Inglaterra
30 de Agosto, 1800El sol se asomaba por la rendija de la puerta indicando que el día comenzaba. El día en el que me casaría con un hombre al que no amo y comenzaría una vida que no había elegido. El día en el que dejaría a mi familia para irme a convivir con un completo desconocido: el día de mi boda.
Me desperté con un nudo en el estómago al ver el imponente vestido que tenía colgado en el guardarropas. No hizo falta que me negase a probar bocado puesto que mi madre dijo que "podría ser difícil ponerme el vestido después".
La boda tendría lugar en la mansión Kingsley, más precisamente en los jardines por los que habíamos caminado.
Eran las 9 de la mañana y el evento comenzaría a las 13. Los segundos pasaban irremediablemente rápido y el no poder detener el tiempo me hacía sentir impotente.
―¡Alessandra, te casarás en menos de cinco horas, por amor de Dios ponte el vestido!― Gritaba mi madre.
―Katherine, la niña tiene la capacidad mental para saber lo que tiene que hacer. De modo que quiero que por lo menos este día te metas en tus asuntos.― La callaba mi padre.
Mis padres no generaban en absoluto un clima tranquilizador y a medida que escuchaba sus gritos y comentarios sarcásticos mis nervios aumentaban.
Subí a mi cuarto en busca de algo de paz y me encontré a Dorothy con el vestido en la mano.
―Creo que ya es hora, señorita.
Suspiré.
―Supongo que lo es, la prueba cabal de que los milagros son inexistentes.― Dije desanimada.
―No hable antes de tiempo, señorita Alessandra. Los milagros llegan cuando tienen que llegar. Son imperceptibles. De modo que no notaría un milagro aunque lo tuviese justo en frente de sus narices.
―Dorothy, no logro comprender de dónde saca tanto optimismo para todas las situaciones.― Le comenté dándome la vuelta para ver cómo me quedaba el vestido.
―Señorita Alessandra, permítame un consejo, no debe perder la fe en que las cosas buenas existen, en que las personas buenas existen. Veame a mí. Yo lo había perdido todo y ahora, si bien debo atender a los pedidos de sus padres, la tengo a usted y no dudo que es una de las mejores personas que he podido conocer.
No logré contenerme, me di vuelta y la abracé bien fuerte a lo que primero no respondió, pero luego me devolvió el abrazo cálidamente.
Minutos después se retiró y me dejó sola en mi cuarto.
Mirándome en el vestido me sentía una reina cuyo reino desconocía, como una extraña en mi propio cuerpo.
El atuendo se ajustaba a mi cuerpo a la perfección y mi pelo había sido recogido de una manera muy elegante.
―Con permiso, mi niña.― Dijo mi padre entrando en la habitación, justo antes de quedarse pasmado al verme con aquel vestido.
―Supongo que ya estoy lista.― Dije fingiendo una sonrisa.
―Te ves hermosa, Alessandra, mi niña.― Comentó con ternura. ―Ven, siéntate.
Me senté en el borde de la cama al igual que él mientras sacaba algo del bolsillo de su saco. Una pequeña caja de terciopelo.
Miré la caja con curiosidad y luego lo miré a él, parecía ansioso, como si hubiese estado esperando mostrarme aquella caja desde hace años.
―Hija, esto es una preciada reliquia familiar. Tu abuelo se la regaló a tu madre antes de su boda, me toca dártela a tí.
ESTÁS LEYENDO
El amor en tiempos de esclavitud
RomanceLa vida de Alessandra, una joven de mente cerrada de allá por el 1800, da un enorme giro cuando conoce a Damon, un muchacho que fue esclavizado y obligado a trabajar para la familia de su prometido. Un reencuentro inesperado obligará a estos dos ama...