El día que Isadora Joanne Black vino al mundo, no sabía con lo que se iba a encontrar.
No sabía que la magia corría por sus venas, ni que sus aventuras serían las más alocadas.
No sabía que conocería gente maravillosa en el camino, ni sabía que perd...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Caminé por el callejón Diagon mirando con cautela a mi alrededor. Convivir con mi prima me estaba afectando y cada día estaba un poco más paranoica sobre mi seguridad, tanto que ahora yo me debía ver igual de loca que ella. Pero bueno, como dice Remus siempre: mejor prevenir que lamentar. No vaya a ser cosa de que Voldemort se aparezca enfrente de mí y me mate en un santiamén.
Me reí por dentro. Sí, de seguro parecía una loca.
Caminé un poco más por entre la gente (que no era mucha) hasta que vi a dos hombres altos con cabellera pelirroja. Ya no había forma de decirles chicos, a esta altura del partido eran ya unos hombres. Ambos estaban charlando en la puerta de la heladería de Florean Fortescue esperando a alguien. Fred me estaba dando la espalda pero en cuanto George me vio acercarme y sonrió, se dio vuelta para mirarme él también. Le sonreí a los dos y me abalancé a abrazarlos. Me recibieron con los brazos abiertos ellos también y no dudaron ni un segundo en turnarse para darme un abrazo tan fuerte que hasta levantaba mis pies del suelo.
— ¿Y qué? —Me crucé de brazos— ¿No puedo extrañarlos igual? —Ambos negaron con la cabeza— ustedes también me extrañaron. No se hagan los tontos.
— Ey, George —Fred le dio un codazo— me parece que ahora Isa lee mentes —su hermano se rió.
— Sí, sí —rodé los ojos y entré dentro del negocio, seguida de ellos dos— tengan cuidado con lo que piensen porque lo sabré todo —me giré sobre los talones— absolutamente todo —remarqué la palabra. Fred y George se quedaron quietos mirándome, como para verificar que en realidad aquello seguía siendo un chiste. O quizás estaban pensando en algo obsceno en estos momentos porque de verdad creían que yo leía mentes y eso me hubiera escandalizado. Como seguían sin moverse, decidí hablar— es broma.
— Ah, qué alivio —murmuró Fred— podrías haberte encontrado con pensamientos desagradables en mi mente. Desagradables para ti, claro, no para mí.
— Fred —puse una mano en su hombro— no aclares que oscurece.
— Vayamos a la terraza —dijo George encaminándose hacia las escaleras. Yo lo seguí por detrás junto a Fred. Había un par de adolescentes y una pareja allí. Aunque la heladería no era muy grande hoy había lugar hasta para elegir mesa. George se acercó a una que estaba sobre el balcón que daba al callejón y se sentó en una de las sillas. Yo me acomodé frente a él esperando a que Fred tomara asiento junto a su hermano.
— Yo creo que voy a ir abajo a pedir un helado —dijo dudando en sentarse— ¿Quieren algo ahora?