Uno

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Evelin volvió a dirigir su mirada al reloj digital verde en su muñeca. Estaba pendiente de la hora para ir a tomar el autobús para volver a casa. Vivía a unos diez kilómetros del centro de Bilbao.

Ahora mismo se encontraba en el único lugar aparte de su casa que le suponía un santuario de paz, la biblioteca.

El silencio, la calma, la quietud. Aquel lugar era como un bosque sembrado de libros en vez de árboles.

Aparte de mirar su reloj, no levantaba ojo de la enciclopedia de medicina que tenía sobre sus piernas.
Leía y volvía a leer ensimismada el mismo párrafo que hablaba sobre accidente cardiovascular, le costaba concentrarse debido al pinchazo agudo que estaba taladrándole la cabeza, el culpable de su involuntario déficit de atención.

Algo común en ella.

O… quizá el dolor de cabeza podría deberse de una nerviosa y exasperante personita sentada a su lado que no dejaba de producir ese molesto ruidito al limarse las uñas.

—Mira como está el patio hoy —  susurró la voz divertida y asombrada de Laila a su lado.

Evelin la ignoró, o al menos lo intentó. Laila al no recibir respuesta insistió, como siempre

—¡Evi! Está ahí delante. ¡Míralo!  —apremió.

Evelin suspiró y levantó la vista hacia donde le indicaba. Todo lo que vió fue a un chico concentrado en buscar libros en una biblioteca. Volvió a bajar la vista hasta el suyo y soltó un gruñido de afirmación.

—¿Qué te parece? Es guapo eh… —ella contestó con el mismo gruñido—. ¿Cómo lo ves?... Dame tu opinión —exigió hincándola con el codo.

—Déjame leer —pidió ella con voz monocorde.

Era imposible leer a su lado.

—Vamos, entra en el juego, míralo otra  vez. ¿Crees que está receptivo? Si es así, iré a pedirle su número. No lo había visto por aquí. Parece mayor que nosotras —ronroneó cual Gatúbela—. Me gusta... ¿Y a ti?...

—Sí, estupendo —contestó con desgana.

—¡Oh! ¿Enserio? Como hace siglos ya no sales con nadie, creí que serias lesbiana.

—Seguro —manifestó sarcástica.

—¡Lo reconoces! Me parece muy bien —aseguró—. Lo único no intentes nada conmigo porque a mí me gustan los tíos, de siempre.

—Enhorabuena.

Laila se inclinó y le cogió el libro de sobre sus piernas para sacarla de su letargo.

—¿Quieres dejar de hacer eso? Un día te cortaré las manos —amenazó.

—Bueno al menos vamos progresando. Ayer me dijiste que me plantarías un puñetazo y el día anterior fue otra amenaza. Por lo menos no te repites. Estás especialmente malhumorada hoy eh, Evi. ¿Qué te pasa?

—Y tú, parlanchina. ¿Es que no te das cuenta de dónde estamos?

—Te dije que prefería ir al centro comercial a tomar algo y tú preferiste venir aquí.

Evelin intentó recuperar su libro, Laila lo alejó más de ella.

—¡Quieres devolvérmelo! Ahora que le iba cogiendo el hilo —se quejó.

—Antes dime qué te parece el chico nuevo.

—¡¿Y por qué tiene ese zopenco que parecerme nada?!

—Nunca quieres hablar de chicos —refunfuñó Laila.

—Porque no me interesa.

—Entonces eres lesbiana.

Maestro en el Silencio [Disponible en físico]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora