2. Gemelas.

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–¡Francia, vas a llegar tarde!– gritó mi madre desde planta baja.

–¡Te dije que ya voy!– grité igual que ella.

Inspeccioné mi apariencia en el espejo e hice una mueca. Mi manera de vestir siempre era bastante peculiar, aunque hoy me veía bastante bien. Una blusa violeta brillante bajo una chaqueta de jean oscura, además de un leggin negro. Bueno, no era tan extraña, o al menos hoy no lo es. Tomé una entre tantos pares de botas, estas eran tipo Converse y llegaban hasta un poco más abajo de mis rodillas, y eran moradas.

Tomé un gorrito negro y lo puse sobre mi rebelde cabellera. Definir el color de aquellos rizos que llenan mi cabeza, es una tarea difícil, pues era una mezcla de  castaño con caucásico. A decir verdad, no tenía a nadie a quien impresionar, así que en realidad no me importaba peinarme.

Sobre mí laptop... Aún no tengo noticias. Una mezcla de sentimientos estaba alojada en mi estómago, iban desde enojo hasta melancolía. Esa sensación de incertidumbre era la que se apoderaba de mi interior con mayor intensidad. ¡Ni siquiera sabía si de verdad había perdido mi libro! ¡Ni siquiera sabía si lo iba a recuperar!

Bajé las escaleras a trote, con mi mochila rebotando contra mi espalda y seguí hasta la puerta principal.

–¿No vas a desayunar?– preguntó mi madre, yo volteé y alcé los hombros.

–No tengo hambre...

Saqué una manzana del centro de mesa y le dí una mordida, aunque el rostro de mi madre no se relajó, parecía satisfecha con que al menos llevara algo a mi estómago. Salí de la casa comiendo la condenada fruta. Simon clasificó mi estado como una depresión post-libro. Me pareció bastante gracioso, sí estaba triste y abrumada, pero no me sentía depresiva. Aunque en realidad no sé cómo se siente la depresión.

La comida se me hacía casi intragable por el potente nudo de mi garganta, y eso ocurre con cada comida que se me ofrece, desde hace dos semanas. Durante las noches suelo escribir el papel y lápiz aquellas palabras importantes que aún recordaba, pero es casi imposible rrecordar cada detalle. A pesar de eso, continué escribiendo, y me di cuenta de que habían cosas que podría colocar que al fin y al cabo, no afectarían el final.

Fue, mejor dicho, Está siendo una terapia intensiva.

La secundaria no quedaba demasiado lejos de mi casa, así que llegar a pie no duraba más de veinte minutos. No era el lugar más lujoso del mundo, pero tampoco era demasiado descuidado. Lo que lo hacía parecer a punto de caerse, era la cantidad de autos parcialmente lujosos que se apoderaban del estacionamiento. Todos se sentaban en los capós de sus autos con aire de autoridad, pero tuve que reprimir una risa al ver que literalmente todos los que tenían autos hacían lo mismo.

–¡Fran!– escuché una voz femenina llamarme, me volteé y  desparecí mi ceño fruncido, convirtiéndolo en una sonrisa.

–En serio, deberían dejar de hablar al mismo tiempo– bromeé, ellas se acercaron hasta quedar frente a mí.

–Es inevitable –comentaron ambas alzando los brazos.

Sam y Cam son gemelas, y es muy difícil diferenciarlas, a no ser que las conozcas. Por ejemplo: Sam es la más amorosa de las dos, y la más desarreglada; Cam es la más responsable y tiene un instinto de la moda casi mágico. Son como el agua y el alcohol isopropílico,  iguales, pero si tomas una de ellas te darás cuenta que son terriblemente diferentes.

–¡Te extrañé! Es horrible pasar las vacaciones de invierno  con ella– dijo Sam, abrazándome tan repentinamente que me soltó antes de que respondiera a su gesto.

Yo te creé #PNovel #HopeAwards2017Donde viven las historias. Descúbrelo ahora