Appassionata

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Me levanto de la cama con cuidado de no despertar a Martha, que duerme plácidamente a mi lado con un colchón en el suelo, y decido salir de mi habitación para despertar a Janet.

Se me ocurre una manera para despertar a mi mejor amiga, es una buena manera —para mí está claro que lo es—, ella dudo que piense lo mismo.

Llego a la puerta de su habitación, la madera cruje a medida que mis pasos avanzan sobre ésta y mis pies descalzos intentan hacer el menor ruido posible mientras que avanzo sin un rumbo fijo a causa de mi visión limitada —vamos, que no veo a tres en un burro en la obscuridad—, pero me tropiezo con algo que me llega a la altura del tobillo y me caigo al suelo haciendo un ruido estruendoso, todo lo contrario a lo que quería.

Antes de poder levantarme del suelo cubierto por una gran alfombra que amortiguó mi caída hace a penas unos segundos, alguien sujeta mis brazos con fuerza y me levanta.

—Mi plan de despertar a Janet ha sido un fracaso, ese no era mi plan— Pienso.

—¿Buenos días?—pregunto sin saber muy bien cuál será su reacción, no ha sido un buen despertar, pero pongo una sonrisa burlona al ver su rostro iluminado por la lamparita de su mesilla de noche y reímos a carcajadas las dos juntas.

—Tú y tus raras maneras de dar los buenos días. —dice y ambas reimos de nuevo.

Hablamos por unos minutos de cosas superficiales como qué tal hemos dormido o qué hemos soñado si es que hemos hecho esto último. Cuando ella sale de su habitación, camino hasta el balcón que presentaba daños causados por el paso del tiempo y abro las persianas blancas y elegantes del gran ventanal junto al balcón, para poder observar el paisaje del centro de Milán.

Un cristal grueso me separa del exterior y lo abro para saber más o menos con qué vestirme dependiendo de la temperatura que haga. Otro día más con frío, pero me encanta vestirme con muchas capas de ropa, así que por mucho que el frío roce mi piel erizándola, no me provoca vagueza a la hora de querer salir al exterior a por una nueva jornada, es más, me anima. Ojalá lloviera también.

Mientras pienso en qué me pondré, quedo embelesada al ver una pareja joven paseando de la mano por las calles de Milán. Los celos y la envidia (en una cantidad no preocupante, envidia de la buena) se mezclan en mi interior en este momento, pero es algo controlable, me encanta ver enamorados por las calles, mientras pienso lo mucho que me gustaría actuar de esa manera con un gran chico de por aquí, y estar yo, una chica perdidamente enamorada de la mano —y por Italia— con su novio.

Sería una imagen e incluso una memoria envidiable, ¿no?

Pero elimino esa posibilidad. No tengo excesivo tiempo para un novio en estos momentos, si estoy en Milán es por la generosa beca que he conseguido a base de mis buenas notas para estudiar bellas artes en la universidad más prestigiosa de aquí, de Milán, y no pienso perder el tiempo. He de sacar las mejores calificaciones para poder tener un futuro asegurado, o al menos hacer lo que realmente me gusta. Dedicarme al arte, vivir con imaginación infinita e interminable.

Vuelvo a la realidad y salgo de la habitación para bajar a desayunar con mis dos amigas, pero Janet aún no ha bajado y veo a Martha que está preparando el café.

Me alegra el ver que haga ella el café y también, me alegro de que ya tenga la suficiente confianza y libertad como para hacerlo, el que sienta que mi casa es como la suya. Me encanta que haga el café ella, echa las cantidades perfectas, y puede que a cualquiera le puede parecer la cosa más fácil y trivial del mundo el hacer café, pero a ella siempre le quedará mejor que a nadie.

Me siento en la mesa del comedor y veo a Martha entrando en él con una sonrisa tierna como siempre y en sus manos una bandeja con el café , unas tazas y comida de desayuno. Lo primero que hacemos al vernos es darnos los buenos días —la educación es lo primero—, y después nos sentamos tranquilas a comenzar la mañana de la mejor manera; desayunando y con una agradable conversación.

Alzo la vista a la bandeja que ha preparado y veo que se ha molestado en hacer zumo de naranja, tostadas, café y que ha sacado los croissants que compramos ayer, rellenos de chocolate... Me muero por comer uno, no debería —el azúcar me altera—, pero por darme un pequeño vicio no pasa nada.

Mientras desayunamos baja Janet en su tierno pijama con un dibujo de un personaje animado y veo que lleva unas zapatillas de casa mientras que yo voy descalza, como siempre.

Al terminar las tres de desayunar ambas me avisan de que van a salir, cada una con su pareja, y yo tenía una cita con los estudios, como siempre. 

Nos despedimos y quedamos en comer juntas mañana, domingo. Subo perezosamente las escaleras hasta mi estudio donde, a parte de estudiar (como la palabra indica) pinto, dibujo y leo.

Me siento frente al escritorio, termino mis deberes de dibujo lineal y me pongo a estudiar el contenido de historia del arte Contemporáneo, para el examen de la semana que entra.

Tan rápido ha pasado el tiempo que ya son las cuatro de la tarde y aún no he comido, pero no tengo hambre y decido seguir estudiando, estamos al final del primer trimestre en la universidad, es mi primer año y mis notas tienen que seguir destacando así que no me queda más que estudiar. Probablemente a la tarde salga con Janet, de un paseo o me lamente por no tener a alguien que ahora mismo me entretenga y no me deje estudiar como una maldita friki.

A las cinco me entra el hambre, mi estómago parece enfadarse porque no le doy lo que busca, busca comida y abro la nevera para saciar mi apetito, pero mi cara es de desconcierto total. ¡Ayer fui a la compra y hoy no hay comida!

Bien, ya se quién se ha encargado de esto, mejor dicho quiénes. Janet y su novio Rubén arrasan la nevera cada vez que pasan por la cocina y ayer Rubén vino a la tarde, justo después de mi compra semanal y ahora no tengo comida.

A la próxima, van ellos a hacer la compra.

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