Capitulo 42

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Martina salió del elevador con su lento andar. Con su mirada clavada en el suelo mientras rebuscaba en los bolsillos de su sudadera cerrada mientras soltaba, de vez en cuando, al aire algunas maldiciones a causa de los cada vez más constantes movimientos del bebé dentro de su vientre.  

Tomó entre sus manos las metálicas llaves del departamento para abrir la rechinante puerta de madera blanca con el número 52 grabado en una pequeña y discreta placa dorada. 

Y, antes de poder dar un paso siquiera al interior del elegante departamento, sintió un par de grandes manos atraparla por los hombros para despedirla al exterior directo al pasillo cubierto por una larga alfombra matizada de colores verdosos. 

-¿Qué ocurre? – frunció el entrecejo mientras retiraba molesta las manos de su amigo de por encima de su cuerpo. 

-Martina, no sé si debas entrar – y Martina fue testigo de las pocas veces en las que el rockstar vacilaba nervioso. 

-¿Y por qué no sería una buena opción hacerlo? - Martina comenzó a estirar su cuerpo para poder divisar alguna pista por detrás de su oponente. 

-Martina, en el interior está ella – y de alguna forma, Martina pudo escabullirse por los brazos del hombre y terminó por entrar.

Y lo que encontró dentro no fue del todo agradable. Ahora tenía en claro el por qué de la mirada nerviosa de Carlo, o el por qué de su oposición a que ella entrase.
Era ella, la que alguna vez había considerado su peor enemiga y a la que; no directamente pero, de cierta forma, había sido así; le había hecho un terrible daño. Stephie Camarena. Aquella dulce y tierna mujer que resultaba adorable a la simple vista estaba sentada en un borde del sofá de dos personas mientras agitaba nerviosa uno de sus pies y mantenía su mirada perdida en algún punto fijo del suelo. 

Y, entonces, ella quiso salir corriendo de ahí, aun cuando con su avanzado embarazo resultase una tarea casi imposible. Por su mente no pudo aparecer otro pensamiento más allá de sus instintos de supervivencia. 

-Martina - y aquella vocecita, que Martina no podía recordar menos delicada, se penetró por todo su cuerpo estremeciendo hasta el rincón más recóndito en su interior - Martina Stoessel – la atractiva mujer se puso de pie para observar mejor el abultado vientre de ella.  

-Demonios - Tini refunfuñó en voz baja mientras suprimía sus deseos de huir.

-De verdad no lo creería si no lo estuviese viendo ahora mismo – Camarena sonrió para sí misma, como si nadie más estuviese en aquella habitación – Pensaba que todo había sido una broma para la prensa – y Martina no pudo evitar sentirse incómoda ante la mirada fija sobre la prueba irrefutable de su embarazo.

-Por alguna extraña razón – Carlo se posicionó justo a un lado de Martina emitiéndole alguna clase de protección que ella agradeció – la señorita dio con tu paradero, Martina y no ha querido marcharse hasta poder hablar contigo - ¡joder! Ahora suplicaba a los dioses ser tragada por la Tierra. 

-Sí – Stephie sonrió dibujando un par de hoyuelos en sus mejillas e, irónicamente, Martina temió – Muy amable se ha portado tu... ¿amante? – y era claro el sarcasmo en aquellas palabras. 

-Bueno, pues, aquí estoy – Martina sabiéndose derrotada cedió - ¿qué quieres de mi? – dijo mientras se acomodaba en el sofá para una persona.

-Me gustaría que fuese a solas nuestra conversación, querida – la molesta mujercilla dirigió una mirada fulminante a su amigo. 

-Bueno, entonces podríamos salir a caminar... 

-Querida, este clima es peligroso para una mujer en tu estado, las aceras están húmedas y, en cualquier momento, podrías sufrir algún accidente del que mucho te podrías lamentar...

-Bien – y Martina frotó su cabeza buscando alguna forma de evadir a aquella mujer que muy despechada debería estar - Podríamos ir a... 

-Preferiría que fuese aquí, y ahora... 

-Bueno, es que Carlo es el dueño del departamento y... 

-No creo que el señor Insitoris tenga problema alguno en cedernos un pequeño momento de privacidad - Martina dirigió su mirada interrogativa al rockstar. 

-Sólo si así lo deseas – él se encogió de hombros vacilando ante la mirada de Ransome.

-Creo que estaré bien – ella asintió sabiéndose atrapada. 

-¿Segura? – él se acercó a ella en un intento de aferramiento. 

-Sí, podrías aprovechar ese tiempo para ir a comprar algunas fresas para prepararlas con crema.

-De acuerdo – el hombre salió no sin antes lanzar una mirada advertidora a la intrusa.

-¿Fresas con crema? – la mujer rompió con el silencio cuando quedaron por completo solas.

-Un antojo – se excusó.

-Maravilloso – y su sonrisa volvió – Los últimos días que estuve con Jorge, ya sabes, antes de que me abandonase en la iglesia – y eso había sido un golpe bajo, demasiado doloroso y asqueroso – él también experimentó alguna obsesión por ese postre – y una fuerte bofetada habría sido cien veces mejor a aquel comentario. Es decir... Jorge Blanco y, ¿antojos? ¡Joder! 

-Es un postre delicioso, no me extraña - Martina se encogió de hombros intentando convencerse más a sí misma antes que a su acompañante.

-Claro – la mujer desapareció su sonrisa - Martina Stoessel... - resopló – Eres una maldita afortunada.

-No sé a qué te refieres, Stephie - Martina clavó su mirada en el suelo – Si crees que perder a tu familia es una fortuna, créeme que no es así... 

-Sabes a lo que me refiero, Martina - pausó por un instante - Jorge, él y sus jodidos sentimientos... – la voz que, comúnmente, era hermosa, en un instante se quebró – por ti. 

-Stephie, no...

-¡No lo niegues, Stoessel! – y entonces su llanto estalló – Siempre lo supe, de alguna forma era consciente de ello y, estúpidamente, me mentí, a mi misma, cada noche que Jorge no dormía conmigo, sabía que dormía con alguien más; cada beso que él no me robaba, sabía que correspondían a otra; cada caricia no dada, sabía que en el cuerpo de otra mujer se tatuaba; cada vez que lo despertaba de sus ensoñaciones, sabía que era de una mujer de la que lo alejaba. Y después apareciste tú, tú y tu jodido comportamiento, asquerosamente igual al de él, igual de cínicos, igual de imponentes, igual de caprichosos, igual de apasionados, los mismos gustos, los mismos intereses, los mismos deseos, las mismas metas... la misma odiosa sonrisa descarada. ¡Joder! ¿Y cómo no amarse entre ustedes? ¿Cómo no hacerlo si resultan ser la misma basura? ¡*beep*! Fui una maldita *beep* ilusa que se negaba a ver lo que ocurría en sus narices, seguí forjando mi fe en ese imbécil mientras se revolcaba contigo, me quise aferrar a algo que, de un momento a otro, sabía que caería y dolería... Y aquí estoy, frente a la madre de su hijo y la dueña de su corazón... 

-Stephie, yo...

-No digas nada, Stoessel. No eres la culpable de mi ceguera... Después de todo, no fuiste tú la culpable de aquellas falsas esperanzas de que el grandioso Jorge Blanco; el macho deseado por todas las mujeres del mundo, el gran corredor de autos y, además, el heredero de la segunda cadena hotelera más importante del mundo; se fijase en una niñita mimada, rosa, ingenua y *beep* como Stephie en comparación a la otra grandiosa Martina Stoessel, la que lo había desafiado en una pista, la que lo había pisoteado y humillado, la que lo había hecho sentir el ser más débil sobre la faz de la tierra, la que lo había superado en su única y más grande pasión, la que era perfecta, la que era deseada por todos los hombres, la que poseía una colección exorbitante de los más potentes autos y además, la que era la heredera a los hoteles que superaban a los de su familia. ¡Maldita sea! Eras su demonio en persona, ¿cómo no enamorarse de ti?  

-Yo, lo siento mucho...

-¡Demonios, Martina! No te disculpes. No hay culpa – la mujer enjuagó sus lágrimas para incorporarse del sofá – Cuídalo mucho, Stoessel. Hazte un favor, y a todos, y ve con él y borren todos sus orgullos. Ámalo, deja que su hijo crezca con él y dale la felicidad que no fui capaz de darle yo y que nadie más podrá – y sin más, la mujer salió del departamento.  

Señorita Malcriada |Jortini *TERMINADA*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora