Capitulo 13: Planes

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Planes

De regreso en la casa de Caribdis sopesaron con varias opciones:

1. Darse por vencidas y dejar al padre allí, con lo cual moriría, y luego esconder las piedras. Al menos no le darían al rey lo que más quería.

2. Arriesgarse y entregárselas al rey rogándole a cambio la liberación.

Si no funcionaba se quedarían sin su padre y sin las piedras. Si en cambio, funcionaba, todo podría seguir como antes; al menos Caribdis volvería a tener familia. Y la llevaría a Yaima a su vez a reunirse con la suya y terminaría todo... Sencillo.

Caribdis se mostraba completamente nerviosa. Daba vueltas sin parar alocadamente. Necesitaban una solución. Y la necesitaban en ese instante.

- No puede estar pasándome a mí.

- Vamos a encontrar algo, ¡vas a ver! solamente tenes que parar... - comenzó a sugerir Yaima.

- ¡El mundo es al que debo parar! Está girando y las consecuencias están siendo terribles. Tendría que parar el tiempo para poder solucionarlo.

- Y pensar... Eso iba a decir.

- No tengo tiempo, se escurre entre mis dedos. - se lamentaba. A Yaima le pareció curiosa esa expresión tan humana teniendo en cuenta que sus dedos estaban unidos unos con otros.

- Pensemos - le dijo tomándola de los brazos y mirándola. Su rostro era serio, le estaba pidiendo unos minutos de cordura.

Caribdis exhaló tan profusamente que Yaima sintió el agua correr por su pecho. ¡Tenía una idea!; gracias a que sus emociones no se exacerbaban convirtiéndola en un animal feroz, incomprendido e impulsivo, como Caribdis en esos momentos.

- No va a pasar nada malo si podemos impedirlo. Tenemos que idear un plan... tal vez podríamos atraparlo con algún señuelo.

- ¿A quién? ¿Al rey?

- ¡¡Sí!! Obvio.

- Él solo quiere esto - dijo señalando con la mano los frascos que se entreveían a través de la mochila abierta. Yaima ya sabía eso. Pero Caribdis siguió - después, lo tiene todo. No hay nada que le llame la atención, salvo cosas insignificantes, de humanos, que en realidad no tiene valor pero jamás sabríamos que es lo que le gusta o lo que ya tiene...

- Ya tenemos el señuelo. Vos lo dijiste. Las piedras. No tenemos por qué dárselas todas... necesita 100. Obligatoriamente, ni una más ni una menos.

- Ni una más ni una menos. Eso me dirá él, justamente. ¿Cómo haremos para darle menos piedras si me obligará, con toda certeza, a contarlas delante de él? ¿Qué hare entonces?

- Armemos un plan. En el momento preciso podemos obligarle a entregar a tu padre.

- Oh, Yaima eso es absurdo...

- ¡¡¡Tu vida está en peligro!!! Con un Rey así, nunca dejará de ser peligroso.

- Lo que quieres es típicamente humano, planear algo que seguro saldrá mal. Si una sola pieza se corre en el momento equivocado acabaremos todos muertos. ¡Incluso...!

- Yo. - interrumpió Yaima.- Lo se Caribdis. Pero vos vas a ser la próxima después de tu padre habiendo entregado las piedras o no. En cualquier momento podría caer presa otra persona.

- Eso no puedo asegurarlo, claro que tengo miedo de que eso suceda, pero ahora solo pienso en mi padre.

- Admito que no podrías sola, y tampoco con mi ayuda porque soy nueva en esto. Pero ustedes son más fuertes de lo que creen, y juntos son invencibles. ¡Como las hormigas! Todos querrán ayudarte.

- No tienes idea de todo lo que hemos sufrido. No arriesgarán a familias inocentes a más torturas. No quiero hacerlo.

Yaima tenía una idea: provocarla tal vez la ayudaría a accionar. Ella sabía lo buena que era, si así era ella, suponía que los machos del lugar serian aún mejores. Con lo que había visto hacia un rato, solo sabía una cosa: con tipos como ese, no se podía negociar.

- Bueno entonces pueden seguir viviendo mediocremente, temblando de miedo cada vez que el Rey habla y sin poder disfrutar de nada. - Se animó un poco más: - Creo que tu padre se equivocó al decir que eras valiente.

Caribdis la escruto con la mirada. Se produjo un incómodo silencio que luego fue interrumpido por un sonido áspero.

La espalda de Yaima chocando contra una de las paredes, acorralada por su compañera quien la agarraba fuerte del cuello con las dos manos, presionando sin medirse. Yaima creía que los ojos se le saltarían de las cuencas en cualquier momento.

- Burlarte de mí no será buena idea.

Yaima tomo la última y mínima porción de agua que pudo, y con sus manos, tomo las de Caribdis, comenzando a llorisquear.

- P-p-perdón - alcanzo a murmurar. Con la poca fuerza que podía utilizar, separó desesperadamente las garras que la estaban por matar.

- Mi familia, es igual a tu familia. Así que es tu familia ahora la que puede morir. - comento lentamente la náyade, soltándola al fin. - No me vas a ayudar poniéndome furiosa.

Yaima cayó al suelo respirando profusamente preguntándose quién la había obligado a hacer esto, quién la sacaría de ahí si las cosas se ponían feas, ahora para ella también. Las manos le temblaban y el pecho se le cerraba poco a poco. Le había pasado alguna vez en tierra, cuando estaba muy angustiada y el pánico de la incertidumbre se apoderaba de ella. Nunca pensó que la perseguiría hasta allí. Era una sensación de muerte que jamás se la desearía a nadie. En momentos donde no podía moverse de la cama, ni parar de llorar, solo su madre sabía calmarla. Un abrazo bastaba. Sentir el olor de su pelo, y sus besos en la mejilla.

Ahora estaba sola en un mundo aparte, como si hubiera vuelto a nacer en otra dimensión. Y habiéndolo elegido ¡hurra!

Pero además de la angustia, se sintió realmente humillada. Tal vez no entendía la reacción, porque todavía tenía mucho de humana, pero no le parecía que merecía semejante castigo. Solo quería llorar. Pero no cerca de ella.

A pesar de que Caribdis ya estaba calmada, aprovecho para pensar: esta es mi fuerza.

Yaima salió de su hogar, y nado hacia cualquier dirección. No podía evitar los gimoteos por el llanto, y las criaturas con las que se cruzaba lo notaron.

- ¡¡Yaima no!! ¿Dónde crees que vas?

Se escondió entre dos grandes piedras e intento calmarse. Vio de reojo que la náyade salía de su casa y la buscaba a toda velocidad. Se estaba alejando. Bien por ella. No quería hablar en esos momentos.

Sin embargo, escucho ruidos desconocidos hasta entonces. Como el ruido a la lata o a los cubiertos cuando chocan entre sí. Miro por el otro extremo de la gran roca. Soldados. No cualesquiera. Los del Rey.

Yaima se quedó paralizada, observando lo que sucedió a continuación. 

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