Capítulo 14

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 Inglaterra

30 de Agosto, 1800

Desde niña mi madre había invertido muchísimo tiempo en meter en mi cabeza diversas ideas sobre la trascendencia del matrimonio en la vida de la mujer.  Cada una de ellas, siempre positiva y entusiasta, retrataban tal evento como el más importante en la vida de una joven, en el que pasaba a la vida popular y todo su mundo tomaba forma.
A decir verdad, en mi caso, ninguna de las promesas hechas por mi madre se cumplió.
Dando la ceremonia por terminada, todos los invitados pasaron al salón principal, donde tendría lugar la celebración propiamente dicha.
Las personas presentes en la fiesta comenzaron desde el inicio a alabarme en exceso, como si el hecho de casarme con un millonario implicara encontrar la tercer maravilla del mundo. Por supuesto, me vi forzada a responder amablemente cada halago por más hipócrita que me pareciera.
Nos ubicamos en una mesa circular que se encontraba en el medio del salón, Lord Kingsley en medio de mi madre y la suya, y yo en medio de mi padre y el suyo.
Aquel almuerzo consistió en escuchar a mi esposo hablando sobre sus negocios sin parar un solo segundo. Era realmente abrumador y descubrí una nueva faceta de aquel hombre: su egocentrismo era tal que podía pasar hora y media hablando de sus logros con tal de impresionar a todos los presentes.
Luego de aquella interminable hora, Kingsley se levantó y pidió amablemente a los invitados que guardaran silencio y levantaran sus copas.
-Me enorgullece poder levantar mi copa en honor a la bella mujer que hoy se ha convertido en mi esposa. Quisiera pedirles a todos vosotros que levanten las suyas por este matrimonio y por el futuro próspero que nos espera.
Levanté mi copa mirando a William con extrañeza, realmente era el discurso más vacío que había tenido que escuchar en mi corta vida. Pero más desconcierto me generó aún que todos los presentes aplaudieran a aquel hombre tan entusiasmados, como si aquellas palabras contuviesen el mensaje más hermoso jamás pronunciado por nadie. 
Luego de aquella exhibición. Pedí permiso para retirarme un momento, pues la situación era abrumadora.

-Déjala William, se siente emocionada por el giro que su vida ha dado. Está plenamente agradecida con usted por haberla tomado como su esposa.- Le escuché decir a mi madre mientras me dirigía a los jardines traseros.

Una leve brisa acarició mi rostro una vez fuera de la casa. Comencé a caminar en dirección al gran laberinto que tanto llamaba mi atención. No se encontraba demasiado lejos, pero los zapatos que usaba aquel entonces estaban destruyendo mis pies. 

Luego de lo que pareció una eternidad caminando, me encontré en la entrada a aquel laberinto de arbustos, entré en él sin dudar un segundo. No fue de las mejores ideas que tuve, pues cinco minutos después no tenía idea de en dónde me encontraba o cómo salir de allí. 

Ya que nadie podía verme, decidí quitarme los zapatos. Tal como me lo esperaba mis pies estaban muy maltratados y en algunas zonas de los mismos la piel había comenzado a salirse. Hice una mueca de dolor al verlos así y luego seguí caminando sobre el césped con cierta dificultad. 

Me encontraba caminando por uno de los tantos recovecos de aquel lugar cuando una figura se salió precipitadamente de una esquina. Retrocedí bruscamente y ahogué un grito cuando me percaté de que aquella figura era Damon.

    — Casi me mata del susto.— Le reproché.

    — Lamento haberla asustado con mi andar apresurado, no imaginaba encontrarme una novia descalza en este lugar.— Me respondió tratando de contener la risa que le provocaba mi expresión. — ¿Se ha perdido señorita?

—Me temo que sí.

—Venga conmigo. —Me dijo antes de irse por donde había venido.

Comenzamos a caminar por entre los laberintosos caminos que allí se encontraban, Damon parecía bastante animado y caminaba erguido mientras iba acariciando con la mano los arbustos que se encontraban a su alrededor.

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⏰ Última actualización: Jul 29, 2019 ⏰

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El amor en tiempos de esclavitudDonde viven las historias. Descúbrelo ahora