Para la sociedad, ella era la mujer perfecta, el modelo a seguir tanto como hija como prometida, joven, bella, bondadosa, inteligente, millonaria... caprichosa. Mariana Stoessel, su madre, la dueña de la reconocida cadena hotelera Stoessel, le había...
Caminaba por entre la gente aborreciéndola por disfrutar de aquel momento que ella consideraba, quizá, el peor de toda su vida. No se había molestado siquiera en ocultarlo y no había cesado de maldecir a todo cuanto se le pusiese por enfrente.
Estaba desesperada, su mirada no se había alejado ni por un instante del automóvil rojo con blanco en el que sabía estaba el padre de su hijo. Y no había dejado de alterarse con cada movimiento que éste hacía. Era como si con cada arrancón o con cada derrape sintiese su alma salir de su cuerpo robándole hasta el último aliento.
¡Joder! Ella no podía seguir así, no podía soportar ver más al dueño de todo cuánto pudiese sentir acomplejarse en aquella pista luchando por su propia vida y dejándose rendir tan fácil, no sin antes espetarle todo lo que hasta ahora había callado.
Las exclamaciones de los cada vez más emocionados presentes aumentaban conforme algunos automóviles salían de la pista tras sufrir un aparatoso accidente dentro de los cuales muchos heridos de gravedad habían salido ya. Quedaban ya tres dentro de la arena y el automóvil del que ella no había separado su atención no parecía estar en un buen estado ya, tenía ya fuertes golpes y muchas piezas perdidas y ella no quería imaginar el estado en el que se encontraría el imbécil al que tanto adoraba. Y, como si eso no hubiese sido suficiente, aquel mismo al que tanto odiaba, había empezado una clase de riña con otro corredor que muy dispuesto se mostraba a liquidarlo.
Era suficiente. En un impulso, ella dirigió sus pasos a los automóviles de exhibición que reposaban olvidados por los espectadores a un lado de la pista, tenía un plan en mente.