Capítulo 11: Mila

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Estoy de pie al filo de una montaña. Sólo llevo la ropa de pijama puesta y el frío me corta la respiración. Puedo sentir el viento azotando mi piel con brusquedad y la manera en que mi cabello es tirado hacia los lados. Sin embargo, no tengo miedo.

Más abajo no hay nada, sólo una ladera repleta de nieve. Blanca y pesada nieve. Pienso que tal vez mamá esté ahí abajo. Debajo de toda esa blancura, quiero decir. Luchando por salir y tomar aire. Luchando por vivir. Quiero ayudarla. Pero sé que es tarde y que haga lo que haga, ella va a estar muerta.

Miro mis pies y reparo en que están descalzos. Muevo los dedos como para asegurarme de que tengan movimiento y no se hayan congelado. Pero no puedo sentirlos...

Como si alguien me hubiera inyectado una dosis de anestesia, voy sintiendo mi cuerpo cada vez más ligero, como esponjoso. ¿Estaré muriendo también?

No puedo pensar. Ni sentir. Ni hablar.

Mi garganta está seca y el intento de proferir palabras lastima como cuchillos. Vuelvo a mirar hacia abajo y el vértigo me invade. Debo alejarme del precipicio o de verdad voy a matarme. Intento dar la vuelta, pero mis pies se vuelven torpes y resbalo.

Durante la caída, soy capaz de sentir la nieve que se vuelve blanda en mi espalda. No lastima, es más como un tapiz de terciopelo. Al final, ruedo hasta que mi cuerpo se detiene solo. Ni siquiera intento ponerme de pie, porque tal vez ya esté muerta y esa sea la razón de que mi cuerpo no haya sufrido dolor alguno. Es entonces cuando él me ofrece su mano. Y yo lo reconozco porque ya había hecho lo mismo una vez, cuando resbalé en la acera.

Le doy mi mano y él me ayuda a ponerme de pie. Me mira sin decir nada, y yo tampoco puedo hablar. Quiero darle las gracias, pero él ya se ha ido.

Parpadeo, y cuando abro los ojos me doy cuenta de que estaba soñando.

Miro hacia la ventana y puedo ver la luz filtrándose a la habitación. No sé qué hora es pero no puede ser muy tarde. Del otro lado de la cama está Oliver roncando con parsimonia. Más que roncar, parece que cantara muy bajito, de ahí que pueda soportar dormir con él. Sonrío, pues verle así me produce ternura.

No recuerdo casi nada de la noche anterior. Apenas puedo acordarme de que comimos hamburguesas, pero de ahí en adelante todo se vuelve borroso. Estaba cansada, seguramente. Y con toda razón después del día tan largo que tuve. Tomo el teléfono celular del buró y veo que son las diez de la mañana. No tengo ningún mensaje nuevo ni llamadas perdidas. Adivino que James está estable y papá no quiso molestarme. Después de todo, las malas noticias son las primeras en llegar. Y James se veía muy bien antes de dejarlo ayer.

Procurando no hacer mucho ruido, salgo de la cama. Busco ropa y me meto a la ducha. El agua caliente hace que el cuerpo se me relaje y trato de no pensar, pero es imposible. Aunque James esté mejor, el simple hecho de que esté en un hospital es inquietante. Además, de pronto la idea de que papá lo haya dejado solo para irse a beber me preocupa. No me gusta, pero desde que papá se volvió alcohólico no confió demasiado en él.

Cierro los ojos, dejando que el agua se encargue del resto.

Revivo mi reciente sueño y pienso en el chico que me ayudó en la calle cuando caí. ¿Quién era? No recuerdo haberlo visto antes. Y, la verdad, con ese rostro, difícilmente cualquiera le olvidaría. No puedo no pensar en su mirada. Esos ojos claros que destilaban fiereza, intensidad y preocupación. Una peculiar mezcla que no vi antes en nadie.

Tal vez sólo era alguien que estaba de paso y nunca más volveré a verle.

Salgo de la ducha después de unos minutos, vestida y fresca. Oliver está estirándose junto a la ventana, pero gira el rostro para mirarme con su imborrable sonrisa.

Sacrificio [Novela por capítulos]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora