silencio que comenzó a tornarse incomodo – no pensé en lo que dije esa noche, no quería lastimarlas.

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