Capitulo 8: Transformación

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Transformación

El comienzo fue malo. Le pidió que se quitara la ropa porque, aunque no perjudicaría el proceso, la perdería si la tenía puesta. En cambio, si la dejaba cerca de los pinos la tendría para cuando volviera. Yaima se preguntó por qué la perdería... pero sea como sea, no quería que eso pasara. No tendría como excusarse luego. Así que con toda la timidez del mundo, se la quitó. Era la primera vez que alguien la veía desnuda. Se estaba muriendo de vergüenza. Dejo una prenda dentro de la otra en el hueco de un pino.

Yaima caminó tambaleante pero sin pausa hasta quedar frente a la náyade, quien parecía imponente parada sobre su cola y mirándola desde arriba. Su pelo mojado estaba pegado a su rostro y cuerpo, como un manto de oro. Tomo con sus manos la cabeza de la niña y besó su frente largamente: iniciaba el ritual.

Con gráciles movimientos, agarró el primer elemento: unas hilachas color verde, parecidas a los juncos, y las utilizo como sogas. Ató sus piernas lo más fuerte que pudo, Yaima sentía como casi le cortaban la circulación de la sangre. Desde los tobillos a los muslos, le recordaba a la imagen de una momia. Le acerco a su boca una flor celeste, de pétalos marchitos y se la hizo tragar. Su sabor aceitoso era horrible. Le pidió que cerrara los ojos. Paso sus dedos por su garganta, haciéndole pequeños dibujos que le hacían cosquillas. Luego los pasó por su boca tocando sus labios mientras susurraba una frase en una lengua, que bien podría ser latín o arameo, Yaima no lo pudo comprender. Ella seguía sin abrir sus ojos, solo sintió como se movió el agua cuando la náyade fue y vino nuevamente con algo desconocido. Le unto los ojos con aquello húmedo, y le soplo.

No pudo evitar ahogar un grito cuando sus piernas inmovilizadas fueron arrastradas inadvertidamente haciéndola hundir. Por suerte la rapidez del tirón no impidió que pudiera tomar una bocanada de aire. Abrió los ojos dentro del agua, y quiso volver a subir inútilmente, pero por lo visto Caribdis no se lo permitiría.

Intentó patalear para que la soltara y comenzó a contorsionarse. Como una fiera enjaulada tras rejas de hierro intentó luchar. Agitar sus brazos no servía de nada, solo veía claramente gracias al agua transparente cómo se alejaban de la orilla: en esa parte del lago la profundidad era excesiva, ya estaban por lo menos a la mitad del camino al otro lado. Y no dejaban de hundirse. Yaima ya no aguantaba la respiración, sentía una sofocación muy fuerte y la presión en el pecho le hacía doler. Quería con todas sus fuerzas creer que era una pesadilla pero era en vano. Lo único que podía suponer era que aquella bestia la estaba matando y seguramente se la comería en la cena. Pensó en su madre con angustia, y supo que jamás volvería a despertar. Ni Yaco. Y cuando su padre volviera...se encontraría con dos cadáveres. Todo gracias la locura en que se había metido. Largó el poco aire que le quedaba de reserva en los pulmones, en un alarido enérgico. El ultimo que lanzaría.

Se escuchó a sí misma, aun estando debajo del agua y vio como lasburbujas que salían de su boca con el tan preciado oxígeno, se iban yendo haciaarriba, alejándose sin ninguna piedad. Se sentía obnubilada. Por última vez también intentó mover suspiernas. Ya no sentía las terribles manos de Caribdis, pero aun así no teníafuerzas para seguir intentando. Un cosquilleo le molesto en todo el cuerpo cadavez más intensivamente. Calor. Sus piernas abrasaban. Realizo una últimacontorsión automática. Flotó suavemente, y vio cómo su pelo se suspendía en elagua tal como humo en el aire. Unos pocos rayos de sol lo atravesaron y llegaronhasta el fondo, haciendo brillar las piedras. Y el corazón enloquecido,entrecortaba sus latidos; pero de un momento a otro, paró en seco. Eso fue loúltimo que pudo alcanzar a ver: cómo la luz abría paso sin ningún cuidado eiluminaba el piso, a través de una nube que se hacía cada vez más espesa, lasalgas, las rocas, y lo que parecía ser una inmensa aleta, muy muy brillante.    

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