Hey, chico de la iglesia.

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Hey, chico de la iglesia.

Unas semanas después, había un paseo con todos los chicos. Fui con mi madre, claro, por ser la trabajadora.

Ahí nos vimos. Y estuvimos juntos la mayoría del tiempo.

En el almuerzo, me empezaste a hablar sobre tu mejor amigo, que era súper especial para ti y siempre estaba en cada acontecimiento de tu vida.

Los ojos se me llenaron de lágrimas y un nudo se formó en mi garganta.

No lo notaste, ya que estaba con la mirada en mi plato. Hasta que me preguntaste.

—¿Tú tienes mejor amigo?

Volteé a mirarte y asentí con la cabeza. La voz se me quebró. Frunciste el ceño y te preocupaste, pero no dijiste nada.

—Lo tengo —susurré—. Su nombre es Santiago, y es el mejor de los mejores... lo conocí por una red social, hace dos años... vive en México. Cuando lo conocí era lo que necesitaba, él era mi desahogo. Él llegó cuando nadie estaba para mí, y siempre me dijo que así estuviera en otro país, siempre me iba a apoyar —limpié algunas lágrimas y continué—. Tiempo después la hermana me contactó y me dijo que estaba a punto de morir, por una sobredosis. Tenía demasiada droga en la sangre. Pero se libró de eso y meses después me habló y me dijo que estaba bien. Pero ya no era lo mismo, ya no me hablaba cada día, si hablábamos dos veces al mes era demasiado... y ahora hace dos meses que no se absolutamente nada de él. Y temo que algo le haya pasado.

Te quedaste petrificado, sin saber qué hacer ni qué decir. Te miré y te sonreí, pero tú hiciste una mueca. Hasta que a los segundos me abrazaste y susurraste.

—Yo siempre voy a estar para ti.

-Lu.