CAPITULO IV

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Y ésta se convirtió en mi rutina favorita, despertaba teniendo un mensaje de Adán según él para recordarme la cita diaria, pero yo en el fondo sabía que era su pretexto para hablarme.

Bajaba a desayunar, me bañaba, ordenaba mi cuarto o limpiaba algo, me arreglaba y me iba a la biblioteca.

Todo era perfecto.

Hasta una tarde, mientras recorríamos el pasillo a recepción.

- Altaira, este es el segundo libro que vamos a leer.

- Lo sé, Promesas sin cumplir y A través de mis ojos; deberíamos leer más

- No, me refiero a que, bueno no nada. –dijo cortante y rápidamente entró a la habitación.

Estaban dos personas más, sin pensarlo Aldo estiró unos libros y siguió conversando con aquellas personas.

- Nos ha tocado Lo mejor de nuestro adiós, Gala... -en cuanto esas últimas cuatro letras se asomaron por su boca se sonrojó.

- ¿Cómo me ibas a llamar, Adán? –le dije, más por molestarlo que por saber.

- De ninguna manera, Altaira. –dijo y salió de la habitación rápidamente.

Hoy es martes está nublado y aún así hace algo de calor.

- Tengo ganas de una nieve –le dije cuando llegamos a la entrada de la biblioteca.

- ¿No quieres la dona? –preguntó él algo extrañado.

- Claro que la quiero, pero me estoy acostumbrando a ella. ¿Qué haré el día que ya no podamos comerla? La magia de la dona es juntos.

- Bueno, ese día recordarás éste y mientras lo haces estarás comiendo tu nuevo postre favorito. Entonces sonreirás discretamente y mirarás al cielo y dirás "La Galaxia es tan cambiante que mis gustos van cambiando a conforme su alineación". –jamás lo había oído decir algo tan decidido.

- ¿En este momento está alineada? –pregunté.

- No, no lo está. Pero nosotros la estamos obligando a hacerlo.

- ¿No debería?

- Altaira, deja de preguntar. Sólo goza que disfruto de ti –lo dijo con tanta seriedad que pensé haber escuchado mal.

- Es inevitable no preguntar. Te pregunto todo lo que puedo porque eres como un universo, con secretos y una admiración a un mundo desconocido y mágico, cómo no hacerlo –le dije, entendiendo que era momento de ser como él. Sincera.

- ¿Y el día que no lo sea? –me respondió algo sorprendido al escuchar lo que yo dije.

- Me temo que jamás llegará ese día.

- Qué tal cuando entres a la preparatoria y conozcas a alguien más –lo dijo desganado.

- ¿Ahora quién es el que hace malas preguntas?

- Tú. –respondió con el mismo tono juguetón con que yo se lo había dicho.

- Bueno, entonces permíteme continuar –le dije en el momento en que tomé su mano y giré hacia la izquierda.

- ¿A dónde me llevas, Altaira? –me cuestionó él.

- Me dijiste que yo era la de las preguntas, ¿Por qué disfrutas de mí? –le pregunté mientras lo jalaba de la manga de su suéter guiándolo a dos calles de ahí, consciente de que ahí vendían nieves.

- ¿Quieres que te sea totalmente sincero? –dijo frenándose y arrastrando mi mano hacia la suya y entre lazando nuestros dedos- te disfruto a ti porque eres como la Galaxia y ésta es algo infinita, al hacerlo renuncio a estar con alguien más y por consecuencia a disfrutar o ser lastimado por otro ser humano, sin embargo, te disfruto a ti porque eres aquella gota derramada de un vaso y al cuidar de ella, de ti, te has convertido en un rio que lleva tanta agua que nunca podré parar. Te quiero porque no me da miedo, al contrario, en tan poco tiempo me has dado valor al menos para cruzar la calle y crear un sitio especial entre libros, donas y miradas.

Me paralicé en cuanto su voz cesó. ¿Había escuchado bien?

- Ahora no sé qué decirte –le dije, sintiendo las mejillas calientes.

- No tienes que decir algo –me dijo él apretando mi mano contra la suya.

- Pero siento la necesidad de decirlo.

- No digas nada más que sea que quieres estar conmigo.

- Adán.

- Altaira.

- Quiero estar contigo –le dije acercándome un poco más.

- Altaira.

- Adán.

- Eres mi Galaxia, ya es muy tarde para no estarlo.

Continuamos caminando hasta llegar al negocio, pedimos nuestras nieves y nos sentamos cerca de un jardín que se encontraba por allí.

Era inevitable no sentirme afortunada. Las horas nunca habían pasado tan rápido como en ese momento.

Empezaba a leer cuando Adán me desconcentró. Su mano me tomó por sorpresa, y es que nunca había vivido algo así.

Quizá en nuestra primera conversación tuvimos razón; siempre hay una primera vez.

La galaxia y luego yo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora