Inglaterra
28 de Agosto, 1800
El resto de aquella cena fue aburrido y monótono. Kingsley y yo volvimos a la mesa luego de unos minutos más de conversación en la que me contó que sus padres no vivían en la mansión y que tenían una casa mucho más al norte.
Más tarde, Lord Kingsley ofreció a mis padres conocer la casa, todos nos levantamos y comenzamos a caminar por la misma. William estaba completamente absorto a explicarles a mis padres la historia de cada uno de los cuadros que tenía y lo costosos que eran. Terminé agradeciendo el haber roto una estatua y no uno de esos retratos.
Estábamos caminando por uno de los pasillos que yo ya conocía. Volvimos a pasar junto al cuadro del pescador y la sirena, Kingsley se quedó explicando la historia del mismo.
Por mi parte, cansada de escuchar historias sobre cuadros, me escabullí en un pasillo que estaba rodeando el lugar en el que había caído la estatua días antes. Estaba también lleno de cuadros y las luces tenues acompañaban mi caminar a través de él.
Al fondo del pasillo, una luz proveniente de una de las tantas puertas que había llamó mi atención. La misma estaba entreabierta y me acerqué para ver mejor.
Al asomar la cabeza no noté nada fuera de lo normal. Había dado con una cocina muy amplia y bonita. Tenía muchas frutas en un frasco y diversos alimentos se veían en la mesa que parecía de cristal.
Hasta que algo llamó mi atención. Unos leves quejidos de dolor hicieron que metiese más la cabeza en la cocina, ahí fue cuando me di cuenta...
Damon estaba de espaldas sentado sobre una de las mesas sin camisa. Al prestar más atención pude notar que su espalda estaba llena de latigazos y sangre. Él estaba tratando de curarse esas heridas con papel y agua. No pude soportar ver esa imagen y entré de lleno en la habitación.
― ¡Me ha dicho que Lord Kingsley no lo había lastimado!
El joven, sorprendido, se dio vuelta a la velocidad de un rayo y, al ver que era yo, volvió a ponerse la camisa.
―Le he dicho que no es asunto suyo.―Me contestó con aspecto cansado.
― ¡Por supuesto que lo es! ¡El hombre va a volverse mi esposo en una semana!
― ¿Y me lo cuenta porque espera algún tipo de felicitación?
― ¡Ya deje de contestar sarcásticamente a todo lo que digo! ―Grité exasperada.
El muchacho se quedó mirándome con una expresión indescifrable, aunque hubiese jurado que atrás de esa cara de piedra se escondía una pequeña risa de mi arrebato de hace segundos.
Respiré profundamente y cerré los ojos. Ya más calmada busqué con la mirada en la gran cocina una botella de licor.
Encontré una, la agarré y volví junto a Damon. Quien se encontraba mirándome extrañado.
―Señorita, sé que tal vez he hecho que se altere. Pero no creo que embriagarse sea de ayuda en este momento.
―El alcohol no es para embriagarme. Es para curarlo.― Dije tomándolo del brazo.
El joven respondió alejándose violentamente a mi toque.
―No hace falta que me cure. Me encuentro bien.― Me contestó mirando hacia todos lados, tal vez buscando un lugar por el que pudiese escapar.
―No voy a lastimarlo. Solo...quédese quieto.―Lo tranquilicé tratando de acercarme más a él.
Damon estaba visiblemente asustado, y los ojos que antes me habían desafiado cómo una fiera, ahora estaban aterrados mientras él retrocedía más y más.
―Usted...solo...aléjese. Nada malo va a ocurrirme. No necesito que me cure.―Dijo casi suplicándome.
―Por favor, ya quédese quieto. Es una orden.―Le contesté ya cansada de la situación.
Los ojos que me miraban asustados pasaron a mirarme burlonamente.
― ¿Usted me está dando órdenes?
―Pues, Lord Kingsley me lo obsequió como regalo de bodas. Ahora no sea cobarde y dese vuelta.
―Yo no soy cobarde.―Me dijo irritado.
―Pruébelo.
El joven se dio vuelta y pude ver que su camisa estaba llena de sangre.
―Kingsley va a matarlo si descubre lo espantosa que se ve esta camisa.
―Ya ha comenzado a matarme.―Me contestó mientras se la quitaba.
Una vez sin la camisa, pude ver más de cerca los latigazos que Kingsley le había hecho. Algunos ya estaban tomando un color que indicaba que las cosas no irían bien si no se lo curaba rápido.
Tomé una de las servilletas que había allí y le puse un poco de alcohol. Luego, apoyé la misma en una de las heridas. Damon dio un alarido de dolor y se alejó bruscamente.
― ¡Dios santo, no grite así!― Dije tratando de calmarlo.
―De haber sabido que iba a torturarme no le hubiese dejado acercarse a mí.―Me contestó todavía haciendo una mueca de dolor.
―No lo estoy torturando. El alcohol sirve para que la herida no se infecte. Una criada me enseñó eso cuando caí por las escaleras una vez y raspé mis rodillas.
―No quisiera arruinar su lindo recuerdo. Pero de seguro esa criada le guardaba rencor y quería que sufriera.
Me reí ante su comentario.
―Le aseguro que no fue así. Y yo tampoco quiero lastimarlo. Por favor, siéntese.
― ¿Por qué debo creer en su palabra?
―Eso es decisión suya. Y si me permite un consejo, a veces es bueno dar saltos al vacío.
―Crea en mí cuando le digo que preferiría saltar al vacío antes de dejar que me toque con ese papel bañado en alcohol. Pero por lo visto no tengo muchas opciones.― Dijo dándose vuelta y dejando que me acerque para curarlo.
Una vez ya curándolo. Lo escuché gritar y decir improperios de los cuales, de la mitad, desconocía el significado mientras yo me encargaba de desinfectar todas las heridas que tenía.
―He terminado.― Dije una vez desinfectada la última de sus heridas.
―De por sentado que si no muero a causa de los latigazos voy a morir por su intento de curarme.―Contestó visiblemente adolorido.
―De nada.―Agregué enarcando una ceja
El joven se veía avergonzado de no haberme agradecido.
―Gracias. Por...lo que sea que haya hecho.
―Debo irme.― Le dije.
―Entonces no pierda más el tiempo aquí.―Me respondió.
Salí de la cocina y caminé por el mismo pasillo buscando a mi familia y a la de Lord Kingsley.
Me costó lo suficiente hasta que escuché sus voces a la vuelta de uno de los pasillos que también desconocía.
― ¡Alessandra! ¡Nos habías preocupado! ¿Dónde estabas?― Gritaba mi madre.
―Me distraje con uno de los cuadros. Sepan disculparme.
―Oh, querida. ¿Se encuentra bien?―Me preguntó Lady Kingsley.
―Me encuentro muy bien, Lady Kingsley. ¿Por qué lo pregunta?
―Tiene una mancha de sangre en el vestido.
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El amor en tiempos de esclavitud
RomanceLa vida de Alessandra, una joven de mente cerrada de allá por el 1800, da un enorme giro cuando conoce a Damon, un muchacho que fue esclavizado y obligado a trabajar para la familia de su prometido. Un reencuentro inesperado obligará a estos dos ama...