Exordio

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—Me alegra tanto que te gustara tu regalo cielo —comentó la abuela sentada en el asiento de atrás de la camioneta.

—Ha sido idea mía —se enalteció el abuelo sentado al volante.

—Claro que sí, solo tuya —bromeó la su mujer.

—Lo único que quiero es regresar para montar otra vez. Ha sido genial —exclamó Evelin con ilusión desde el asiento de copiloto.

—Ya sabes, puedes venir todas las veces que quieras. Si nosotros no podemos traerte, coges un taxi y vienes —anunció el abuelo.

—No le digas eso. Es peligroso que ande sola —reprendió la abuela.

—Ya tiene dieciséis años. Es una
campeona.

—No pasa nada abuela, me siento estupenda. Y me encantaría un poco de independencia, además de que me vendrá muy bien.

—Así se habla bichito —elogió él, palmeando con cariño las manos de su nieta.

—Lo sé cariño, solo me preocupo. ¡Abuelo mira a la carretera! —regañó ella de paso.

—Te agobias demasiado mujer. Evelin ha demostrado una valía asombrosa. Se merece que la recompensemos.

—A ver lo que dice su padre —objetó la abuela.

—Si dependiera de Adrián, Evelin estaría enclaustrada en el hospital bajo observación permanente —comentó él haciendo una mueca burlona.

—Eso es cierto —combinó ella, riendo ante el comentario.

—No digáis eso. Mi niño es un padre ejemplar.

—No digo que no lo sea. Solo digo que es un poco paranóico. Y ya sabemos de quién lo ha heredado —rió el abuelo.

—Yo no soy paranóica y Adrián tampoco.

—¡Claro que no! ¿Pero dime abuela, quién lleva el recuento de LPM cada noche? —inquirió Evelin.

—Tu padre. Pero por precaución.

—¿Y quién controla el estado meteorológico de cada hora temprano por la mañana antes de que Evelin salga de casa?

—Yo y porque es necesario.

—¿Incluso si solo sale al patio? —se burló el abuelo.

—¡Allí da mucho el sol! —defendió ella.

El abuelo y Evelin se echaron a reír a su costa.

Y es en ese momento cuando la felicidad y la tranquilidad plena, se ven interrumpidas.

De pronto Evelin dejó de emitir el sonido alegre de sus risas. Una presión en su pecho era el responsable.

La presión que la oprimía iba en aumento y a pesar de no poder soportarlo intentaba con todas sus fuerzas controlar su estado y que los abuelos no se alteracen. Pero iba demasiado rápido.

Evelin sentía cómo poco a poco iba perdiendo el sentido. El aire se acababa. Los abuelos ya se habían dado cuenta. Por el rabillo del ojo, Evelin observó que el abuelo le hablaba alterado, para ese entonces ella ya no podía oír nada.

Nadie se percataba ya de lo que en la carretera ocurría. Allí delante a unos pocos metros, había un desvío.

El abuelo lo vió muy tarde. No pudo girar a tiempo y la camioneta pasó por encima de la barrera.

Evelin tan solo percibía un zumbido fuerte en los oídos que la alejaba de su estado consciente. Un estado de presurización que ahogaba las voces de los abuelos. Y esa fue la banda sonora de la última imagen que se extendía ante sus ojos, al abuelo que la sujetaba del brazo quizá con fuerza, con una mueca de horror en el rostro moviendo los labios con frenesí, pronunciando algo ilegible para ella y al coche elevándose en el aire, girando sobre sí mismo como si aquello fuera una atracción de feria.

Con el primer impacto del metal contra el asfalto, Evelin perdió el sentido.

Con el primer impacto del metal contra el asfalto, Evelin perdió el sentido

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Maestro en el Silencio [Disponible en físico]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora