Capitulo 31

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Martina azotó la puerta con palpable aparatosidad haciendo retumbar incluso los cristales más cercanos. Dejando atrás a los pocos presentes; el doctor, que momentos antes la había conducido hasta aquella habitación y un par de enfermeras que mantenían una amena charla con él; suspensos con su rápido andar y las coléricas lágrimas que derramaba con exasperación.

-Señorita Stoessel – el anciano intentó sin éxito un diálogo con la vehemente mujer pero ella lo acalló con una simple mirada inyectada de odio, el doctor retrocedió.

Parecía más peligrosa incluso que una bestia salvaje hambrienta y malherida, capaz de destruir todo a su paso no manteniendo templanzas de ningún tipo. Ciertamente, estaba dolida, y mucho. Esta ocasión no sólo se trataba de su orgullo, eran sus ingenuas ilusiones las que había sido por completo derrumbadas, aún a pesar de que el culpable de ello había estado a punto de jurarle sentimientos de los que ella ni siquiera se había atrevido a discurrir.

Tenía que haber esperado un par de segundos más, sólo un instante, y su vida hubiese dado un vuelco de ciento ochenta grados, habría escuchado aquel par de palabras que no había frecuentado mucho a lo largo de su vida. No obstante, no se arrepentía, ya estaba saturada de tanta crueldad, y toda ella contenida en ese mismo demonio que se escondía tras un peculiar y atractivo hombre.

Tampoco se lamentó por no haberle confesado sus sospechas que le causaban sus constantes náuseas y, ahora también, mareos. Mucho menos de tragarse las melosas palabras que le había despertado el simple hecho de mantener unida su mano a una de él y más aún aquel beso que se deploraba de haber correspondido en un inicio.

Estaba repugnada, fastidiada y agobiada. La había besado, ¡y ella lo había correspondido!

-¿Qué dijo? ¿Para qué te llamaron... a ti? - Martina sintió colisionar su cuerpo contra un par de pequeñas y delgadas manos que no cesaban su insoportable tiritar.

Levantó su mirada al frente para enfrentarse a su, en ese momento, peor enemigo.

-¡Vete al carajo! Con tu prometido, ¡juntos! – tras escupir aquellas palabras y dejar a todos, familia Blanco, Fran, Mónica y Carlo, estupefactos ante el insulto a la sensible mujer futura esposa de su amante, Martina salió con firmes pasos de ahí seguida por sus desconcertados acompañantes.

Subió al auto con la mirada fija al frente, no concentrándose en algún punto en especial, cerró con seguro sus puertas antes de que alguno de sus persecutores pudiera abordar al vehículo junto con ella y liberase una lluvia de cuestiones respecto a lo sucedido. Arrancó a toda velocidad enjuagando la única lágrima que había vencido aquella batalla.

Confesión#26: Y finalmente, para efectuar una ansiada venganza, tienes que afrontar primero tus más grandes temores.

La tranquilidad reinaba por los pasillos y habitaciones de la mansión Stoessel, los rayos diurnos de un nuevo día comenzaban a colarse a través de los enormes ventanales apenas cubiertos con finas telas de encaje. Mariana Stoessel mantenía dibujado en sus labios una tenue sonrisa, no podía recordar la última vez que su mansión había permanecido tan pacífica, lo único que aludía era que aquellos muros antes habían sido testigos mudos de terribles peleas, discusiones por cosas sin importancia, del quebrantamiento de una familia antes unida, de los sueños rotos de una pequeña niña, de la violenta relación con su marido, de la terrible transformación de Martina... Seguía preguntándose qué había ocurrido, qué había hecho mal, cuál había sido el detonante de todo aquello... sólo una cosa surgió en su mente: su única pero malcriada descendiente, ella siempre había acaparado la atención desde que había llegado, le había robada valioso tiempo con su esposo; desde que ella había venido a su mundo, Mariana había sido desplazada, era quizá esa la razón por la que sentía una terrible ira, todo ese tiempo había odiado a su propia hija y hasta ahora lo había descubierto.

Despejó su mente de todos aquellos pecaminosos pensamientos y regresó su atención a los papeles que reposaban frente a ella sobre su escritorio, las coloridas y confusas gráficas explicaban cómo sus hoteles se mantenían en la cumbre y pronosticaban que se mantendrían así durante un largo periodo; había sido una excelente inversión la boda de su hija con Peter Lanzani, ahora contaban con un convenio con su naviera, los Blanco difícilmente la desplazarían, aun con el matrimonio del heredero Jorge con la dulce Stephie Camarena-. Mariana dejo atrás sus amargos pensamientos y dio paso a una sonrisa muestra de su éxito; olvidando, claro, el ámbito familiar, extendió su delicada mano a la taza de porcelana humeante que reposaba sobre su escritorio ya la llevó a sus rosados labios para dar un pequeño sorbo del té verde que acostumbraba a beber por las mañanas.


- Señora Stoessel - su mayordomo entró con un periódico en mano con presurosos pasos olvidándose de llamar a la puerta antes de irrumpir en su despacho, su rostro despedía preocupación, algo no iba bien, Mariana dejó a un lado su bebida alerta.

-¿Qué ocurre, Emiliano? ¿Por qué entras de esa manera? – el mayordomo interrumpió su reprensión al depositar el periódico sobre su escritorio. Mariana acalló.


Experimentó un vuelco en su estomago, sintió cómo su pulso se detuvo y sus sangre se disparó hasta su rostro de inmediato tras palidecer, sus manos se apretujaron en un par de temblorosos puños al borde del sangrado al mismo tiempo que sus dientes comenzaron a emitir un castañeo imparable, de un manotazo expulsó todo lo que reposaba sobre su escritorio incluyendo el periódico que mostraba como titulares la identidad de un afamado corredor de autos y bajo de ellos las fotos de su primogénita posando un uniforme negro con adornos plateados.

-Hola, madre, buen día – Mariana stoessel levantó su mirada inyectada de infinito odio hacia la mujer que se había atrevido a regresar a su mansión y que mantenía una cínica sonrisa desafiándola.

Martina Stoessel había abordado a la mansión de su madre con periódico en mano dispuesta a restregarle en la cara a su progenitora su más reciente travesura, se sintió decepcionada al descubrir que un empleado se había adelantado a notificarla acerca de lo ocurrido, mas no cesó.


Esbozó una arrogante sonrisa al vislumbrar el tono escarlata que había inundado el delgado rostro de su madre asimilándola a un pequeño jitomate, casi soltó una carcajada en cuanto ella además se levantó y se dirigió en su dirección con furiosas zancadas, reprimió su impulso de articular alguna broma de mal gusto y mordió su labio inferior no sin dejar aquella maléfica sonrisa criminal.

-Oh, lo sabes ya – alzó su mirada del arrugado periódico, que permanecía a los pies del escritorio de caoba junto al pequeño caos conformado en su mayoría por papeles abarrotados de datos y la clavó en ella – Venía a informártelo – señaló al periódico que reposaba bajo sus brazos con una fingida mueca de decepción - pero creo que abordé con un ligero retraso.

-Eres una insolente – ella alzó una ceja divertida, consciente de su provocación. No se arrepintió, ni siquiera aún cuando Mariana, asaltada por su irreprimible ira, propinó una sonora bofetada dejando marcada su mano en la inflamada mejilla de su hija, Martina se limitó a desaparecer su sonrisa y llevar una mano silenciosa a su rostro conteniendo sus protestas, tuvo que morder su lengua e incluso hacerla sangrar ligeramente para tragarse cada uno de sus insultos que amenazaban con salir con fluidez.

-¿Es todo? – ella dijo reciproca a los sentimientos de su madre.

-¿Desde cuándo? – Martina advirtió que las piernas de su madre flaqueaban, frunció su entrecejo, siempre la había visto molesta, pero sólo una ocasión había sido como aquella, el día en que había sucedido la definitiva rotura de su familia, recordaba que en aquella ocasión incluso tuvieron que llevarla al hospital de emergencia pues le había dado un ataque de estrés; resopló y esperó a que en aquel momento no ocurriese lo mismo, estaba disfrutando tanto que sería una pena cortar aquella sugestiva "charla de madre a hija".

-Desde siempre – dijo en un susurro lo suficiente fuerte como para ser percibido, sonrió - ¿De verdad creíste que acataría cada una de tus absurdas órdenes? Madre, jamás he sido lo que te he hecho creer, cada que escapaba era para ir a correr un grandioso automóvil, uno de los míos, claro, ¿sabías que ninguno de ellos tiene un límite de velocidad como Fran te ha hecho creer? Cada noche que no llegaba a dormir no había permanecido con alguna amiga, me había revolcado con algún tío. Cada enfermedad por supuesto que era un invento, cada viaje a Paris de compras era falso, todo siempre ha sido falso, ¡por Dios, madre! Pensé que sería más difícil engañarte, pero cada mentira te la tragabas cual agua.

-Me enfermas, Martina. Me repudias. ¿Por qué tenías que ser tú mi hija? – dijo reprimiendo su colérico llanto.

-Lo sé, madre, lo sé - Martina se llevo una mano a su barbilla rogando al cielo ver una lágrima de aquella detestable mujer, lo ansiaba, desde que tenía memoria – Pero – tragó con dificultad – me he redimido, madre, no quiero seguir más con esto, estoy harta de esta farsa, quiero corregir mis errores, quiero ser la Martina que era antes de que papá se marchase, quiero tu cariño, quiero ser buena, ¡mamá! – dijo enjuagando sus lágrimas.

-¡Ja! – Mariana rió abiertamente - ¿esperas de verdad que me trague aquello? - Martina se dirigió con paso pesado al enorme sofá que reposaba a un lado suyo y se dejo caer sobre él acongojada.

-Madre, de verdad lo espero –hizo una breve pausa al reparar que Mariana se sentaba a un lado suyo - cuando estuve con Peter, escapé; comprendí que si quería una nueva vida con él debía empezar a enmendar mis pecados, por ello me dirigí a aquella carrera y revelé mi identidad, para después dejarlo, ahora he regresado para confesarte todo con la sincera esperanza de que me perdones, por favor – sin más se lanzó a sus brazos derramando sus lágrimas en el costoso abrigo de ella.

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Señorita Malcriada |Jortini *TERMINADA*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora