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La náyade, sumida en sus pensamientos, se dejó llevar suavemente por la corriente. Luego, volvió en sí. Yaima había quedado desconcertada, en libros de cuentos estas criaturas eran felices, las historias eran mágicas, con aventuras divertidas, amigos y canciones. Caribdis estaba lejos de esas cosas, sus problemas eran reales y complicados, estaba desesperada en un mundo sin solución, aun cuando parecía que todo estaba solucionado. ¿Cuántos años más deberían pasar para que pudieran vivir sin desdicha? Estaba siendo traicionada por quien debía confiar y para quien había trabajado toda su vida. Era inaudito. Aunque no entendía de reinos, creía que nada le debían a ese Rey insolente y despótico.
Y otro hecho era muy importante de destacar: en su interior, Yaima se sintió levemente identificada, por la preocupación que sentía por su padre.
- ¿Qué necesitas que haga? - preguntó Yaima, quien tal vez no pudiera ayudarla, pero intentarlo no costaba nada.
Caribdis se recompuso, y la miró con esperanza.
- ¿Realmente lo preguntas?- Se sumergió brevemente e impulsándose con su larga cola se elevó en vertical, a gran altura. Girando, dejo ver su figura y el brillo hermoso de sus escamas la encandilaron. Luego cayó de espaldas con una gran sonrisa, salpicando a Yaima otra vez.
- ¡¡Lo sabía!! Mis predicciones nunca fallan. Aunque sean confusas y a veces no aparecen cuando más las necesito... Eso no importa, lo que quiero es que me ayudes a conseguirlas. - dijo al fin.
- ¿Y cómo son esas piedras? - preguntó, ya entusiasmada.
- Las piedras planas, las immortalis lapis, como nosotros las llamamos, son piedras con un centelleo especial, dentro del agua de donde fueron sacadas resplandecen como ninguna y son ovaladas. Se encuentran en manantiales o aguas sagradas. Y en lagos como este, por eso estoy aquí Yaima. La verdad es que nadie sabe de dónde obtuvieron su magia, pero hablan de una disputa, entre una poderosa criatura que burlo a una hechicera, repartiendo su alma en estas piedras especiales para que no pudiera matarla jamás. Aunque la hechicera busco por años todas las piedras, no le alcanzo la vida.
- Deben ser hermosas, me encantan las piedras especiales. - dijo Yaima recordando las que tenía guardadas en su habitación.
- Estas son las más hermosas. Pero eso no es todo: dicen que tienen un perfume único a flores y tampoco tienen el color de cualquier piedra, son del color de la sangre humana: roja.
Al escuchar todo esto la niña conecto sus ideas y se dio cuenta de que esas características coincidían con muchas de sus pequeñas rocas.
- Tal vez te parezca muy absurdo pero... ¿puede que tenga algunas?- sugirió lentamente. Se produjo un largo e incómodo silencio. Se miraban a los ojos sin atreverse a pestañar. Yaima apretaba los labios unos con otros, hasta el punto en que su sonrisa era una fina línea blanca.
- Es imposible. Pero quiero verlas ahora mismo - le contestó Caribdis. Supo en ese momento que el encuentro con aquella humana había sido fortuito y no cabía lugar a las coincidencias.
- Okey, ¡esperame acá! - dijo Yaima antes de salir corriendo súper emocionada. Sabía que eran especiales, siempre lo supo. Su madre le decía que eran hermosas, pero no era solo eso...
-No pienso moverme de aquí. - susurro la náyade, más hacia ella misma que hacia la niña.
Yaima entro a la casa cerrando la puerta de un golpe. Corrió a su habitación, se arrodilló frente a su mesita de luz, abrió el cajón y agarro con sus manitos cinco frascos. Aun le quedaban dos más pero no podía con tantos. Busco rápidamente una bolsa. Encontró una mochila de tela perfecta para la ocasión. Metió todos los frascos con piedras allí y siguió su camino. Salió de la habitación, cerró la puerta de un golpe, corrió por la cocina ignorando el saludo que le hizo la madre, y salió de la casa con la mochila a sus espaldas. El ruido que hacia al correr se parecía al de campanitas entrechocando.
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El lago
PertualanganYaima es una niña especial, a pesar de que todavía lo ignora. De hecho, fue elegida para que la perspectiva de su vida cambie para siempre de una forma increíble. A veces, las sorpresas llegan solas. En esta ocasión, la sorpresa, es traída por el ag...