«Hagamos un trato»

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Canciones:

Goddess —BANKS

Undo —Sanna Nielsen

     *      *      *

¿Incómodo? No, eso insignificante en comparación con las palabras que ahora mismo utilizaría para definir la situación en la que estamos mi hermano y yo. Después de dejarme claro que piensa que estoy totalmente ida de la chota (loca de remate), y advertirme de que lo primero que haré en Milán será ir al psicólogo, el ir a su lado por el aeropuerto me produce una especie de ansiedad, ganas de matarlo e incomodidad, todo a la vez hace que tenga ganas de echar correr.

—Decías que veías el futuro, ¿no? —rompe el hielo de peor manera, Jordan, si al menos me hubieras escuchado…

—No, yo… yo no lo hago —parece mentira que encima de que me sincere con él, se lo tome a broma— es Ian el que puede acertar de cierta manera lo que puede llegar a pasar.

Su rostro palidece y frena en seco, haciendo que mi cuerpo quede a un par de pasos más alejado del suyo.

—¿Jordan?

—Y-yo, he hablado con tu psicólogo…

—¡¿Qué?!  ¿Qué le has dicho?

—Que decías que veías el futuro —me dice intentando sonar tranquilo, no resulta—, se puso histérico y dijo que era muy grave…

Me pongo a pensar en qué podrían hacerme, quién podría hacerme algo… Tal vez esté exagerando todo mucho…¡Encima yo no puedo ver el maldito futuro!

Llega un mensaje a mi móvil y lo abro rápidamente al ver que es de un número no identificado.

«Sé que si te quito lo que más te duele, vendrás a recuperarlo. O tal vez, te sacrifiques por él. »

¿Esto es una broma? ¿Es una broma de mal gusto? ¡¿Lo es?!

Mi móvil cae al suelo cuando recibo una foto de una silla vista por la espalda, una cuerda enrollada alrededor de ésta y de un cuerpo fuerte, un cuerpo de un hombre.

Miro a mi alrededor y veo que Jordan sigue conmigo.

Vale, Jordan descartado…

¿De verdad me lo estoy tomando en serio?

Jordan recoge mi móvil —sin siquiera un mínimo rasguño— y me pregunta si me encuentro bien. Solo asiento a su pregunta y fijo de nuevo mi mirada en la pantalla.

«No creo en juegos de niños y menos en bromas de pésimo gusto» —decido contestar.

«Me da igual como llames a esto, solo que de broma tiene poco y vas con total desventaja.»

Aún asustada por los mensajes —soy bastante ingenua para estas cosas, siempre me las creo—, guardo mi móvil en mi bolso y escucho la última llamada de nuestro vuelo por megafonía.

Mis manos tiemblan y mis piernas también, creo que no voy a poder dar ni una sola zancada más, hasta que llegamos a la puerta de embarque, y Jordan me empuja ligeramente para seguir avanzando hasta entrar en el avión.

Me acomodo en el asiento que me corresponde y miro a Jordan dos filas más alejado de mí, pues no coinciden los asientos uno al lado del otro, así que pasaremos el viaje separados. Vuelvo a desbloquear mi móvil para comprobar de manera nerviosa si tengo algún otro mensaje del número desconocido, pero nada.

A lo lejos, como si estuvieran en otra habitación diferente, escucho silencio acompañado de la voz de una azafata de vuelo indicando las normas de seguridad y las precauciones que hay que tomar.

—Disculpa —me dice una de las azafatas con todo el cabello color azabache recogido en una prieta coleta, el susto que me ha dado mientras estaba ensimismada en la pantalla de mi dispositivo electrónico ha sido bastante grande— vamos a despegar, debes ponerte el cinturón de seguridad.

—Oh, em, sí. —digo soltando todo el aire de mis pulmones de una vez y veo la sonrisa carmín de la aeromoza excesivamente falsa, pero correcta y educada, así que se la intento devolver, no pierdo nada intentándolo, pero evidentemente mi confusión hace que en vez de una sonrisa aparezca una mueca algo desagradable en mi rostro.

Efectivamente, le sienta mal mi expresión —gesto que mal interpreta ella, yo quería ser simpática, pero no me ha salido—, pues cuando pasa con el carrito de los snacks y bebidas carísimos, arrolla mi pie con éste y, dios, sí que duele.

Le pido un hielo (cosa que me cobra) y me pide disculpas, cosa que acepto.

Exceptuando el pequeño incidente, el viaje de vuelta es de lo más agradable, nadie me molesta, nadie me pega patadas al asiento, ningún niño grita y menos llora. Pero la calma termina pronto. Nada más llegar al aeropuerto y activar los datos móviles, me llega un mensaje que hace brotar una lágrima tras otra.

«Adivina, adivinanza, ¿a quién tengo atado de pies y manos? ¿Al príncipe azul, tal vez?»

No, Ian no. Últimamente le he hecho tanto daño, le he causado tanto dolor y encima, por mi culpa, de nuevo, está en problemas. No sé qué tengo que hacer, quién lo tiene, dónde está ni si es verdad toda esta mierda.

—¡Shanon! ¡Aquí!

Levanto mi rostro asustada, pero lo único que veo es a Jordan al lado de mi mejor amiga, Janet y a ésta última saludando enérgicamente. Agarro el asa de mi maleta y me encamino hasta ellos. Janet me abraza fuertemente y me pregunta cómo me lo he pasado, me lo pregunta tan contenta que no soy capaz de decirle que todo ha terminado, que estoy perdida, que es mejor que ella también se aleje de mí, así que le digo lo contrario; que me lo he pasado genial, que todo se ha solucionado.

El bolsillo de mis tejanos vibra y mi móvil se ilumina, dejándome ver un nuevo mensaje

«Hagamos un trato.

Mensaje del que llamas asesino, pregúntale a tu madre quién soy»

No hace falta que lo haga, es el hombre que casi mata a mi madre y el que aparece en mis pesadillas.

Recuerdo el tacto frío de los dedos de Ian sobre mis labios, justo antes de que me besara la primera vez que lo hizo, su cabello claro y sus ojos impasibles y hermosos a la vez, sus pestañas negras y el color de su iris gris; obscuro por el borde de éstos, por el anillo de sus ojos, y su gris clarito, casi como el hielo, el color débil que viajaba hasta llegar a sus pupilas y perderse en ellas, negras y profundas, pupilas que no sé si volveré a ver.

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