#34: El poder del miedo

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Ni siquiera parpadeaba. Oía las voces de Subaru, sus hermanos y los míos detrás de mí, pero yo no podía moverme. 

- Despacio- insistió mi primo, incapaz de acercarse-. Aika, muy despacio. 

Tragué saliva y empujé con sumo cuidado ambas espadas lejos de mí, intentando no rozarlas ya que eran de plata. Habían estado a punto de clavarse en mi cara tras un ligero sismo que movió varias cosas de lugar, entre ellas las dos espadas antiguas de decoración sobre la chimenea. Por milímetros no había terminado con la cabeza partida en dos sin esperanza de regenerarse. 

Una vez fuera del rango de alcance de los filos las lancé a un lado, sentándome y arrastrándome hasta ponerme de pie. Busqué nerviosa con la mirada a todos, asegurándome de que nadie más estaba herido. La primera en acercarse corriendo fue Demiyah, que se abrazó a mis piernas asustada. Kaori se aferraba a su madre, llorando ya que ambas habían terminado golpeándose contra la mesa ratona del salón. 

- Lo siento, mamá- sollozó la pequeña albina. 

- No ha sido culpa de nadie, cielo- me sorprendí por ese tono de rabia de mi hija. 

- Quería ayudarte, pero no soy fuerte.

- ¿Estáis todos bien?- quiso corroborar Reiji apareciendo en el salón-. He revisado toda la casa y sólo hay daños menores, algunas cosas rotas y ya está. 

- Sí- afirmó Ruki-. A Aika casi la atraviesan esas dos espadas, ha sido de milagro. 

- Intenté apartarlas y no pude- insistió Demiyah, llamando la atención de todos-. Vi que se caían, quería pararlas...

- Desde donde estabas era imposible- Ayato entrecerró los ojos, confundido. 

- Sólo fue un temblor, ya pasó- zanjé el asunto-. Lo importante es que nadie se ha lastimado. 

En cuestión de minutos volvimos a la normalidad, sin embargo yo seguía pensando en las palabras de mi pequeña. Hablaba tan culpable, tan dolida, como si se sintiese inútil. Era cierto que ella no tenía un don como Daiki, Kaori tampoco, y la hija de mi mejor amiga no se martirizaba por ello. 

¿Qué ocultas, Demiyah?

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- Deje de mirarla, por favor- siseé enfadada jalando de la mano de mi hija, pegándola a mi pierna. El hombre detrás de nosotras hizo caso omiso y bajó la mirada hasta el trasero de la menor, mordiéndose el labio después-. Te lo advierto, hijo de puta, vuelve a hacer eso y no lo cuentas- me giré con brusquedad, llamando la atención sin querer de las personas a nuestro alrededor. 

- ¿Sucede algo?- intervino uno de los trabajadores de la tienda, alternando miradas entre el sujeto y yo. 

- Este tipo lleva un rato mirando lo que no debe a mi hija, y pretendió seguirnos hasta los probadores- señalé las cortinas al fondo, haciendo que la ropa nueva de Demiyah ondease en el aire, colgando de mi brazo. 

- Le pedimos por favor que no moleste a otros clientes, señor- habló con firmeza-. De lo contrario lo echaremos de la tienda. 

Sin decir nada, sólo mirando de forma extraña al que acababa de advertirlo, el pervertido se dio media vuelta y se fue, dejándonos tranquilas. Agradecí al hombre que nos había ayudado y terminé de buscar ropa para mi hija, saliendo de la tienda poco rato después. 

- ¿Por qué me miraba así, mami?- preguntó inocente mi niña una vez fuera del centro comercial, encogiéndose por el aire frío de la noche. Teníamos que caminar hasta el final de la calle para coger mi coche, ya que no tenía otro aparcamiento cercano. 

Esos malditos juegos del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora