Tercera Carta | Gris

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"Querido Adrien,

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"Querido Adrien,

Está bien llorar, incluso mi padre lo hace algunas veces"  



«Su luz se extingue, y él se vuelve...»

Gris.

Mi mente podría recrearlo en una estructura nostálgica y tan vacía.

Mi corazón se agrieta al considerar que los hechos son reales, produciéndome también una terrible presión aguda en el pecho que no me socorría a conciliar el sueño por las noches:

La habitación era obscura, helada y solitaria de polo a polo. Y allí estaba él, sumergido en un desterrado hoyo gris que permitía el retumbar de los ecos de sus problemas. Por poco, ahogándose entre sus propias angustias. Su corazón exclamando auxilios a todo pulmón mientras que casi por ellos, en el exterior, solo se limitaba a soltar tenues suspiros.

Por desgracia, tenía razones para dejarse caer, para apagarse lentamente. Porque lo que intentaba vivir a espaldas de sus amigos carcomía su chispa poco a poco.

No poder vivir completamente como adolescente normal le hastiaba. Traer de vuelta a su verdadero padre ―en lugar de ese insensible con el que vivía― era como pedirle al cielo un milagro. Revivir esos recordables momentos de alegría contenía posibilidad sólo por medio de viejas fotografías.

Que su madre regresara esbozando una extensa sonrisa... eso era algo que el dinero no podía comprar y menos algo que podría asegurarse.

Todo era gris, incluso sus sueños.

Para cuando se veía obligado a dar la cara, justo en el momento en que su chispa era casi inexistente, los esfuerzos sobrehumanos para hacer que no se notara en su desgracia eran distinguidos. O al menos para mí lo eran. Nunca pasarían desapercibidos.

Su sonrisa de modelo le delataba. Y una vez arribando los escalones de Françoise Dupont, para su sorpresa lo descubrí.

En tanto él abandonaba la lujosa limusina se hicieron visibles las ligeras bolsas bajo sus pestañas, más el leve carmín inyectado en sus ojos por ―seguramente― un llanto de cólera.

Regresaba a clases y se presentaba como si ni la más mínima tragedia le hubiese consumido. Daba todo porque no se notara, sonreía al mismo momento en que goteaba como un amanecer saturado; su mente llegaba al límite.

Me dolió. Me duele. Las personas que agrupan todas sus fuerzas para sacarle una pequeña sonrisa al alma más triste, son las más desechadas que están al tanto de lo que en realidad se siente estar sólo en un hoyo gris.

Necesitaba de un ángel que trajera a la vida todos esos colores que alguna vez creí ver. Colores de los que a veces era carente, no sabiendo siquiera lo que significaban.

Y por primera vez, decidí ser valiente.

Mis ánimos se vieron levantados como las olas en marea alta al verlo decaído, y que nadie diera el intento por ofrecerle una mano.

Me arriesgaría por el simple hecho de saber que él necesitaba a alguien que no le dejara desangrado en el duro suelo.

Mi corazón se decidió, toda yo me convencí. Confiando con esperanza que él haría lo mismo si se situara en mis zapatos.

Comprendí que el amor es tan ciego e infinito. Y él aun estando en sus peores facetas, aun estando rasgado en cada borde...

Él era una obra maestra.     

Colores [Miraculous Ladybug]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora