¿Y por qué no viene Angélica?, digo yo. ¿Será que se ha enfermado? Si se muriera... Sí, sí; podrá ser pecado mortal pensarlo; pero más valdría, quién sabe, porque así me moriría yo también y asunto concluido. Lo que falta es que haya resuelto no acusarme, pero no venir más tampoco. ¿Y qué haría yo entonces? Yo que ahora me espanto sólo de pensar en ir a su casa, ¿Y para qué voy a ir?, también. ¿Para encontrarme otra vez con el cuadro del otro día y caerme muerto? No sé, no sé qué voy a hacer. Don Carlos, dicen que piensa irse de viaje y llevarme. ¡Que no lo haga, por Dios! ¿Qué sería de mí entonces, sin esperanza siquiera de verla y de que me perdone?
Porque todavía me parece a mí que todo se podría componer. Pero es que no viene, Dios mío, no viene, y yo me voy a morir. Hoy, de tanto acordarme de ella, me puse a llorar a la mitad del almuerzo; y como fue delante de todos, se armó una bolina, porque mi mamá se afligió muchísimo, y mi abuela dijo que con azotes y baños fríos de asiento se quitaban esas mañas, y mis hermanos soltaron la risa, y terminaron peleando las dos. ¿Por qué no podría contenerme? ¡Ave María! Y es que ya no me doy cuenta de lo que hago. No sé en qué va a parar esto. Me siento enfermo...
¡Esto faltaba! El rector del liceo ha mandado llamar a mi mamá y le ha dicho que el consejo de profesores ha resuelto preguntarle por qué soy tan quieto. Dicen que es mucha mi formalidad y que eso no está bien. ¿Serán brutos? En lugar de estar contentos de que tenga buena conducta. Pues no señor, y le han dicho a mi mamá que además el señor Latorre, que es inspector, me ha espiado toda la semana y no me ha visto jugar ni una sola vez. Miren cuándo viene a darse cuenta de que yo no juego... Con el chisme, ¡natural!, mi mamá se ha preocupado más y ha vuelto del colegio llorando, y en cuanto yo he llegado me ha repetido las preguntas, llora que llora, y después me ha sentado en sus faldas y me ha hecho muchos cariños y me ha dado muchos consejos que ni venían al caso. Yo estuve tentado de contárselo por fin todo, porque cuando uno tiene pena y ve que otro también tiene, dan ganas da contar. Pero no me atreví. ¡Claro, cuándo me atrevo yo a nada! Soy más poquita cosa... Y esto no es lo peor. Cuando yo digo que ya no es vida la mía... Después se apareció don Carlos con el doctor, que me oyó el pecho y la espalda, y me golpeó la barriga poniendo los dedos como un martillito, y me miró adentro de los ojos, y me tocó todo el cuerpo a ver si tenía glándulas, y la mar de historias, mientras mi mamá le iba diciendo que a media noche me quejo dormido, unas veces, y otras doy saltos en la cama, y otras hablo... ¿Qué hablaré, Dios mío? No lo dijo mi mamá y el doctor tampoco se lo preguntó; pero yo me llevé siempre un susto. Ah, y el doctor me hizo también las preguntas esas que ponen nervioso, y yo, por supuesto, no supe contestar. Mi mamá me decía: —Contesta, niño. — Pero si yo no entendía, ¿qué iba a contestar? Me avergonzaba, lo único, porque me parecía que me querían pillar en algo, y a uno le entran nervios con esas cosas siempre, aunque no tenga culpa ninguna. Al último, el doctor dijo: — No es gran cosa, señora. No se aflija. Está un poco anémico, el chico. Parece que se va a desarrollar demasiarlo temprano.— Y entonces me preguntó a mí: —Y tú ¿qué dices de eso? ¿Te gustaría ser hombre pronto?— ¡Ay!, me saltó el corazón y le contesté inmediatamente que sí. Y ya me había alegrado, cuando dijo que me convendría levantarme a las seis... ¡Qué sabrá él!.. Y que me bañasen y me diesen unas fricciones con agua de Colonia y las píldoras que me recetó. Ah, y que si me pudieran sacar al campo, mejor, aunque perdiera el colegio. Y cuando él se ha ido, ha dicho don Carlos: —Bueno. Estoy resuelto. Me lo llevo.— Quiere hacer siempre el viaje y llevarme. Así es que la cosa va peor y peor. Porque todo esto es un martirio que no tenía yo por qué sufrirlo. Tras que no veo a mi Angélica y me la paso con el alma oprimida, tras que ni siquiera como sino por que no chille mi abuela y no se aflija mi mamá, que me da la sopa por su propia mano y me corta el asado, tener que pasar atento a la voluntad de todo el mundo, es insoportable. Si a veces, de tanto sufrir, me pongo como insensible y me parece que me voy a quedar dormido en donde estoy. Si supieras todo esto, Angélica, ¿no me querrías?... ¿Y a dónde me pensará llevar don Carlos? Yo no voy, yo soy capaz de confesárselo a él antes. Sí, él es muy bueno, y muy inteligente, y me quiere mucho, y debe saber también lo que son angustias, puesto que lleva un diario de su vida; y quién sabe si hablaba con Angélica y le pedía que no me dejase morirme, y que no le hiciera caso a ese criminal, y que me esperase un poco nada más porque ya ha dicho el doctor que seré hombre pronto... Yo se lo digo, porque si no, tendré que hacer valor y hablar con Angélica yo mismo, aunque me dé un ataque en cuanto la vea…
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El niño que enloqueció de amor - Eduardo Barrios.
JugendliteraturLa novela trata de un niño que se enamora de una amiga de su madre llamada Angélica y de como este suceso empieza a cambiar toda su vida, ya que sus emociones maduraron antes de tiempo. Desde la llegada de su enamorada, este opta por empezar a escri...