Capítulo 2: Encuentro

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Encuentro

La luz de la mañana despertó a Yaima. Pero sentía una molestia aún mayor: un calor abrazante en las piernas. La temperatura había bajado considerablemente durante la madrugada, pero ahora parecía como si nunca lo hubiera hecho; el calor no se dispersó. Se incorporó de inmediato para quitarse la frazada, pero no volvió a dormir. Miró a un lado dándose cuenta de que estaba sola. Un zumbido se escuchó con rapidez junto a su oreja y lo espanto con la mano: un insecto. Y no era el único. Por fuera del vidrio de la ventana se veían docenas, de todos los tamaños. Se dio cuenta que en las lámparas de noche a los costados de la cama, había más. Aquello le produjo un escalofrío. No porque odiara a los bichos como cualquier niña haría, sino porque jamás había pasado eso. Algunos estaban muertos y yacían sobre las mesas. Así que prácticamente huyó de la habitación a la cocina donde su madre había empezado a cocinar. El aroma a comida inundaba el ambiente y su apetito se despertó. Se sentó en la mesa, y dijo:

- Mamá, ¡está lleno de bichos!

- ¿Otra vez? - con voz cansada le respondió - ¡Saque un pilón hace un rato nada más! - dio la vuelta para seguir con la comida - Ahora sigo limpiando. Por esto odio tanto el viento, trae cualquier cosa. ¿Por qué no vas afuera a ver? - le dijo con un tono que parecía estar entre nostálgico y cómico.

Claramente sabía que su hija no se lo esperaba. La nena se aproximó hacia la puerta sin dejar de mirarla y al dar un paso para salir ya pudo darse cuenta de qué se trataba. Lo definió como El desastre en su máxima expresión. Al menos para ella que nunca había visto semejante cosa. Árboles a lo lejos caídos como en el dominó unos sobre otros, por otra parte estaba lleno de inmensos charcos y podía ver desde allí, que el lago había crecido mucho.

No lo dudo un minuto, se sacó las ojotas y bajó los tres escalones de madera despintada que separaban la casa del patio. Piso la tierra hundiéndose y recorrió el camino de siempre. Debió esquivar agua sucia, ramas. Diviso un par de nidos de pájaros caídos y huevos rotos. Eso le dio mucha lástima, pero su curiosidad era más fuerte que cualquier cosa. Aparte, ya estaban muertos. El lago tocaba las raíces de los pinos, y el agua siempre cristalina, parecía un río sucio y triste. Todavía la tierra no se había asentado en el fondo y un colchón de hojas muertas flotaba en la superficie. El silencio era sepulcral a excepción del constante y desagradable zumbido de los bichos.

Rompiendo ese silencio, un ruido de ramas rotas la sobresaltó y la quito de la escena, se dio vuelta por reflejo y ahí estaba. El perro la esperaba tímidamente unos árboles atrás, con las patas enterradas y el hocico embarrado. Sonrió aliviada. Se agacho con las manos apoyadas sobre las rodillas.

- Vení Yaqui - le susurró dulcemente pero el perro no cambio de posición. Seguía agazapado con las orejas hacia atrás. La miraba. Le pareció una actitud extraña. Seguramente estaba asustado por el cambio del paisaje.

- ¡Dale vení!

Lo pidió en vano. Se irguió suspirando.

-¿Qué pasa?

El perro cambio bruscamente la dirección de la cabeza. Había visto algo detrás de ella. Echó sus orejas hacia atrás, moviendo la cabeza en diagonal como hacen los perros cuando algo les da curiosidad. Pero esta vez no era curiosidad. Oyó cómo gruñía. Luego retrocedió, hacia la casa. Yaima sintió un temor repentino y miro hacia el lago con rapidez. Vio un sutil movimiento en el agua, una aureola que se expandía, como la que causa una hoja grande al caer. Siguió buscando con la mirada y el corazón acelerado.

- ¡¡Yaima!! - el grito de la madre la despertó - ¡a comer! Dale que se enfría.

Estaba acostumbrada a tener que llamar siempre tres veces a su hija distraída. Esta vez Yaima se sintió contenta de tener que salir de allí rápidamente.

El lagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora