Epílogo

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Los días pasaban mientras a Catalina se le hacía imposible poder reaccionar a los estímulos de su alrededor. No comía, no lloraba, no dormía, no se movía, parecía no respirar.

La muerte de su amado la había dejado en un shock extremo, sin permitirle hacer nada, más que sentarse en la cama de su habitación con los ojos abiertos de par en par. Sus manos nunca dejaron de apretar con fuerza las sábanas a su alrededor, aparentemente siendo el único esfuerzo que su cuerpo le permitía hacer.

Pocas veces en el día Clara la obligaba a comer, Catalina obedeciéndole aunque su mirada siguiese perdida y su boca no emitiera palabra alguna. Clara ayudaba a bañarla, a vestirla, a pararse para que no quedase entumecida, pero Catalina poco hacía para responder a los innumerables intentos de la sirvienta.

La comprensión de que el parto sería en pocos días, llegó a Catalina, cuando pequeñas gotas de agua comenzaron a nublar la vista de la princesa. Más y más gotas se formaron obligando a Catalina parpadear, dejando caer las pocas lágrimas que se habían formado. Al abrir los ojos, más lágrimas interminables cayeron mojando su rostro completamente. Dos parpadeos más fueron suficientes para hacer que, finalmente, Catalina reaccionara.

Su cabeza giró lentamente hacia la izquierda, sintiendo una puntada de dolor en el cuello por haberlo dejado quieto por tantos meses. Ignorando el dolor, su vista recorrió las largas cortinas color sangre que cubrían las ventanas, recordándole al líquido que caía del cuello sin cabeza de Sebastián.

Su cuello rápidamente volvió a la posición anterior cuando el recuerdo inundó su mente. Lo único que podía ver era sangre, cabezas rodando, cuerpos sin cabeza, ojos sin vida. Miró sus manos que aparentemente se habían congelado en un segundo, imitando la temperatura de la piel de su esposo la última vez que lo tocó.

Un grito desgarrador, sangriento, agonizante escapó de su boca, parándose enseguida para comenzar a tirar y romper todo lo que se interponía en su camino. Sus gritos se hacían más fuertes, sus lágrimas corrían con más rapidez por sus mejillas mientras las sábanas de su cama eran arrojadas al suelo, las almohadas eran lanzadas por la habitación, las cortinas eran arrancadas con fuerza de las ventanas, dejando entrar la poca luz que la noche permitía.

Acercándose a su tocador, sus brazos tiraron todo lo que había sobre él. Sus manos tomaron uno de sus peines tirándolo sobre los aires, logrando romper una de sus cuantas ventanas. Un sonido estruendoso se escuchó seguido de vidrios cayendo sobre el suelo de la habitación.

Sus gritos pararon y observaron el cristal caído. Sin orden propia sus pasos la llevaron hacia el desastre en su suelo, sus piernas agachándose para poder tomar uno de los vidrios en su mano.

La luz de la luna hizo brillar el filo del vidrio en su mano. Catalina observaba el vidrio con delicadeza cuando logró ver gotas rojas formándose en el filo y cayendo por su mano. La fuerza con la que agarraba el vidrio dejó un con corte en su piel, pero a ella no le importaba el dolor físico; era un alivio en contraste al gran dolor que su corazón estaba experimentando.

Se sentó recostando su espalda en la pared cerca de la ventana. Una idea cruzó por su cabeza y una sonrisa se hizo paso en sus labios.

Una de sus manos fue apoyada sobre su vientre, donde su bebé yacía. Su otra mano, la cual sostenía el vidrio, se acercó a su pecho.

-Pronto estaremos con papá- sonrió mirando su vientre

Sin pensarlo dos veces, su brazo se levantó para clavarse con fuerza justo sobre su pecho. Rápidamente su mano soltó el vidrio que permaneció clavado en su pecho para tomar con fuerza el collar que Sebastián le había regalado el día de su boda.

Pronto las puertas de los aposentos se abrieron, dejando entrar a la familia de Catalina junto a Enrique y varias sirvientas y guardias. Una mueca de horror se apoderó de cada uno de los rostros presentes, observando el cuerpo sin vida de Catalina, mientras sus manos se sostenían del collar de su amado y su hijo.

Fin

Besos xo

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