CAPÍTULO I

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Llovía.

No recuerdo si mucho o poco, claramente se podía escuchar el golpeteo de las gotas en las ventanas. Únicamente recuerdo que no tenía las mínimas ganas de levantarme de la cama. Hacía demasiado frío para poder quitarme de encima las cobijas. Pero una terrible sensación de soledad comenzó a apoderarse de mí.

Era el último día de escuela o probablemente la continuación de mi vida; cursaba segundo de secundaria y nada era mejor que vivir cada día a pesar de las buenas y extrovertidas aventuras junto a sus debidos errores que me acompañaban.

Mi nombre es Altaira, tengo apenas 14 años y nada es mejor que ser adolescente. Te excusas para todo con ello, como cuando gritas de enojo o rápidamente cambias de emoción y enseguida dices >entiéndanme sólo es la edad< pero no es así, eres completamente consciente de tus errores y los demás lo saben, pero fingen entender.

Seguía lloviendo.

No se le veía fin a todas aquellas nubes que mi ventana me permitía ver, por fin me había quitado las cobijas de la cara, pero no la pesadez. Realmente no le veía caso ir a la despedida. No tenía ganas de ver a nadie, mucho menos de despedirme. Se estaba acabando una etapa más de mi vida, pero no quería ver como se alejaba.

De verdad que la lluvia no tenía ganas de irse.

Ni yo.

Mi mamá me llamaba desde la planta baja diciendo algo como >ya es hora, Altaira<. Mi mamá es una de esas mujeres perfeccionistas, lo suficientemente paciente con su toque necesario de orgullo. Nunca me ha pegado ni mucho menos, pero a veces sus miradas duelen más que cualquier golpe.

Por fin me levanté y me puse aquel horrible uniforme contra mi fuerza de voluntad. Proseguí con aquella rutina de secundaria hasta que bajé y tomé el licuado de cada mañana, a lo que me di cuenta de que nada cambiaría en mi destino sólo la dirección de mi vida.

Soy de México, aquel país lleno de sus codiciados prejuicios y mejor aún, con su anhelada corrupción.

Yo era de ese pequeño porcentaje de sus habitantes que no se adaptaba, era un horror tener que soportar todos los días aquel ánimo de conformismo. Me encontraba en una escuela de un nivel económico medio, pero ninguno con alguna esperanza por su futuro. Tenían dinero, pero no cerebro, quién lo diría.

Me cansé de tanta antipatía y hablé con mis padres para que me cambiaran de escuela y aceptaron.

Me terminé mi licuado y me dirigí al baño a lavarme los dientes y verme al espejo antes de irme mientras mi mamá salía a prender el automóvil.

Mientras subía las escaleras pensé en todos los momentos difíciles y maravillosos que me faltaban por experimentar.

Pero no quería hablar del futuro incierto, sino de aquel presente pasajero. Vuelvo a lo mismo:

LLOVÍA.

Estaba lista para partir a decir >bueno queridos compañeros, me retiro porque son unos buenos para nada y me desespera su conformismo, les doy las gracias por ser mis amigos, pero aquí no me siento cómoda ni conmigo misma< y mientras practicaba ese raro pero buen discurso me quedé viendo firmemente mi reflejo. Escuchaba la lluvia y me observaba a mí. Hasta que lloré.

Lloré mientras oía llover. Y que hermoso fue.

Volé en el espacio-tiempo y regresé a cuando faltaban experiencias y conocimientos, donde todos carecíamos de intimidad y privacidad porque no la entendíamos y no la necesitábamos, tan sólo 6 años donde tu mamá era la que te vestía mientras tú fingías estar dormido o te peinaban arrancándote medio ojo.

La galaxia y luego yo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora