#4: Se acabó

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- ¡Pero frena, gilipollas!

- ¡Y tú deja de gritarme, hijo de perra!- repliqué, sintiendo un espantoso dolor en mi cuello a causa del frenazo. Me desabroché el cinturón y salí del coche, furiosa.

Tras casi medio año con Sean y compañía, seguía sin saber manejar correctamente el coche de carreras... Mejor dicho, el coche destinado a morir aplastado junto a quien quiera que estuviese en el asiento del conductor.

Sí, de la calmada biblioteca de Takeo-San había pasado a un local de carreras ilegales en las que el objetivo principal se reducía a una sola cosa: conducir y no morir en el intento. Dentro de un enorme circuito que en su época fue decente, un terreno de tierra del tamaño de un campo de fútbol estaba marcado por las ruedas, los derrapes y la sangre de los que perecieron allí hacía no mucho tiempo. 

Cada viernes noche, cientos de personas indeseables se citaban allí, en el local de Sean, para apostar por los corredores apuntados en la parrilla de salida. Si alguno de ellos moría, se volvían locos pero no por esa muerte, sino por el dinero que perdían si el fallecido resultaba ser su piloto. Yo había participado en unas pocas carreras, y siempre con gente principiante, por lo que las apuestas no eran muy elevadas. Y si ahora Sean estaba desesperado porque yo aprendiese a conducir como los profesionales del negocio, era porque me había apostado en la siguiente cita, en la cual estaban incluidos cinco de los mejores pilotos de las Death Races, que así era como se llamaban. 

Tras salir del coche, apenas me dio tiempo a salir corriendo a esconderme. Sean se adelantó y me empujó de espaldas sobre el capó, echándose encima y apretándome las muñecas, empezando a esbozar una siniestra sonrisa. 

- ¿Qué te pasa, Aika? ¿Es que quieres hacerlo ya y te da vergüenza decirlo, preciosidad? Recuerdas el trato, ¿verdad?

- Suéltame- desde el incidente con Jean y Alex, no me gustaba nada estar debajo de un hombre que me estuviese empujando con sus propias caderas para evitar mi escape. Lo peor, era que Sean se había dado cuenta y acostumbraba a hacerlo.

- Dime, ¿lo recuerdas? Participa en las carreras...

- ... y no me tocarás. Pero rompes ese acuerdo cada vez que se te da la oportunidad, bastardo. Como ahora.

- Nena, es que parece que me provocas a propósito...- sentí su aliento en mi cuello justo antes de que su lengua trazase un asqueroso sendero húmedo desde mi clavícula hasta mi mandíbula.

- Nada más lejos de la realidad- me revolví, girando la cabeza. Muchas veces había tratado de besarme, pero si se lo permitía estaría rompiendo mi promesa conmigo misma: mi primer beso sólo era para Azusa. Para él y nadie más. 

- Oh, vamos... Estás a punto de cumplir 17, déjame ser el primero.

- En tus sueños, cerdo- me estiré evitando su contacto, pero cuanto más me alejaba más le estaba cediendo el terreno para cubrirme entera con su cuerpo. Terminé totalmente pegada al capó, agobiada por el peso de Sean encima. 

Sean en sí no tenía pinta de ser el hombre que en realidad era. Cuando los tres hombres que me habían raptado me llevaron con él, pensé que Sean me ayudaría, que me salvaría de ellos y que me curaría. Sus ojos castaños y su pelo cobrizo le daban un aire muy tranquilo a su rostro de 35 años. Pero en cuanto se hablaba de negocios, esa imagen tan fiable se transformaba en la de un auténtico sinvergüenza. Sólo le importaba ganar dinero, y yo era su nueva piloto. Vistas mis torpezas a la hora de coger el coche, la verdad parecía una broma cuando empezó a apostar por mí. La locura, era que estábamos a miércoles y la carrera del viernes era mi primera posibilidad de perder la vida. Iba a estar con profesionales, y en el mundillo de las Death Races un profesional es aquel piloto que ha conseguido matar a más de tres participantes. 

Esos malditos juegos del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora