Capitulo 10: Migración

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Migración

Cuatro ojos vieron más que dos. Afortunadamente, muchas inmortalis lapis estaban esperando ser recogidas. Solo debían hacer sus increíbles selecciones visuales en asociación con sus cerebros (más rápidos que sus propios movimientos). Al principio solo Caribdis las distinguía, camufladas a la perfección entre barro y hojas muertas. Pero Yaima fue agudizando poco a poco sus vistazos, y donde nadie hubiera mirado, ella lo hacía. Y el olfato. Era excelente pasar sin mirar cerca de un montón de rocas enormes y apiladas y saber que allí, en el fondo, en medio de la oscuridad, había una inmortalis. El olor a flores era inconfundible.

Ella las recogía y las guardaba, mientras la náyade miraba a poca distancia sin poder contener su felicidad. Aprisionadas en el recipiente de vidrio, era aún más notoria su luminiscencia, un espectáculo digno de ver y en cuyos brillitos valía la pena perderse. Cuantas más eran, parecía que potenciaban su luz. Como viejas hermanas que se alegraban de reencontrarse. La mochila de tela brillaba como una lámpara de noche.

Yaima, aunque no decía nada por no parecer egoísta, sentía que aquello era un juego, uno irreal. Todavía no podía creer que estuviera pasando, y no se tomaba muy enserio la misión. Era como buscar las diferencias en esos juegos de las revistas, en donde hay dos imágenes, que a primera vista parecen idénticas. Siempre quedan un par que cuestan más que las anteriores. No sabía porque, ya que estaban allí y solo había que buscar. Pero siempre pasaba. Eso a Yaima la sacaba de quicio. Pero a la vez era lo divertido del juego. Así se sentía ahora que faltaban pocas piedras. Cuando todo acabara, habría ganado.

Además, descubría poco a poco sus habilidades, su rapidez, sus reflejos, su fuerza. La torpeza y la timidez habían quedado en tierra, en su antigua "yo". Eso la animaba considerablemente, y parecía atenuar esas dudas que se habían cernido en el interior de su estómago.

Luego recordó lo lejos que estaba de su hogar. Un estremecimiento recorrió su cuerpo. Ya terminaría todo y volvería lo más pronto posible. Si no paraba de pensar, volvería en ese mismo instante. Ese era su momento y su lugar, debía enfocar su concentración en ese punto para continuar su camino. Eso no era tan difícil como cuando era humana, simplemente decidía en que concentrarse y lo hacía. Un solo clic. Cuando se dieron cuenta, solo les faltaban tres efímeras piedras, que no tardaron en hallar. Festejaron con un abrazo giratorio y honesto. Afortunadamente habían sido veloces, porque el sol estaba escondiéndose, y solo tenían un día para entregarlas: el tiempo que tardarían en llegar hasta el Reino. Yaima se dio cuenta de que sin sus piedras regaladas, nunca hubieran encontrado tantas, por mucho que se esforzaran.

Otra maravilla, fue que había pasajes entre los lagos, extraordinariamente largos, que ningún humano imaginaria. Eso les permitía pasar de un lago a otro. Caribdis le contó que muchos de esos pasillos subfluviales, los habían creado sus ancestros. Era una red interconectada de túneles ocultos. El día murió al entrar en ellos. Los últimos rayos de sol fallecieron detrás de la tierra y desaparecieron por completo. La oscuridad era absoluta hasta el punto en que no podía distinguir la dimensión del lugar.

Flotando en esa calma, pensó que así se sentiría un astronauta en el espacio exterior, en la estratósfera. A excepción de su mochila que resplandecía un poco. También había pequeños peces que con sus brillantes líneas laterales cumplían el papel de estrellas. La sensación era de admiración tanto como de mareo. Caribdis por el contrario, estaba tranquila.

- Pronto te acostumbrarás.

La llevaba tomaba de una mano, e iban casi a rastras en el suelo de arena. Para ellas, por suerte, era como pasear: no sintieron cansancio en la primer parte del viaje. Yaima espero largos minutos intentando ver algo que no fuera negro.

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