Capítulo 8

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Inglaterra

28 de Agosto, 1800

Al bajar por aquellas escaleras me encontré con que había omitido un hermoso sendero que recorría todos los jardines.

El viento había cesado y una leve brisa creaba movimiento en mi cabello.

―Debo decir que es una noche ideal. No parece haber nada que pueda arruinarla.― Comentó Kingsley.

―Es realmente una noche hermosa. Y las estrellas junto con la luna hacen un espectáculo inigualable.―Le contesté.

―Alessandra, debo confesar que cuando la conocí quedé asombrado por su inigualable belleza. Pero ahora que puedo ver más allá. Me asombra su sensibilidad y su forma de apreciar momentos como este. Me atrevo a predecir que nunca va a dejar de sorprenderme.

―Espero que así sea.― Le respondí dejando escapar una pequeña sonrisa.

A decir verdad, a pesar de que debía casarme. Kingsley no parecía ser tan malo conmigo como lo era con su servidumbre. Aunque eso pasaba en todas las familias adineradas. Parecía de verdad interesarse en el futuro del matrimonio y en mi bien estar. Podría decirse que aquél hombre iba a agradarme en un futuro. 

Un ruido nos sacó a ambos del momento "romántico" en el que nos encontrábamos y al identificar de dónde provenía nos encontramos con que Damon había salido y había tropezado con una maceta.

―Maldita escoria, tiene un don para arruinar todo lo que toca. Creí haberle dicho que no quería oír de usted. ―Despotricó Kingsley acercándose peligrosamente a Damon.

―William.― Lo llamé tomándolo por el brazo.―Tengo algo de frío. ¿Podría ser tan amable de traerme un abrigo y así continuar con la agradable conversación que manteníamos?

Fue una mentira muy tonta, pero fue lo suficiente para alejar a Kingsley de Damon.

―Por supuesto, mi querida Alessandra. Aguarde aquí.― Contestó Kingsley, volviendo a ser el hombre hospitalario que era conmigo.

―Y usted, deje de ser tan inútil o me veré obligado a tomar medidas drásticas.―Amenazó a Damon.

Dicho esto se fue caminando hacia la mansión. Dejándome sola con el joven.

Voltee a verlo y descubrí que había estado mirándome extrañado.

―Lamento que lo hayan castigado por mi culpa el otro día― Comenté apenada.

―No fue su culpa. Los que han sido privados de su libertad tienden a generar más desconfianza que las personas como usted.

― ¿Personas como yo? Disculpe, ¿a qué se refiere?

―Me refiero a que el hecho de que esté por casarse con el dueño de la casa, hace que cualquier error que usted cometa sea culpa de la servidumbre.

―Eso no es verdad. ―Lo contradije.

―Puede negarlo todo lo que quiera señorita, pero veo en sus ojos que sabe perfectamente de lo que hablo.― Contestó mirándome a los ojos con fiereza. Lo cual me recordó a un feroz león tratando de someter a su presa.

El joven tenía razón, yo sabía perfectamente de lo que estaba hablándome.

― Entonces... ¿Lord Kingsley le ha hecho daño?― Dije cambiando el tema.

Damon desvió su mirada de la mía y la condujo hacia el pasto.

―No me ha hecho nada.

―Discúlpeme, pero me es difícil creer en su palabra.­―Insistí, tratando de encontrar su mirada.

―No es asunto mío si elige creerme o no.― Me respondió volviendo a mirarme con la misma ferocidad con la que lo había hecho antes. ―Tengo órdenes de no perturbar su cena con mi presencia. Con permiso.

Luego se dio vuelta y se fue a paso rápido hacia una puerta que daba a la mansión mientras apretaba los puños.

El corazón me latía lo suficientemente rápido para sentirlo sin tener que concentrarme demasiado y permanecí parada en el pasto, viendo a aquel joven marcharse y desaparecer en el interior de la residencia.


El amor en tiempos de esclavitudDonde viven las historias. Descúbrelo ahora