Capitulo 3: Adrenalina

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Adrenalina

- ¿Quién... qué sos?

A Yaima le temblaba la voz incontrolablemente, necesitaba una respuesta a todas las preguntas alborotadas que tenía en la cabeza, sin poder conectarse a nada real. Se sentía en medio de una nube, mareada, con vértigo. Algo era seguro: estaba despierta.

- Niña... - respondió dulcemente - no debes de temer por mí. Mi miedo por estar aquí es triplemente mayor al tuyo. He dudado, pero no tuve elección.

Yaima estaba impresionada, esa cosa parecía tener las mismas características que ella y hasta sabía su idioma. Pero bien podía ser una trampa.

- ¡Por favor dejame ir! podes seguir tu camino, yo no te voy a molestar, por favor -- solo quería apartarse y correr, estaba comenzando a sollozar otra vez, hasta que la mujer se le acerco nuevamente. Yaima amagó a cubrirse la cara con el brazo de manera violenta.

- ¡No, no! - Le dijo: - te necesito.

- Es que yo no tengo nada, no tengo nada que te sirva - Yaima no sabía que decir.

-¡No! Necesito ayuda... y solo vos podes dármela.

- ¿Yo? No... ni siquiera sé quién sos.

- Mis disculpas - dijo agachando la cabeza a modo de cortesía - yo soy guardiana de aguas profundas y heladas. Soy una náyade. Puedo respirar en superficie, aunque bajo ninguna circunstancia debería estar aquí. Pero la desesperación nos consume Yaima.

Al pronunciar su nombre levantó la vista hacia ella, con la mirada severa.

- ¿¿Qué?? - se oyó decir.

Ya había escuchado demasiado y que supiera su nombre era lo único que faltaba para que todo fuera una locura. Se paró como pudo sin dejar de sentir la mirada de aquella cosa y dio unos pasos atrás.

- ¿Cómo sabes mi nombre? Es imposible - No podía dejar de negar con la cabeza. : - No puedo ayudarte.

Comenzó a dar pasos rápidos en dirección contraria, escalando las pequeñas piedras para llegar a la tierra. Sin embargo, en mitad del paso, sintió como su cuerpo se congelaba en el lugar, quedaba paralizada por más fuerza que hiciera por querer seguir. La criatura la había inmovilizado, aunque Yaima no supiera cómo.

- No es la primera vez que te veo Yaima. Estoy aquí desde ayer. Y si, sos la persona que me va a ayudar. Estoy tan segura como que mi nombre es Caribdis, y que lo único que quiero es salvar a mi padre, Antedón.

Caribdis, pensó, que nombre extraño. Tomó el tobillo de la niña entre sus dos manos, y Yaima pudo moverse nuevamente como siempre. Giro para mirar la criatura de nuevo, como para verificar que realmente eso estaba pasando y una náyade, o lo que sea, la tenía agarrada de los tobillos un día de enero.

- Veo en tus ojos pureza y bondad, escuchá mi historia, y estoy segura de que vas a aceptar.

Yaima cayó en la cuenta de que se notaba aun en esa hermosa voz, la tristeza. Al parecer, sus sentimientos eran tan traslúcidos como su piel. Después de todo ella misma la había identificado como mitad animal. Si eso era cierto no podía más que ser buena y necesitar ayuda, con la diferencia de que al poder hablar ella sí podía pedirla. No como los pobres animales, siempre indefensos, siempre ocultándose. Temiendo a la raza superior. Se imaginaba a Yaco en una horrible situación sin poder explicar su malestar o su problema, y no podía soportarlo. La mera mención de alguien en peligro, sin importar quién o que, a Yaima le producía un ansia de justicia que renacía muy dentro en ella. Aunque fuera también indefensa y estuviera sola, aunque fuera pequeña, siempre sentía que a la hora de ayudar no hay condicionamiento alguno. Todos podemos. El problema es que nadie nunca quiere ayudar. A la hora de actuar, nadie lo hace. Eso decía siempre la mamá. Y tal vez tuviera mucha razón; porque ahora, tenía una criatura que le rogaba su tiempo y ella, quien decía que amaba a los animales más que a nada en el mundo (aunque fuera éste, uno excepcional) solo podía juzgarla negativamente.

Seguían ahí mirándose fijo a los ojos. Abría y cerraba sus branquias azuladas a la espera de una respuesta. Le pareció ver sus ojos humedeciéndose. ¿Era posible que estuviera llorando?

De repente, direccionó su mirada detrás de Yaima, con ojos más abiertos aún y ladeo la cabeza, oyendo algo. Tiró su cuerpo hacia atrás, impulsándose con su cola, tomando una altura impresionante. Yaima se contrajo, todavía a la defensiva. Pero lo único que hizo fue zambullirse en el agua sin hacer ruido, grácil como una bailarina.

Danzó por debajo del agua, su cuerpo se veía muy bien. Yaima comenzó a escuchar lo que ella había notado antes. Pasos, quebrando ramitas. Seguro era su madre, quien, no sabía cómo, supo que estaba allí.

La alegraba saber que una persona estaba cerca. Pero a la vez una parte de ella era atraída por esa criatura, que estaba yéndose. Era como si estuviera literalmente partida en dos. Una parte quería huir, correr muy lejos y abrazar a su madre, y llorar. Otra parte quería seguir sintiendo la adrenalina en su sangre, seguir investigando la situación hasta llegar al fondo del asunto. Tal vez ella se iría para siempre y sin haber conocido nada de su historia. Miró hacia la casa, miró hacia el lago. Si no le había hecho daño cuando pudo, ¿por qué lo haría después? Volvió a mirar sabiendo que en cualquier momento su mamá la vería y ya no tendría alternativas. Así que, respiró profundo y tomó coraje. Sin pensarlo mucho más la llamó:

- ¡Ey! ¡¡Esperá!!

No gritó fuerte, por lo que había visto esa criatura tenía buen oído. Inmediatamente una cabeza se asomó en la superficie hasta el comienzo de la nariz. Solo se veían sus ojos fríos y la mata de cabello flotando como algas. Era escalofriante.

Tenía una sola oportunidad de hacer lo que debía, de vivir una experiencia única de verdad. ¿Quién sabe si alguna vez volvía a ver algo como eso? Si había querido tener un verano distinto, presintió que ya comenzaba a tenerlo.

- Quedate acá, no te vayas. - le dijo Yaima haciendo señas con la palma de su mano, para que se quedara quieta. Distinguió su sonrisa debajo del agua. Hundió su cabeza y se camuflo perfectamente.

Yaima dio un par de pasos hacia atrás y se dio vuelta para encontrarse cara a cara con su madre.

- Pero ¿qué viste? ¿un fantasma? - dijo riendo - ¡mira tu cara!

Yaima fingió sonreír, pero no se movió de su lugar.

- ¡Hice té! - Le dijo la madre rodeándola amigablemente por los hombros. - se están enfriando... te llame antes. Pasa que no me escuchaste porque estabas acá, te viniste re-lejos. Hice uno de jazmín para mí, y otro de frutilla, para vos.

- Buenísimo má... - contesto la hija quien nerviosamente volvió a mirar el agua. No quería irse del todo, simplemente tenía miedo de volver y que no estuviera más ahí. Luego recordó su buen oído, así que seguía comunicándose con ella si quería.

- Voy a tomar el té, pero después tengo que volver má. Necesito terminar algo. ¿Sí? - dijo lo más tiernamente que pudo.

- Mmm, ¿no te cansas de estar acá sola? Porque yo sola me aburro allá adentro - le reprochó la madre poniendo cara de disgusto. Se quedaron paradas de perfil al agua.

- ¡Ay mamá! ¡¡Vivo con vos!! - le contestó Yaima. - Igual ni bien termino, vuelvo a casa. Eso seguro. - agregó subiendo el tono de la voz, para que la náyade se diera cuenta de que no podía estar eternamente hablando, porque aparte de ser muy sospechoso, no quería hacerlo.

- ¡Y si!.. ¿Dónde pretendes ir sino? - bromeó la mamá.

En eso tenía razón, lo que había dicho era una obviedad. Lo cual fue más sospechoso todavía. Comenzaron a alejarse hacia la casa.

- Ahora sí, ¿me podrías decir que es lo que estas investigando tanto?

No había pensado ninguna excusa. Miro a su derecha y las vió.

- Nada, solamente quería saber de dónde salieron tantas mariposas.

-Ahhhh, eso. Debe ser por la lluvia, no van a durar mucho hija. Se van a ir en unos días. - Concluyó la madre.

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