Ideas
Avanzaron en grupo a paso lento, vigilando. Alrededor todos cumplían sus trabajos. Algunos limpiaban, otros recolectaban estrellas, flores y cualquier cosa comestible. Otro sector hacia ejercicios de nado, aunque no parecían muy contentos por ello. Era algo protocolar. Menos Caribdis, quien había salido de su casa, pero para buscar a Yaima y no para algo productivo. Gran error. Se topó con todos ellos de golpe, ni siquiera tuvo tiempo de pensar que hacer o decir. A Yaima se le borro la sonrisa al darse cuenta de quien lideraba el grupo: Gértan. Fue el que habló.
- Dígame señorita hija de Antedón; si, no me he olvidado de usted; ¿¡piensa que puede pasear por aquí como si nada!?
- No señor, por supuesto. - la voz de Caribdis era otra. Estaba enojada, pero el miedo la controlaba absolutamente.
- Entonces, ¿Qué busca?
- Quiero... ayudar a limpiar. Ya he terminado mis labores anteriores no quiero... quedarme sin hacer nada.
Ante aquella respuesta Gértan rio muy fuerte como si le hubieran contado el mejor chiste. Los demás lo imitaron a coro.
- ¿Sin nada? ¿Se está burlando de mí? ¿O del rey?
- Yo...- comenzaba a decir Caribdis cuando el macho coloco la punta de su lanza bajo su mentón. Todas las criaturas alrededor pararon y sus miradas entristecidas se clavaron en la náyade. Sus caras eran de desacuerdo total. Todos conocían a Caribdis, sabían que era quien había desafiado al Rey, pero le había salido mal. Sin embargo, no por eso la menospreciaban. Al contrario, todos la admiraban, todos hablaban de ella de vez en cuando. Pero siguieron con lo suyo al cabo de un rato. Sin embargo, Yaima no olvido sus miradas.
- Fue oportuno nuestro encuentro, porque su plazo terminó. Tiene que entregar las Inmortalis, no sea haga la desentendida. Y, ahora, por cierto. - quitó la lanza de su cara. - Pero si quieres otro tipo encuentro luego solo tienes que pedírmelo.
Con ese último comentario desubicado, rio aún más. Al pasar a su lado, toco sus caderas con una mano de manera sugestiva.
- La espera el Rey en diez minutos. Sino, ya sabe las consecuencias, y ya sabe lo que significan para mí: basura.
Caribdis quedo paralizada en su lugar. Los soldados la rodearon para seguir su camino a la casa del rey. Era la hora, y para colmo debía soportar que ese macho grosero y tosco, le faltara el respeto.
En unos minutos la rabia de Yaima hacia Caribdis, se había vuelto hacia esos soldados. Eran horrorosos. Estaba roja como un tomate, no podía creer que la hubieran tratado así delante de todos. Aún seguía allí, paralizada. La comprendió completamente, una vez más.
Nado hacia ella, la quito de su estado y volvió a meterla en su hogar.
- Mira Caribdis, te perdono. Sé que lo que me hiciste fue un impulso. Ahora tenes que escucharme, y hacerme caso porque no hay tiempo. Voy a decirles a todos que se acerquen al reinado para cuando vos entregues las piedras. Estoy segura de que voy a encontrar al menos la misma cantidad de machos que de soldados. Tengo solo diez minutos. Guarda en mi mochila unas pocas piedras. No vamos a dárselas todas. Si no consigo a los suficientes, entregaras todas las piedras. Créeme, vamos a ganar esto.- al terminar la abrazo. - Sos muy muy fuerte. Tenes que confiar en mí como yo lo hice con vos. Tu padre es mayor, si querés salvarlo tenes que esforzarte una vez más, solo un poco.
- Esta bien.
Fue todo lo que dijo, y lo que diría. Yaima creía que estaba resignada. Estaba en shock por lo que pasaría a continuación. Tenía miedo, al igual que ella. Pero solamente quería irse de allí. Unos segundos después, Caribdis se dirigió a la mochila. Haría lo que le pidió.
Eso no era todo. Caribdis había tenido una premonición cuando Yaima se acercó a hablarle. Era lejana, no era clara como otras que solía tener, pero una figura paterna, se encontraba con ella en un futuro cercano, y estaba en paz. Eso era extraño, pero a la vez le dio muchas esperanzas. Tal vez, su padre estaba en el palacio, esperando para que ella entregara las piedras y así poder volver a su hogar. O tal vez no. Pero la premonición, la había tenido. Y eso era algo muy bueno...
Ahora su deber era reclutar gente. Deberían presentarse, y explicar la situación, que en realidad ya todos conocían. Debían ser cuidadosas porque había muchos vigilantes todo el tiempo. Yaima empezó por los que habían visto a Caribdis. Les hablo a todos
- Sé que lo que voy a pedir, parece una locura. Pero si quieren dejar de hacer trabajos obligados, si quieren dejar de ser esclavos de este Rey estúpido, me tienen que escuchar.
Los ciudadanos por poco quedan con la boca abierta al escuchar el insulto hacia el Rey, su Rey, el Grande, el Poderoso. Y no por indignación ni respeto, sino porque nadie nunca se atrevía a decir lo que en sus cabezas pensaban, día tras día. Que el rey, era efectivamente, la criatura más torpe y estúpida. Terco y soberbio. Cada uno sintió una pequeña y rápida satisfacción en su interior. Y se preguntaban quién era esa pequeña y valiente náyade, que no conocían y nunca antes habían cruzado por la ciudad, pero les reconforto saber que alguien tenía todavía esperanzas de algo en ese lugar.
Algunos pensaron que era muy ingenua, que estaba loca. Pero luego se pusieron a pensar con que seguridad decía todo aquello. Y sus sentimientos comenzaron a ser más flexibles con el correr de su relato. Otros sintieron miedo por ser escuchados y miraban alrededor para asegurarse de que nadie los viera.
Yaima continúo:
- Sé que acarrean el miedo desde hace siglos, pero hoy pueden terminar con todo esto. Hoy, terminarían con esto, y podrían volver a tener una vida libre. Sé que con solo pensarlo sienten felicidad. ¡Imagínense si se vuelve realidad!..
- Pero, ¿cómo? Es imposible lo que pides niña. El Reino es más fuerte. - se animó a decir uno de ellos.
- Te equivocas. El rey se está poniendo viejo, y cada vez más débil. Si no, ¿por qué creen que esta tan desesperado por tener las inmortalis lapis? Les han hecho creer muchas cosas, necesito que me crean a mí. Antedón, el padre de Caribdis, está encerrado. Y morirá como paso con los demás, estoy segura. No quiero eso. No quiero que el próximo sea uno de ustedes... de nosotros.
Comenzaron a mirarse entre ellos. ¿Podía ser posible? ¿Ser libres otra vez?
- ¿Qué tienes en mente niña? - volvió a preguntar el mismo hombre.
Yaima sintió un inmenso alivio. Estaba convenciéndolos. Les conto el plan que había formulado apenas diez minutos antes.
Que algún Dios los ayudara.
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El lago
AventuraYaima es una niña especial, a pesar de que todavía lo ignora. De hecho, fue elegida para que la perspectiva de su vida cambie para siempre de una forma increíble. A veces, las sorpresas llegan solas. En esta ocasión, la sorpresa, es traída por el ag...