Inglaterra
23 de Agosto, 1800
-¡QUERIDA, SUPONGO QUE HAS TERMINADO DE ARREGLARTE!- Los gritos de mi madre rompieron el silencio y la tranquilidad de mi habitación.
-Madre, estaba esperándote. La mujer hizo un buen trabajo vistiéndome.
Siempre había tenido problemas sobre cómo debía referirme a los esclavos. Ella me recriminaba centenares de veces que yo considerara a Dorothy una persona, o que incluso adulara su trabajo con mi vestimenta.
-Espero que no elogies el trabajo de esa cosa, Alessandra.- Dijo mi madre con una espantosa cara de repulsión y sorpresa.
-No, madre.- Respondí.
-Correcto, tu padre llegará con el carruaje en unos momentos...-Dijo deteniéndose, como si fuese a decir algo más. -Oh, querida. Aún recuerdo el día en el que lo conocí, me veía igual de nerviosa que tú. Pero fue uno de los momentos más inolvidables de mi vida, también lo será para la tuya, créeme.
Miré a mi madre inexpresivamente, sintiendo el peso de las palabras que pronunciaba. Nunca pensé en que mis padres fuesen un matrimonio hecho y derecho, aunque desconocía el significado propiamente dicho del matrimonio hecho y derecho. Mejor dicho, se trataba de una relación de total dependencia. Mi madre no podría vivir sin sus "lujos" y a mi padre sólo le interesaba dárselos para que ella cerrara un poco la boca.
-Gracias, madre.- Dije sin saber exactamente qué era lo que estaba agradeciendo.
Ambas bajamos las escaleras y aguardamos a que mi padre entrara avisando que era hora de irnos.
-Buen día amadas mías.
Tal vez mi madre era una mujer irritante y completamente ignorante. Pero mi padre le triplicaba el comportamiento con algunos cuantos defectos más. Pero debía quererlo, ¿no?
-Anthony, al fin llegas. La reunión que tenemos pactada comenzará dentro de poco, debemos apurarnos, no quiero que Lord Kingsley piense que somos personas propensas a llegar tarde.- Comentó mi madre desesperada.
-Katherine, Katherine, Katherine...tu siempre tan hospitalaria cuando tu marido entra a su hogar.- Replicó mi padre con exasperación.
-El carruaje está a unos metros de aquí, el barro hizo difícil que pasara y preferí no demorarme con ese incidente.
-Supongo que no esperarás que manchemos estas costosas ropas con barro, ¿no?- Inquirió mi madre.
-Supongo que no esperarás que las cargue a las dos desde aquí hacia el carruaje, ¿no?- Le contestó él.
A decir verdad la relación entre ellos siempre me había parecido muy graciosa. Se basaba en constantes respuestas irónicas y cargadas de sarcasmo.
-Por favor Anthony, Lord Kingsley puede llegar a pensar mal si nos presentamos embarradas de pies a cabeza.- Suplicó mi madre.
-Querida Katherine, no voy a discutir este tema. Deberías aprender de nuestra hija, y comprender cuándo es el momento perfecto para morderte la lengua.
-Lo sé, perdóname Anthony.-Se disculpó ella.
Luego de un tiempo interminable en el que me mantuve quieta mirando las paredes, por fin salimos y comenzamos a dirigirnos hacia el carruaje. Afortunadamente nada de barro tocó nuestros vestidos y pudimos subir sin problemas.
Fue un viaje interminable de aproximadamente una hora en la que me la pasé observando el paisaje e imaginando qué estaría haciendo Lord Kingsley en ese momento.
Al llegar tuvimos el mismo problema que en mi hogar. Tuvimos que detenernos unos cuantos kilómetros antes porque el carruaje no podría pasar arriba de tanto barro. Mi madre empezó a quejarse de que si llegábamos sin carruaje podríamos llegar a dar una muy mala impresión, pero mi padre hizo caso omiso a sus gimoteos.
Faltaba bastante para llegar hacia la hermosa mansión que se veía a lo lejos, pero era un lugar muy poblado y veíamos a muchas personas paseando por ahí.
Sin embargo, un grupo de ella captó mi atención: un vendedor de esclavos se encontraba gritándoles a los mismos que debían fingir que eran presentables o que serían castigados muy severamente después. Los pobres parecían completamente indefensos y aterrados ante tal situación, pero uno en especial captó mi atención: era un hombre de aproximadamente 25 años con pelo castaño y tez levemente oscura. Sus ojos verdes se notaban cargados de rencor hacia el hombre que les gritaba y de vez en cuando los azotaba, yo entendía por qué. Sus brazos parecían fuertes y era bastante alto en comparación mía, pero se notaba que no comía hace días. Nuestras miradas se encontraron y mi corazón comenzó a latir con fuerza. Él me dedicó una mirada condescendiente y cortó la atención hacia mí. Por mi parte, tuve que hacer lo mismo porque un tirón en el brazo me indicó que debíamos apurarnos a llegar a la mansión de Lord Kingsley.
El día se encontraba soleado y no había rastros de la lluvia que había caído horas antes de llegar al hogar de mi prometido.
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El amor en tiempos de esclavitud
RomantikLa vida de Alessandra, una joven de mente cerrada de allá por el 1800, da un enorme giro cuando conoce a Damon, un muchacho que fue esclavizado y obligado a trabajar para la familia de su prometido. Un reencuentro inesperado obligará a estos dos ama...