Tormenta
Yaima todavía permanecía en el lugar donde había nacido, 14 años antes. Criada entre pinos, plantas silvestres y aire fresco, donde el sonido del viento se fundía con el trinar de las bandurrias, le era imposible no sentirse dichosa. Algo debía aceptarse: era una niña muy especial. Los berrinches no eran su respuesta típica, puesto que solía esconder aquello que le hacía mal. De hecho, la mayoría del tiempo lo pasaba sola, y por voluntad propia. Sus padres siempre habían querido lo mejor para ella. Sin contar los esfuerzos que su madre realizaba para llevarla todas las mañanas a la escuela y la ausencia por largos meses de su padre debido a su oficio de pescador, lo más destacable en ellos, era el orgullo que sentían. Eran amorosos y realmente responsables, de esos que nacieron para ser padres.
Para Yaima nada se asemejaba a la felicidad que le habían dado ese año. La despertaron una mañana, una de esas lindas en que la familia estaba completa. La actitud expectante de sus padres, le indicaba que algo tenían entre manos. Su sorpresa estaba justa a los pies de su cama, sin dejar de moverse y renegar en una jaula chiquita, cubierta como se pudo con un papel de regalo. Tardó un segundo en comprender que sus ruegos habían dado frutos, le habían regalado al fin lo que tanto deseaba: una mascota. Desde siempre, soñaba con tener un hermano o hermana, pero sería imposible; porque sus gastos no daban para más y no criarían mal a un miembro de la familia. Pero la soledad que vivía esa niña, a pesar de que nunca se quejaba, debía ser curada de alguna manera. La solución se llamó Yaco, fue un gran compañero de pelaje crespo y blanco, al que cuidó y alimentó como si fuera un hijo. El perro se levantó todos los días a partir de entonces, para desayunar con las mujeres de la casa. A Yaima no le importo en absoluto que fuera un perro sin raza. Yaima se distinguía por dos grandes cosas: su belleza y su buen corazón; dos cosas que deben ir de la mano, si la belleza quiere seguir siendo contada.
Los meses volaron con el pasar habitual de siempre y de la misma forma crecía su amigo, quien no se privaba nunca de corretear con ella por los alrededores. Iban hasta el Correntoso ida y vuelta. Estar tan cerca de ese lago, convertía su casa chiquita y humilde, en un paraíso. Se demoraran siempre en volver por culpa de Yaco quien amaba chapotear en el agua, rescatar ramitas e investigar. Resultó ser un gran protector. Había aumentado de tamaño mucho más de lo planeado, y sin embargo, al vivir solas, a la madre no le molestó que siguiera durmiendo dentro. Era un perro de mirada despierta, musculoso e inteligente, habían tenido suerte teniendo en cuenta que el perro estaba desnutrido cuando lo encontraron y probablemente había nacido a la intemperie. No pudieron decirle no a esa mirada. Incluso eso ayudó a encariñarse rápido con él e ignorar que llenara la casa de pelos. Si lo dejaban fuera, temían que volviera a enfermar. En fin, Yaima era completamente feliz. Y al no tener a su padre con ellas, no valoraba a nadie más que a su pequeña familia.
El año transcurrió y la espera de las vacaciones de verano por fin terminó. La niña, muy astuta, aprendía todo con facilidad, y si no destacaba entre las demás, era porque no le gustaba destacarse. Realmente no necesitaba reconocimientos. Siempre terminaba antes que todas, pero se perdía en sus pensamientos con tal rapidez, que si la profesora veía sus trabajos o no, le importaba muy poco. Era de las que siempre encontraban algo sumamente interesante para mirar por la ventana, la cual daba al patio y enmarcaba los arboles viejos, bailoteando hermosamente con el viento.
Habiéndose despedido de sus compañeras, salió del lúgubre colegio católico y se reunió con su mamá, quien la recibió con un beso en la cabeza y un ligero abrazo. Estaba tan contenta de que por meses no se volvería a poner ese uniforme gris horrible. Volvieron a paso lento, junto con el perro que las seguía a todas partes, hasta llegar al caminito de tierra que rodeaba el bosque y las llevaba a casa. Estaban comenzando unos días realmente calurosos y secos, que duraban poco, por eso había que aprovecharlos bien. Pocas nubes en el cielo y viento leve eran suficiente motivo para ponerse la malla y correr al agua.
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El lago
AventuraYaima es una niña especial, a pesar de que todavía lo ignora. De hecho, fue elegida para que la perspectiva de su vida cambie para siempre de una forma increíble. A veces, las sorpresas llegan solas. En esta ocasión, la sorpresa, es traída por el ag...