#32: Un duro golpe

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Sintiendo mis ojos aguarse, con la vista desenfocada y la piel fría, me sujeté de la silla para no caer al suelo por millonésima vez desde que había cumplido ocho meses de embarazo. Esto no era normal, con Daiki jamás perdí el conocimiento y mucho menos sentí constantes mareos. 

Reaccionando rápido como de costumbre, Kyo ladró para llamar la atención de Ruki, dejando que mis piernas temblorosas se apoyasen levemente sobre su lomo. Me llevé la mano libre a la cara, tapándome la frente y parte de los ojos para soportar ese giro que mi vista le había dado a la casa. 

- Deberías quedarte sentada- suspiró el pelinegro, aferrando mi cintura para evitar una caída. 

- Estás de vacaciones, déjame a mí y descansa- protesté cuando me dejó en el sofá, sentándose a mi lado y dejando hueco para que Kyo saltase por el otro lado, tumbándose y apoyando la cabeza sobre mi barriga, como solía hacer cuando estaba en forma lobuna y yo sufría uno de esos tantos mareos.

Últimamente, la casa solía estar muy solitaria por varias horas: entre el trabajo de Yuma como agricultor, el de Azusa en la tienda de antigüedades, la agenda de Kou y el colegio de Daiki... Sólo quedábamos Ruki, Kyo y yo. Durante un par de semanas el mayor de la familia estaría de vacaciones por reformas en el restaurante, por lo que estaba siempre muy pendiente de mí. Y si estaba haciendo otras cosas, era Kyo el encargado de avisarlo cuando estaba a punto de caer.

- Aika, queda muy poco para que nazca Demiyah y cada vez estás más débil, esto no pasó con Daiki- dijo con cautela, sabiendo lo de mi visión en la que mi hija moría en el parto. 

- Él también me quitó fuerzas...- intenté justificar.

- Una cosa es quitar energías y otra muy distinta es provocar desmayos demasiado espontáneos y habituales. Estás más pálida de lo habitual y eso no me parece apropiado si dentro de apenas tres semanas sales de cuentas.

- Quitando eso- tragué saliva, tenía la boca seca-, yo no noto nada raro.

- Te traeré una bolsa de sangre- suspiró viendo mis colmillos ligeramente crecidos, señal de que me hacía falta ese medio litro de líquido carmesí. 

Entendía que todos estuviesen preocupados, algo podía ir mal y mi estado alimentaba ese miedo. Tras el susto de mi visión, me ponía de los nervios pensar que realmente Demiyah iba a nacer muerta. Eran advertencias, no siempre sucedían las cosas exactas a cómo se me presentaban... Aun así, había sido tan real, tan fiel a una situación no imposible del todo...

En cuanto mi hermano mayor dejó la bolsa de sangre en mis manos, respiré hondo y hundí mis colmillos en el plástico, frunciendo la nariz al notar que no me terminaba de bajar por la garganta. Sentía como si se coagulase al final de mi boca, atorando el resto entre mi paladar, mis dientes y mi lengua. Tosí para que esa especie de tapón se deshiciese, pero no hacía efecto alguno. 

Terminé por ahogarme en serio, prácticamente arrancando la bolsa de mis colmillos y dejándola caer sobre mi regazo, escupiendo la sangre entre arcada y arcada y casi sin poder respirar. Kyo, asustado, enseguida se transformó y golpeó mi espalda tratando de ayudarme, gesto que Ruki imitó mirándome sin saber qué hacer.

Por impulso, los empujé a los dos y me levanté sin dejar de toser, pensando que si no sentía el frío de la noche no me recuperaría. Oí a los dos hombres detrás de mí, en el porche de la mansión y viéndome calmar mi ataque en medio del jardín delantero, apoyada en las rodillas con dificultad debido a la voluptuosidad de mi barriga. Algo estaba fallando, este estado tan vulnerable podría arriesgar tanto mi vida como la de Demiyah, y un pinchazo en el bajo vientre me alertó de que tendríamos que ir a toda prisa al castillo de mi padre.

Esos malditos juegos del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora