La chica aparece gritando desesperada, sudorosa y agitada. Corre por su vida, como si el mismísimo diablo la estuviera acechando, aunque lo que la sigue no está lejos ni por mucho de ser una creación del infierno. El callejón está vacío y es más de media noche. Nunca debió salir sola de la discoteca, y mucho menos por un berrinche con el que sólo se dio cuenta de dos cosas: primero, de que su novio es un completo idiota al que no le importa nada ni nadie; segundo, que ella misma era una tonta por haber pensado que su plan de salir pitando para ver si su novio reaccionaba y la detenía funcionaría.
Y ahora está sola, jadeando y asustada.
Unos minutos atrás, después de haber salido por la puerta trasera de la discoteca que daba hacia el callejón, lo vio. Era guapo, alto y de cuerpo atlético. Cabellos dorados y mirada seductora, escondida bajo gruesas pestañas, aunque sus ojos brillaban de manera extraña, pero no prestó atención a eso, pues de todos modos podría deberse a la falta de luz o que él se encontraba recargado en el poste de un farol. Posiblemente salió a fumar, como muchos de los que terminaban usando la puerta trasera.
No lo reconoció, no se parecía a nadie que hubiera visto en el colegio antes. De hecho, tenía más aspecto de extranjero. Entre inglés y holandés. O quizás irlandés.
Lizzie, como le gustaba que la llamaran, en lugar del largo y anticuado nombre que sus padres habían elegido para ella —Elizabeth—, continuó su camino, abrazándose el pecho por el frío de la noche, arrepentida de no haberle hecho caso a su insistente madre sobre ponerse algo más abrigador que un corto vestido ceñido y sus adorados tacones sin siquiera unas medias que le cubrieran las piernas. El punto era verse sexy para David, su novio. Pero el idiota había visto más piel en otra chica allá adentro, así que el plan de Lizzie no funcionó.
Tal vez un cigarrillo le proporcionara calor, así que soltó el abrazo de su cuerpo y rebuscó dentro de su minúsculo bolso en el que sólo podía caber lo esencial y no todo el arsenal de artículos que suelen llevar las chicas normalmente. Sonrió satisfecha cuando encontró la cajetilla que David no le reclamó antes de salir haciendo todo el drama posible. Se detuvo unos metros adelante bajo la luz de un farol para buscar el encendedor y bufó al darse cuenta de que no lo llevaba con ella.
—Genial —resopló, resignada a devolver el cigarrillo dentro de la cajetilla.
Ya se fumaria todos los que quisiera cuando estuviera en casa, claro, siempre que su madre no se diera cuenta. Suficiente era ya que su padre fuera un montón de humo por dentro como para que su madre supiera que ella era igual o peor.
Fue entonces cuando una flama apareció delante de sus ojos.
Respingó por lo repentino del movimiento, pero luego vio al chico de antes, el que había estado fuera de la disco cuando ella salió. El extranjero. Le ofrecía fuego, era obvio. No dudó en aceptar el gesto. Además, ¿por qué habría de hacerlo? Quién sabe, con suerte y terminaba en un cuarto de hotel con él. No tenía que fijarse mucho para darse cuenta de lo atractivo que él era. Además, ni que fuera la primera vez que hiciera algo así. A nadie le hace daño un poco de sexo casual. Y a eso había que agregarle que acababa de terminar con su novio, o algo así. David había preferido ver piel en otra chica, así que Lizzie tomaría su ventaja acostándose con alguien más.
—Gracias —masculló con una sonrisa.
Él se la devolvió, igual de seductora que antes. Tiraba de la esquina derecha de su labio más que de la izquierda, dándole un toque sexy. De hecho, él parecía tener toda la intención de llevársela a la cama. Sin embargo, tampoco parecía un pervertido ni nada parecido. Hasta se veía como alguien decente.
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Sacrificio [Novela por capítulos]
VampirosHan pasado cuatro años desde que la madre de Mila Norwood murió en un accidente provocado por la naturaleza: una avalancha de la que nunca se recuperó el cuerpo. Desde entonces, la familia Norwood se ha sumido en una pena que afecta de manera distin...