El auto se detuvo tras un recorrido no muy largo. Martina descendió sin intercambiar palabra alguna con Insitoris y se alejó presurosa de ahí para introducirse a la mansión que se cernía frente de ella.
Lo cierto es que su estado mental no podría relacionarse con tranquilidad o seguridad. De hecho, ella no recordaba haber estado nunca antes tan temerosa, nerviosa e intranquila como lo estaba ahora, ni siquiera aún cuando pasó su primera noche sola en las enormes habitaciones de su mansión cuando apenas tenía escasos cuatro años; incluso aquel momento de incertidumbre le parecía grandioso a comparación de lo que ahora estaba atravesando.
Y sus miedos aumentaban conforme se sabía más cerca de su objetivo. Y es que había algo dentro, algo bueno quizá, que le gritaba internamente que ella se estaba equivocando. Pero, ¿cómo podría ella seguir con ello? Con su vida que definía como un terrible y accidental desastre, algo que nunca debía de haber ocurrido. Incluso ella, aún ella, no se consideraba digna de respirar. Es decir, ¿cómo podría alguien quien realmente nunca había conocido aquello que la sociedad definía como amor seguir respirando, seguir viviendo? ¿Cómo podría alguien a quien su misma familia repudiaba anhelar algo lindo para sí mismo? Su vida era un asco, desde el primer momento en el que había dado su primer respiro, y estaba consciente de ello.
Resopló, sus demonios internos parecía regocijarse en su interior ante su debilidad escondida tras de aquella venganza que, aún cuando no quería reconocerlo, la estaba destruyendo incluso más de lo que estaba y, peor aún, se fortalecían mientras ella desfallecía.
La perilla metálica giró con lentitud abriéndole así el camino a la heredera Stoessel con su siguiente víctima. Con un nudo insoportable en la garganta y la mirada vidriosa e invadida por un llanto contenido, se introdujo a la habitación, tiritando para intentar inútilmente devolver un poco de calor a su cuerpo y para liberar un poco de la presión ejercida sobre su ser.
Caminó, lento, silenciosa hasta cesar al llegar frente del escritorio de cedro con el que relacionaba siempre a su propietaria, y es que habría sido ilógico que no fuese así, es decir, toda su infancia aquél escritorio había sido el cuadro en el que su madre se desenvolvía día a día aún cuando Martina necesitase un poco de atención, aún así aquel pesado y elegante mueble de madera no había pasado a segundo plano. Y en esta ocasión, no era la excepción.
-Ah, Martina- Mariana apenas se dignó a levantar por un par de segundos su mirada para después regresarla a los papeles que reposaban sobre la superficie del mueble - ¿has resuelto ya la situación? - Martina observó cómo la atractiva mujer daba un sorbo al humeante líquido depositado en su costosa taza de porcelana restándole por completo importancia a su misma hija.
-Ese es el motivo de mi visita, madre – se maldijo, por su inesperada voz entrecortada que la hacía lucir ridículamente patética ante uno de sus más odiados enemigos.
-¿Y bien? ¿Quieres que lo resuelva yo? Martina, eres lo suficientemente grande como para hacerte cargo de tus responsabilidades...
-No, madre - Martina la acalló con un movimiento de sus manos – Creo que no me entiendes, he venido a informarte que la situación se ha arreglado por completo – y, por inercia, Martina sonrió.
-¡Excelente! ¿Y dónde está Peter, entonces? - Martina agradeció que la mujer finalmente mostrase más interés por sus palabras dejando a un lado aquellos papeles muy seguramente relativos a los hoteles.
-No nos enfoquemos en Peter por el momento, mami - Martina escupió sus palabras llenas de ira – Creo que hay algo que te interesará aún más – y por vez primera decidió acercarse a ella con una sonrisa en rostro, una sonrisa sincera.
-¿Quién es Carlo Insitoris, Martina? - Martina se sobresaltó ante el inesperado y brusco tacto de su madre alrededor de su muñeca.
-¿Carlo Insitoris? – fingió demencia - ¡Ah! ¿Te refieres acaso al padre de mi hijo? – intentó sin éxito en sus planes zafarse de la presión ejercida por su madre sobre el tronco de su mano.
-¿Qué estás diciendo ahora? - Martina observó en silencio el sobresalto de su madre, sus ojos fuera de órbita a juego con su rojizo tono sobre su delgado rostro que lucían lo suficientemente amenazantes como para hacerla temer por su misma vida.
-Carlo, el rockstar, es el padre de mi hijo, madre – ella soltó sus palabras con la suficiente lentitud como para dejarlas más claras que el agua misma.
-¿Es acaso esto una broma, querida? – y ahora su madre se había incorporado de su sillón de cuero y la afrontaba, justo como Martina lo había anhelado.
-En absoluto, madre - Martina sonrió, aún cuando su madre había liberado una mínima fracción de su furia sobre una de sus mejillas en una sonora y ardua bofetada - ¿Es todo lo que planeas hacerme, 'mami'? –y el sarcasmo en sus palabras la hacía experimentar una serie de sentimientos contrastados, básicamente resumidos a miedo y placer - ¿Realmente tu odio se reduce a una simple agresión física? En tu lugar, no estaría satisfecha ni aún asesinándome, madre.
-Deja de decir sandeces, Martina... – la advertencia de su madre no la hizo flaquear como habría de haber esperado, de hecho comenzaba a alborotar aún más sus deseos que aquejaban a todo su ser.
-Creo que sigues sin entenderme, Mariana – dio un paso firme hacia ella obligándola a regresar a su asiento – Escúchame, lo diré claro y conciso, entonces comprenderás - Martina entonces, con una sonrisa irónica sobre sus labios, llevó un brazo al interior del cajón central del escritorio de madera y sacó de ahí un grueso sobre de papel para, inmediatamente y con brusquedad, arrojarlo sobre la superficie plana del mueble – Te has ido a la ruina, madre. Tú y tus jodidos hoteles están en bancarrota – declaró sin perder el contacto visual con la madura y atractiva mujer que ahora repudiaba.-¿Y cómo te fue? – Carlo Insitoris sonrió sarcástico apenas su amiga ascendió al automóvil en el que él había pasado una considerable cantidad de tiempo esperándola.
Lo cierto era que no lucía bien. Sus piernas temblaban, su respiración estaba agitada, su mirada fuera de órbita, sus manos sudaban, su mandíbula estaba tensa y su piel estaba más blanca que el marfil mismo. Su sonrisa desapareció en automático.
-¿Qué ocurrió? – se aventuró a cuestionar tras encender el automóvil y hacerlo arrancar a gran velocidad adivinando no conveniente permanecer en la mansión Stoessel.
Esperó, paciente. De vez en cuando mirándola de soslayo. Y aún, tras un momento eterno en el cual el silencio sepulcral había reinado, Martina seguía muda y su estado no mejoraba.
Aquello no estaba bien, había ocurrido algo, algo lo suficientemente ruin como para que ella estuviese en completo trance.
¿Y qué haría entonces?
Una simple idea llegó a su mente y no se detuvo a pensarla.Aquel atardecer no difería mucho a los anteriores. Nada espectacular más allá de la naturaleza en sí, una espectacular paleta de colores anaranjados y rojizos en contraste a algunas manchas azuladas, el abrazante calor que comenzaba a disminuir con la entrada de la noche y de fondo el suave compás musical del oleaje que besaba con dulzura la blanquizca arena.
Y aún con todo ello, la calma no llegaba a su ser. Y es que, como había ocurrido con constancia los últimos días de su vida, sus pecados lo atormentaban con fervor, alimentando a sus demonios internos que crecían y lo absorbían a aquel abismo en el que se había convertido su existencia.
Y se cuestionaba aún si todo aquello había valido la pena. Es decir, ¿había valido la pena haber roto las ilusiones de una mujer maravillosa que no hacía nada más en el mundo más que amarlo?, ¿había valido la pena desaparecer del plano de su familia?, ¿había valido la pena hacerse odiar por sus padres?, ¿había valido la pena alejarse de toda creencia a la que antes se sujetaba con devoción?, ¿había valido la pena cada noche de insomnio pensando en ella, en la causante de su sufrimiento?, ¿había valido la pena darlo todo y no recibir nada a cambio?, ¿había valido la pena arruinar su vida por una señorita malcriada?
En eso se había convertido él, el antes grandioso Jorge Blanco, se reducía ahora a nada. Quizá una simple marioneta del destino que no había estado preparado, y nunca lo estaría, para afrontar semejante situación. Estar, de alguna forma, atado a la peor mujer sobre la faz de la tierra y recibir a cambio, como muy merecido castigo, su rechazo.
No había momento en el que él no renegase de aquel maldito momento en el que había decidido subir a aquel tren que, más que llevarlo a Mónaco, lo había llevado a su perdición. Maldijo aquel primer encuentro, aquel en el que nunca se manejó exclusivamente un simple deseo, sino algo más allá contra lo que no pudo luchar y que ahora lo había derrotado por completo.
Recordaba todo a la perfección, como si estuviese tatuado en su mente y nunca jamás poder borrarlo, aquellas palabras, aquellas caricias, aquellas miradas... aquella mujer.
Aquella mujer que había estropeado su vida, desde el simple momento de entrometerse en ella. Y ahora, todo empeoraba.
Por un momento, él, ilusamente, había tenido esperanzas centradas en el vientre de ella, en aquella vida que llevaba en su interior. Era entonces como un último aliento para él, como la pequeña llama que se empeña en alumbrar la gran penumbra de la noche, sin embargo, aquella llama se había terminado de extinguir. Había bastado una simple bocanada de aire por parte de ella para romper por completo con todo aquello que alguna vez había sido Jorge Blanco. Y ahora, ¿qué quedaba de él sino el recuerdo?
Jorge lanzó una bocanada de aire a la cálida atmósfera. Abatido y lastimado, no se sentía apto siquiera para seguir respirando, cada latido dolía de sobremanera como un fuerte golpe que desgarraba cada órgano interno.
Sacó del bolsillo frontal de su camisa su cajetilla de cigarrillos, extrajo uno para encenderlo y llevarlo a sus labios por un breve momento. Últimamente, aquello resultaba ser un superficial pero único consuelo para sus terribles inquietudes. Liberó un halito de grisáceo humo y cogió entre sus manos aquella carta que había llegado por correspondencia.
Releyó por enésima vez los limpios garabatos que James; su representante, mejor amigo y el único que sabía su exacta ubicación en aquellos momentos; había plasmado en aquel pedazo de papel. Todo el día había estado pensando en su contenido, en aquella propuesta que parecía una grandiosa escapatoria a todos sus problemas. Aquellas letras que parecían descendidas del cielo mismo para él y para sus malditos problemas.
Gruñó. Había pensado ya demasiado tiempo en ello y en vano, pues la respuesta la había tenido desde la primera vez que había leído. Lo haría, no importando las consecuencias. Nada temía perder ya después de todo lo que la señorita Stoessel le había arrebatado.¡Nos leemos pronto!
TotiStorys
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Señorita Malcriada |Jortini *TERMINADA*
FanfictionPara la sociedad, ella era la mujer perfecta, el modelo a seguir tanto como hija como prometida, joven, bella, bondadosa, inteligente, millonaria... caprichosa. Mariana Stoessel, su madre, la dueña de la reconocida cadena hotelera Stoessel, le había...