#1: Akuma

1.1K 55 17
                                    

Los gritos de mi madre me taladraban los oídos incluso a través de la pared. De nuevo, tenía uno de sus ataques de histeria, se ponía a gritar y a dar golpes a todo lo que estuviese en su camino. En esos momentos, yo me escondía en mi habitación, bloqueaba la puerta con una silla por si acaso y me hacía un ovillo en mi cama, llorando. Apenas tenía 9 años, pero apenas había salido de casa en mi corta vida. Ella no quería que nadie me viese, y si salíamos me cubría la cabeza con un pañuelo y me obligaba a llevar gafas de sol. 

Por lo demás, no quería ni oírme hablar. Lo poco que decía era hablando sola en susurros, jugando con mi imaginación o suplicando que parasen los gritos y los golpes. Me asustaba pensar que cuando ya no tuviese nada más que golpear viniese a por mí, a dejarme tumbada en el suelo como tantas veces había hecho ya. Me llamaba monstruo, demonio, engendro del Infierno... 

Yo no la entendía. Me gustaba mi pelo: blanco como la nieve y medio rizado, por los hombros. Y me gustaban mis ojos: el blanco de éstos era completamente negro, mientras que los iris brillaban de color amarillo vibrante (que conste que no me he basado en Genos para estos ojos. Ya tenía la idea en mente desde mucho antes de que saliese One Punch Man). No odiaba mis detalles hasta que supe el significado de cómo me llamaba mi madre, Akuma. A su propia hija, a su propia sangre, me había llamado "demonio". Llegué a tal punto que hasta en casa llevaba puestos el pañuelo y las gafas, para intentar que no me alejase. Era inútil.

Desde que empecé a entender cosas y a almacenar recuerdos, mi madre siempre ha sido así. No me quiere mirar ni tocar, me da de comer lo justo y por lo demás se desentiende de mí. Empecé a mantener conversaciones coherentes, y eso para ella fue excusa suficiente para dejarme de lado. Aprendí a bañarme, a peinarme, a vestirme y a comportarme gracias a lo que había visto y leído en algunos libros que estaban por casa. Tuve que practicar sola, letra a letra y buscando las palabras que no me sabía en una enciclopedia. Todo me lo hice yo, prácticamente. 

Mi madre no se veía bien. En las fotos que aún estaban intactas en el salón, podía verla sonreír, hermosa, al lado de un hombre que supuse era mi padre. Nunca me hablaba de él, no tenía ni idea de qué le había ocurrido, si seguía vivo, por qué no estaba con mamá... De ella tampoco sabía su nombre, cuando se lo preguntaba me golpeaba hasta que opté por no preguntárselo más. 

Todo eso no era nada al lado de lo que sentí al no oír nada al cabo de un rato. Me levanté de mi cama, temblando, y quité muy despacio la silla de la puerta para poder abrirla. Tragué saliva, no se escuchó nada desde el golpe de una silla cayendo al suelo. Era casi de noche, la luz de las farolas a través de las ventanas era lo único que me ayudaba a ver algo. La busqué por todas partes hasta llegar a la cocina, donde vi algo que me obligó a gritar y salir corriendo: mi madre estaba allí... El golpe que había sentido había sido la silla que ella misma había empujado para que la cuerda alrededor de su cuello la ahorcase. Aún convulsionaba un poco, pero ya era demasiado tarde para hacer algo.

Se había suicidado.

********************

Desesperada, asustada y sin saber qué hacer, corrí por las calles aún concurridas buscando ayuda. No estaba segura de para qué, mi instinto me estaba guiando en esos momentos. 

- ¡Señor, ayúdeme, señor!- llamé llorando a un vendedor de frutas en el mercado. Éste me miró con desprecio y se limitó a darme una manzana media podrida.

- Ahora vete, mocosa- sacudió la mano, indicándome que me alejase de allí-. Ya tienes comida, lárgate que vas a espantar a mis clientes.

- ¡No quiero comida, quiero que ayude a mi madre!- tiré la manzana al suelo. Con ese brusco movimiento, el pañuelo se deslizó un poco hacia abajo dejando ver mis raíces blancas. Esto alteró de sobremanera al tacaño vendedor, que abrió mucho los ojos, señalándome.

Esos malditos juegos del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora