Capítulo 10

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Inglaterra

28 de Agosto, 1800


Si pudiese haberme visto en aquél momento, habría jurado que me veía pálida como una hoja de papel.

Miré hacia mi vestido y, efectivamente, una mancha de sangre se alojaba en el área de mi cadera.

―No debe preocuparse, Lady Kingsley. Es tan solo una mancha de vino.― Mentí.

― ¿Está segura señorita Alessandra? La veo muy pálida, y a juzgar por el color de la mancha, juraría que es una mancha de sangre.

―Querida, no he notado que la señorita Smith esté desangrándose y mucho menos que esté desvanecida en el piso. Es tan solo una mancha de vino― Interrumpió Lord Kingsley.

Lady Kingsley pareció dudar ante la afirmación de su marido, pero no le dio más importancia al asunto y yo solté todo el aire que había estado conteniendo, completamente aliviada.

Luego volvimos a la sala principal, en la que se encontraba la escalera, dando por terminada la cena.

―Lord y Lady Kingsley. Debo decir que ha sido una noche espléndida.― Agradeció mi padre con una gran sonrisa mientras estrechaba la mano de Lord Kingsley.

―En efecto, Lord Smith. Ha sido un placer inmenso conocerlo y no dudo en que mi hijo y la señorita Alessandra serán un matrimonio hecho y derecho.

Un matrimonio hecho y derecho. ¿No era mejor que fuésemos un matrimonio feliz? ¿Un matrimonio próspero? Efectivamente no. Lo único que importaba era que en un matrimonio había reglas y requisitos que cumplir para ser considerado un buen matrimonio, un matrimonio "hecho y derecho".

―Ha sido un placer volverla a ver señorita Alessandra.― Me susurró William al oído.

―El placer ha sido mío.

―Créame. Me es imposible esperar al gran día de la boda. Espero que le agrade la noticia.

―Discúlpeme, ¿cuál noticia?― Pregunté extrañada.

―Ya es hora de irnos, muchas gracias por la invitación. Ha sido una velada inolvidable.― Dijo mi padre con aspecto cansado.

Luego de unos tantos halagos y formalidades salimos de aquella residencia y entramos al carruaje. El aire puro se metió en mis pulmones y me permití disfrutar aquella sensación.

―Alessandra, ¿cómo se te ha ocurrido manchar tu vestido en una cena tan importante? Ya lo verás. Lady Kingsley tendrá una muy mala imagen tuya.― Me recriminó mi madre.

― Katherine, ha sido un suplicio para mí tolerar tu comportamiento durante la cena. Por una vez en toda la noche cierra la boca.― La retó mi padre.

El resto del viaje hacia mi hogar fue tranquilo y silencioso. Mi madre no emitió palabra alguna y mi padre se relajó y cerró los ojos.

Por mi parte, me dediqué a pensar en William. Conocía dos caras de él. La primera era la que me mostraba a mí y a mi familia: él demostraba ser atento, culto e inteligente entre otras cosas. Su segunda cara era la que conocía gracias a Damon, pues William lo había lastimado salvajemente. También me percaté de que algunas de sus heridas eran las que le había hecho debido al incidente en el cual derribé aquella estatua, y otras eran más recientes, de las cuales no sabía el motivo.

Inmersa en mis pensamientos no noté que el carruaje ya había frenado en la puerta de mi hogar y, de no ser por mi madre que nos avisó a mi padre y a mí a los gritos, pude haber estado pensando toda la noche sentada en el mismo.

Una vez fuera de él, caminé arrastrando los pies hacia adentro debido al cansancio. El familiar aroma de mi hogar me reconfortó.

Dorothy me ayudó a sacarme mi vestido y me metí en mi cama, agradecida de haber terminado el día. No tuve que hacer ningún tipo de esfuerzo porque al instante me quedé dormida.

―Alessandra. Si quiere casarse conmigo tiene que firmar este acuerdo. Tendrá una gran vida y gozará de grandes beneficios. Lo contrario a su situación actual.

Me encontraba en una habitación negra en la que había un escritorio hecho de una única pieza de madera. Yo estaba sentada en una silla, Lord Kingsley estaba sentado en frente mío y me tendía un papel y una pluma.

―Alessandra, apresúrese, al firmar el acuerdo su vida cambiará para mejor.― Me insistía William.

―Alessandra, no firme el acuerdo, no todo lo que brilla es oro.― Dijo alguien que estaba del otro lado de la habitación cuya presencia yo había omitido, era Damon.

Estaba confundida con la pluma en la mano. Kingsley sonreía con esa gran sonrisa suya y Damon tenía una expresión que denotaba seriedad y preocupación.

―No le haga caso a ese pobre infeliz. Firme, Alessandra.―Volvió a insistir William.

Miré por última vez a Damon, quien con la mirada me suplicaba que no lo hiciera. Pero cerré los ojos y firmé.

Al instante, la habitación comenzó a prenderse fuego. Kingsley había desaparecido y Damon y yo nos fuimos consumiendo junto con la misma.

Abrí los ojos y me senté sobresaltada. Analicé en dónde me encontraba y descubrí que estaba en mi habitación, todo estaba en calma. Había sido un sueño.

Salí de mi cama y me puse un vestido sencillo para bajar a comer.

Al entrar a la cocina el familiar aroma a pan de Dorothy despertó hambre en mi estómago.

―Mi niña, ¿cómo has dormido?―Dijo mi padre, quien estaba sentado en la mesa leyendo.

―Tuve una...extraña pesadilla.

―Alessandra, luego nos cuentas tu pesadilla. Ahora siéntate. Tenemos una gran noticia que darte.― Interrumpió mi madre.

―Es verdad Alessandra. Verás, ayer en la cena con la familia Kingsley discutimos lo suficiente y decidimos que era inoportuno esperar más tiempo. Te casarás mañana.


El amor en tiempos de esclavitudDonde viven las historias. Descúbrelo ahora