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Hey, chico de la iglesia.

Al otro día nos vimos, y me saludaste normal.

Luego me miraste algo serio.

No te reías de mis chistes malos.

Cuando me despedí me dijiste:

Tú y yo tenemos que hablar de algo.

—¿De qué? —respondí, temerosa.

—El otro sábado te digo, ¿dale? Ahora ve que tu madre debe estar esperándote.

Me diste un beso en la mejilla y desapareciste.

Eso fue extraño.

-Lu.

Hey, chico de la iglesia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora