El día que Isadora Joanne Black vino al mundo, no sabía con lo que se iba a encontrar.
No sabía que la magia corría por sus venas, ni que sus aventuras serían las más alocadas.
No sabía que conocería gente maravillosa en el camino, ni sabía que perd...
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— Creo que hay gente esperándote —comentó Lily bajando las escaleras de caracol. Ambas recién despertábamos y, aunque pareciese mentira, George y yo ya llevábamos una semana en aquel antiguo Hogwarts.
El tiempo pasaba volando y empezaba a extrañar a mi familia, a mis pocos amigos...
Como había dicho Lily, un hombre me esperaba con los brazos cruzados en la sala común, con cara de estar enojado. Tenía nombre y apellido y era George Weasley.
La pelirroja siguió de largo, como quien no estaba enterada del tema, y yo intenté hacer lo mismo pero fue en vano. No pude continuar con mi melancolía interna sobre las personas que habían quedado en el futuro.
— ¿Podríamos tener una charla rápida? —me dijo George tomándome del brazo para que no me escabullera por ningún lugar lejos de él— antes que te vayas a dar vueltas.
— Claro —dije nerviosa. Ya sabía lo que me esperaba... ¿En dónde me metí?
— Sé bien lo que hiciste ayer, no me gusta que me traten por tonto. Tú y Remus planearon hablar con Regulus ¿No es así? Yo te lo advertí y te —lo interrumpí.
— Parecería que no me conoces George —fruncí el ceño— si te dije que no lo haría, fue por algo. Las cosas simplemente se dieron. Como bien habías dicho tú.
— ¿A qué te refieres con qué simplemente se dieron? —me miró confundido.
— Choqué con él sin querer, no era mi intención. No hablamos más de diez palabras —murmuré apenada— además de que me trato muy fríamente. Hubiera preferido jamás haber tenido ese accidente.
— En ese caso, perdón Isa —se rascó la nuca— creía que habías ido a buscarlo.
— No —negué con la cabeza— tan solo sucedió. Muy pronto, pero sucedió —me aclaré la garganta— ¿Cómo supiste que hablé con él? —pregunté.
— Si supieses quién es el chismoso —susurró.
— ¿Remus? —inquirí.
— ¿Remus? No, claro que no —dijo George riendo— él no confesaría nada ni que lo mataran. Es Peter, obviamente.
— Qué casualidades de la vida —susurré— ¿No podemos hacer nada para que ellos dejen de ser amigos? ¿O matarlo por accidente?
— Me das miedo. ¿Estás bien? —tocó mi frente para ver si tenía fiebre.
— ¡Claro que sí! —le saqué la mano mientras se reía de mí.
— Es que, jamás dices esas locuras, te juntas demasiado conmigo Isadora.
— ¿Quién dice que son locuras? —lo miré desafiante.
— No hagas eso mujer —se tapó los ojos— sabes bien que si caigo en la trampa termino haciéndolos y soy muy joven para ir a Azkaban.