Indignación
Salieron en fila nadando con rapidez. Caribdis por delante. Había que confirmar si el padre seguía con vida o no. A esas alturas estaría sufriendo la inanición. Pero Yaima tenía esperanzas. No habrían hecho todo ese viaje en vano. Comenzaron a alejarse de la luz lentamente, y entraron a una parte del océano a la que parecía que nunca había ido nadie. Ni siquiera los seres más pequeños. Solo se veían resplandores blanquecinos en las paredes, tan altas que parecían no tener fin. Aquellas motas blancas parecían estrellas, pero más grandes. Era lo único que se veía en aquel sector; que hasta olía a muerte. Eso asustó a Yaima.
Al final, donde parecía que terminaba el subsuelo oculto, había un hueco. Al acercarse más y más, Yaima vio las rejas. Era el calabozo.
- ¡PADRE! - gritó Caribdis con angustia.
El hombre estaba tirado en el suelo, acostado dándoles la espalda. En la misma posición pero de manera invertida estaba la mujer. Su pelo corto y canoso flotaba como una planta a la deriva, pero el de ella, mucho más largo yacía aplastado sobre el suelo.
El hombre levanto con esfuerzo su cabeza y miro vagamente hacia su dirección. No tardó en reaccionar. Voló hacia la puerta tomando las rejas con sus manos, provocando un fuerte ruido que sobresalto a Yaima, a escasos centímetros de Caribdis. Se estaban mirando de frente. Sus ojos, del mismo hermoso color que los de ella, inspiraban amor profundo y una ira irrefrenable. Yaima no sabía que esa mirada podía existir, cómo dos sentimientos tan opuestos podían verse en un par de ojos con tal nitidez.
La arena comenzó a levantarse haciendo una polvareda que molestaba bastante. Antedón.
- Por favor, no gastes tus energías en esto. Resérvalas para cuando ese infeliz Rey te libere.
- Me libere. - repitió él. Su voz era grave, pero flaqueaba debido a la debilidad. Miro tristemente a su costado señalando a la otra Náyade, quien estaba allí hacia más tiempo que él. - Está muriendo lentamente. - y como recordando la frase de su hija volvió a la conversación - Eso no va a pasar mi dulce hija, tan inocente e ingenua. No escuches lo que te diga. Un hombre inmoral, no tiene palabra. Nunca.
- ¡No, padre! Esto es diferente. Tengo algo que él desea. Que nadie se anima a buscar por creerlo imposible. - entrelazó sus manos sobre las de él.
- No hay nada que ese ingrato no tenga. Él lo tiene todo. Hasta nuestras vidas.
- Hay algo que no.
Yaima escuchaba desde otro plano, parecía que no estaba allí. El padre de Caribdis se notaba devastado. Comenzó a mirar a su alrededor debido a la incomodidad, tal vez debería retirarse. A cada rato miraba a la otra pobre joven acostada. ¿Tendría hambre? O tal vez había enfermado por alguna razón. Quizá la habían golpeado. No quería escuchar esa voz de infinita tristeza del padre de Caribdis. Pero siendo una náyade no había donde esconderse de la conversación, su audición era extrema.
- Inmortalis Lapis.
El padre la miró con ojos cansados. Rió. No lo hizo consiente. O eso pensó Yaima. Una risa triste.
- Eso es más imposible aun.
- ¿Quieres verlas?
- No. Basta. - estaba dando la vuelta para acomodarse otra vez en el piso cuando Caribdis llamó a Yaima.
-Ven y muéstrale. AHORA. - exigió.
Yaima se quitó la mochila, la abrió y le entregó uno de los frascos. Antedón no quería saber absolutamente nada. Pero a la primer mirada de soslayo noto algo que le llamo la atención. Se acercó flotando, hipnotizado.
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El lago
AdventureYaima es una niña especial, a pesar de que todavía lo ignora. De hecho, fue elegida para que la perspectiva de su vida cambie para siempre de una forma increíble. A veces, las sorpresas llegan solas. En esta ocasión, la sorpresa, es traída por el ag...